Apr 25, 2024 Last Updated 7:37 PM, Apr 24, 2024

Escribe Federico Novo Foti

La batalla de Stalingrado (julio de 1942 a febrero de 1943) cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial y marcó el comienzo del fin del poderío de Hitler. La derrota del nazismo representó un enorme triunfo que abrió una etapa revolucionaria. Pero la traición del estalinismo evitó la extensión del socialismo a nivel mundial.
 
 El 2 de febrero de 1943 el mariscal del 6° Ejército alemán, Friederich Paulus, firmó la rendición en Stalingrado (hoy Volgogrado). La ciudad, ubicada entre los ríos Volga y Don en la gran estepa cerealera rusa de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), había quedado reducida a escombros. En el enfrentamiento habían muerto un millón y medio de soviéticos y otros 800.000 alemanes y sus aliados (italianos y rumanos). 90.000 soldados alemanes fueron tomados prisioneros. Decenas de miles de tanques, aviones y piezas de artillería fueron destruidos. Con la capitulación nazi, tras doscientos días de cruentos combates, finalizaba la mayor batalla de la Segunda Guerra Mundial y la más sangrienta de la historia.
 
Hitler invade la URSS
 El 30 de enero de 1933 Adolf Hitler asumió como Canciller de Alemania, comenzando a instalar el régimen nazi. Un régimen totalitario cuyo objetivo era aplastar al movimiento obrero, especialmente a la izquierda, utilizando métodos de guerra civil y de limpieza étnica contra judíos, gitanos y otros. Uno de los objetivos estratégicos del nazismo era acabar con la URSS, el gobierno obrero y campesino nacido de la Revolución de Octubre en 1917.

En paralelo, desde mediados de la década de 1920 un aparato burocrático se venía consolidando en el gobierno de la URSS. La burocracia conducida por José Stalin liquidó la democracia obrera y traicionó la lucha de los trabajadores y los pueblos de la URSS y el mundo, imponiendo la política del “socialismo en un solo país” y la “coexistencia pacífica” con el imperialismo. En agosto de 1939 Stalin firmó un escandaloso “pacto de no agresión” con Hitler, facilitando la invasión a Polonia y el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

León Trotsky, líder de la revolución rusa junto a Vladimir Lenin, exiliado y perseguido por la burocracia estalinista, denunciaba junto a un puñado de seguidores de la Cuarta Internacional que “el pacto germano-soviético es una capitulación de Stalin ante el imperialismo fascista” que no dudaría en avanzar sobre la propia URSS.1

Stalin confió en su pacto con Hitler y desoyó todas las advertencias (ver recuadro). El 22 de junio de 1941 comenzó la “Operación Barbarroja”. La invasión nazi a la URSS contó con un despliegue de tropas terrestres de dos millones de soldados, miles de blindados (tanques Panzer) y la aviación alemana (Luftwaffe). Para diciembre habían ocupado Lituania, Bielorrusia y Ucrania. La ciudad de Leningrado (hoy San Petersburgo) sufrió un terrorífico sitio. Los nazis llegaron también hasta los alrededores de Moscú.

Luego del desastre inicial, responsabilidad de Stalin y la burocracia, se logró poner de pie la heroica resistencia del pueblo soviético, comenzando la “Gran Guerra Patria”. Se recompuso el Ejército Rojo, poniéndo al frente los generales soviéticos más capacitados, Gueorgui Zukhov, Konstantin Rokossovski y Vasili Chuikov.

 En diciembre de 1941, descontento con el resultado de la primera ofensiva, estancada a las afueras de Leningrado y Moscú, Hitler tomó personalmente el control del alto mando alemán. A mediados de 1942 puso en marcha la “Operación Azul” para avanzar hacia la estepa cerealera y los pozos petrolíferos del Cáucaso. Sobre Stalingrado se lanzaron el 6º Ejército de Paulus, el 4º Panzer de Hermann Hoth, dos ejércitos rumanos y uno italiano. La Luftwaffe destruyó los barrios de la ciudad situados en la ribera oriental del Volga. La rendición parecía inminente. Pero no fue así. Las tropas de Chuikov pelearon obstinadamente en la ciudad en ruinas. En noviembre, con las primeras nevadas, los generales soviéticos lanzaron su contraofensiva: la “Operación Urano”. Desde el río Don, al oeste, Rokossovski pudo rodear a las tropas alemanas, sitiando al 6º Ejército. La pelea fue casa a casa, con refugios en sótanos y cloacas, y la constante amenaza de los francotiradores.2 Para enero de 1943 la resistencia alemana se estaba derrumbando. A finales de mes comenzaron a aparecer banderas blancas en las trincheras alemanas, sin autorización de sus superiores. El 31 de enero se rindió Paulus, firmando la capitulación días más tarde.
 
Se abre una nueva etapa revolucionaria

La victoria soviética en Stalingrado cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial. La noticia devolvió a los pueblos ocupados la esperanza de que se podía derrotar a los nazis. La resistencia se fortaleció en todas partes. Fue el comienzo del fin del nazismo. Aun así se necesitaron dos años más de enormes esfuerzos bélicos, de acciones crecientes de la resistencia y sacrificio de los pueblos para alcanzar el triunfo definitivo sobre el nazismo. Pero desde Stalingrado, el arrollador avance del Ejército Rojo no paró hasta que finalmente liberó Berlín en mayo de 1945.

El fundador de nuestra corriente Nahuel Moreno afirmó que “la derrota de Hitler fue el más colosal triunfo revolucionario de toda la historia de la humanidad”.3 Terminó con la contrarrevolución capitalista nazi-fascista e inició una nueva etapa revolucionaria mundial en la que los trabajadores y pueblos del mundo obtuvieron grandes triunfos. Desde entonces se produjeron numerosas revoluciones triunfantes, logrando la independencia de muchas colonias e incluso la expropiación de la burguesía en Europa del Este y otros países como Yugoslavia, China, Cuba o Vietnam. Moreno señaló también la contradicción de que el propio Stalin y la burocracia estalinista fueron quienes, ante el movimiento obrero y popular, capitalizaron ese triunfo.4 Pero Stalin traicionó la lucha por el socialismo utilizando su autoridad para preservar los privilegios burocráticos, celebrando los acuerdos de Yalta y Postdam (febrero y julio de 1945) con las potencias imperialistas para estabilizar el dominio capitalista mundial y encorsetar las revoluciones de posguerra.

 La batalla de Stalingrado dejó una doble enseñanza para la actualidad. En primer lugar, que los pueblos del mundo pueden lograr triunfos, aún con dirigentes burocráticos y traidores, como fue el caso del heroico pueblo soviético bajo Stalin. En segundo lugar, que la tarea más difícil y necesaria sigue siendo la de construir una nueva dirección revolucionaria capaz de terminar definitivamente con la contrarrevolución imperialista en cualquiera de sus variantes y con el dominio capitalista imperialista mundial. A esa tarea nos abocamos diariamente las y los militantes de Izquierda Socialista y la UIT-CI.


1. León Trotsky. “Stalin, el comisario de Hitler” (2/9/39) y “La alianza germano-soviética” (4/9/39) en Escritos, tomo XI, vol. 1. Pluma, Bogotá, 1979.
2. Ver la película “Enemigo al acecho” (2001) de Jean Jacques Annaud.
3. Nahuel Moreno. Revoluciones del Siglo XX, CEHuS, Buenos Aires, 2021. En nahuelmoreno.org
4. Nahuel Moreno. Actualización del Programa de Transición. Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2014. En nahuelmoreno.org

Pese a que desde comienzos de la década de 1930 sonaban los tambores de guerra en Europa con el ascenso del fascismo y el nazismo, Stalin y su burocracia decapitaron desde 1937 al alto mando del Ejército Rojo como parte de su política de barrer cualquier vestigio de oposición. El Ejército Rojo quedó desmembrado por años sin su histórica conducción. Una vez iniciada la guerra, Stalin rechazó sistemáticamente los informes de sus espías que, desde Japón y Alemania, venían informando sobre los preparativos de la invasión nazi a la URSS.1 Pero tras el triunfo en la batalla de Stalingrado y la derrota definitiva en 1944 del nazismo, Stalin se autoadjudicó la “gloria” y fue nombrado “mariscal”. Los auténticos protagonistas del triunfo, los generales al mando, la tropa y la heroica población soviética, pasaron a segundo plano. Se reescribió la historia para presentar los desastres de 1939 a 1941 como parte de un “plan genial de Stalin” para aplastar al nazismo. Pero lo cierto es que la conducción contrarrevolucionaria y burocrática de Stalin, que depositó su confianza en el escandaloso pacto con Hitler, provocaría enormes sufrimientos a la población y costaría la vida de millones de soviéticos.

1. Leopold Trepper. El gran juego. Editorial Ariel, Madrid, 1977. Memorias del jefe del espionaje soviético en la alemania nazi.

Escribe Adolfo Santos

El 30 de enero de 1933 Adolf Hitler asumió como Canciller de Alemania. En medio de la brutal crisis generada por la posguerra y el crack económico de 1929, la gran burguesía alemana presionó al presidente Paul von Hindenburg a designar al jefe del Partido Nazi para el cargo.  Se iniciaba así el proceso social y político más trágico de la historia contemporánea.

El Tercer Reich o estado nazi, encabezado por Hitler, no surgió de forma espontánea. La derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, que impuso al país pesadas sanciones e indemnizaciones a los vencedores, combinada con la crisis provocada por la quiebra de la bolsa de Nueva York en 1929, impidieron la recuperación de la economía alemana. El resultado fue una brutal hiperinflación y una desocupación a gran escala que afectó duramente la vida de la clase trabajadora y sectores de la clase media.

En ese terreno se fortalecieron las posturas más radicalizadas, como las defendidas por el Partido Nazi liderado por Hitler, que prometía reconstruir la “Gran Alemania”, humillada por los tratados de posguerra, a la vez que responsabilizaba a los judíos y comunistas por la crisis económica. Las promesas del nazismo ejercían una creciente atracción entre la clase media y las masas empobrecidas.
En 1932 el partido de Hitler duplicó su votación, alcanzando el 37%. Sin embargo, existía una gran desconfianza de la mayoría de los alemanes, y una oposición militante en la clase trabajadora, por lo que podría haberse evitado su llegada al poder, si no fuera por los acuerdos y concesiones hechos por los partidos burgueses, la socialdemocracia y el papel nefasto del estalinismo.

Comienza una larga noche

En enero de 1933, temerosa del fortalecimiento de los comunistas, la gran burguesía incita al presidente von Hindenburg a entregar el gobierno a Hitler. Un mes después disuelve el Parlamento y llama a elecciones, obteniendo una mayoría absoluta. Era el inicio de una larga noche. En marzo, Hitler obtiene poderes absolutos para implantar leyes, organizar las fuerzas armadas y proclamar la ley marcial. En julio disolvió los partidos políticos y declaró ilegales los sindicatos y las huelgas. Creó campos de concentración para recluir opositores políticos, sobre todo de izquierda, judíos, gitanos y homosexuales.

En 1935 promulgó las leyes de Nüremberg, medidas de carácter racista y antisemita en las que se establece que los judíos no podían tener los mismos derechos que los arios. Esas medidas fueron el comienzo de un proceso atroz que llevaría a la muerte a más de seis millones de judíos. En 1936 Alemania e Italia acordaron intervenir en la guerra civil española en favor de Franco y sumaron a Japón en un pacto de combate al comunismo. En 1938, Alemania invadió Austria. El 9 de noviembre de ese mismo año el gobierno de Hitler alentó la llamada “Noche de los Cristales Rotos” en Alemania y Austria, destruyendo comercios y entidades religiosas y culturales judaicas, lo que constituyó el mayor pogrom de la historia.

En 1939 Alemania avanzó sobre territorio checoeslovaco primero (con la escandalosa aceptación de Gran Bretaña) y en septiembre invadió Polonia. Recién ahí Gran Bretaña y Francia le dan un ultimátum, no respondido, dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial. En 1940 Alemania había sometido a Noruega, Dinamarca, Bélgica, Holanda y Francia y en 1941 Hitler ignoró el pacto de no agresión firmado con Stalin en 1939 y lanzó la Operación Barbarroja para invadir la URSS.

Una resistencia encarnizada derrota al nazismo

Apoyada en el despiadado servicio de inteligencia de la SS y la terrible policía política Gestapo, la expansión alemana fue acompañada de una política de eliminación sistemática de judíos en campos de concentración.  Pero además, más de un millón de activistas de izquierda y personas de otros grupos étnicos también fueron exterminados. Fue necesaria una encarnizada resistencia en varios frentes de batalla para derrotar el proyecto de barbarie nazi encabezado por Hitler.

La invasión a la URSS resultó un verdadero infierno para las tropas nazis. Contrariamente a lo que preveía Hitler, los soldados soviéticos resistieron con un heroísmo sorprendente. Al mismo tiempo, en las zonas ocupadas de la Unión Soviética, así como en los países invadidos, aumentaba la resistencia de los partisanos, heroicos combatientes que se terminaron convirtiendo en un verdadero martirio para los nazis.

Alemania llegó a las puertas de Leningrado y Moscú, pero fueron derrotados cuando más de cien mil obreros se movilizaron en la capital soviética para sumarse a la defensa de la ciudad. Leningrado fue sitiado, pero se presentó una resistencia heroica. Hitler nunca logró tomar ninguna de las dos capitales soviéticas. Finalmente, en febrero de 1943, tras largos meses de combates sangrientos, las tropas nazis fueron derrotadas en Stalingrado, comenzando el camino a su derrota definitiva en la guerra. El Ejército Rojo comenzó a avanzar y ya no se detendría hasta la toma de Berlín en mayo de 1945. En el frente occidental, En junio de 1944 en la batalla de Normandía, conocida como el “Día D”, soldados de los ejércitos aliados cruzaron el canal de la Mancha rumbo a Francia y consiguieron la liberación de los territorios de Europa Occidental. El 9 de mayo de 1945 las tropas soviéticas entraron triunfantes en Berlín. Era el fin del proyecto genocida, colonial y esclavizante encarnado por el nazismo. Terminaba la larga noche, dejando tras de sí más de 60 millones de muertos. La clase trabajadora y los pueblos sometidos del planeta derrotaban a la bestia nazi y comenzaba un nueva etapa en la historia del siglo, que llevaría a nuevas revoluciones en los años siguientes.

Escribe Adolfo Santos

Como dice el texto principal, el advenimiento del nazismo pudo haberse evitado y/o disminuido sus terribles consecuencias. El estalinismo no actuó correctamente en ese sentido. En los primeros años de la década del ‘30, el fascismo crecía exponencialmente, pero también el comunismo se había fortalecido en esa polarización y podría haber cumplido un papel importante.

Se imponía la unidad de acción entre los partidos de la clase trabajadora para enfrentar al nazifascismo, como nos había enseñado Lenin y proponía Trotsky, sobre todo con la socialdemocracia, el mayor partido de la clase obrera alemana. Sin embargo, Stalin y la III Internacional adoptaron la política opuesta y enfrentaban a los socialdemócratas en la misma medida que al nazismo. “Dividía a la clase obrera y debilitaba la influencia de los comunistas entre las masas de trabajadores. En ninguna otra parte fueron tan desastrosos los resultados de esta política como en Alemania, aquí se dieron instrucciones a los comunistas para que atacaran a los trabajadores del SPD (socialdemócratas) acusándoles de “socialfascistas”. Estas tácticas dividieron al poderoso movimiento obrero alemán y lo paralizaron frente a la reacción fascista”. (León Trotsky, La lucha contra el fascismo).

Otra gran traición fue el acuerdo de “no agresión” conocido como el Pacto Molotov-Ribbentrop firmado en 1939 entre Alemania y la URSS. Un giro histórico que le permitió a Hitler despreocuparse de la frontera soviética mientras se expandía por Europa. La firma del siniestro pacto se hizo bajo la atenta mirada de Stalin que al final invitó a un brindis al dirigente nazi Ribbentrop: “Sé lo mucho que el pueblo alemán ama a su Führer. Por eso quiero beber a su salud”. En 1941, la ruptura unilateral de ese pacto por parte de Hitler enviando tres millones de soldados alemanes a invadir la URSS demostró el terrible error de ese acuerdo. La confianza de Stalin en el líder nazi le costaría más de un millón de vidas al ejército soviético.

Tras la primera oleada revolucionaria, inaugurada por la revolución rusa [...] la burguesía y el imperialismo lanzan su contraofensiva política. Incapaces de detener la revolución [...] a través de la democracia burguesa, por métodos pacíficos, la burguesía apela a los métodos de guerra civil para derrotar a la clase obrera. [...] aparece un nuevo tipo de régimen político, antes inexistente: el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania.

El fascismo o régimen contrarrevolucionario burgués imperialista se caracteriza por utilizar métodos de guerra civil contra la clase obrera, las masas y su vanguardia. Para hacerlo, forma un movimiento popular contrarrevolucionario amplio, con base en la clase medía y los desclasados, a quienes moviliza y arma contra el proletariado. Cuando llega al poder elimina las libertades políticas y las instituciones de la democracia burguesa. Su objetivo central es aniquilar la democracia obrera y sus organismos: sindicatos, partidos obreros de masas. Pero sólo lo puede lograr terminando también con el conjunto de los derechos e instituciones democrático burgueses: parlamento, partidos políticos, libertad de prensa, etcétera.

[...] Es absolutamente totalitario y reprime despiadadamente toda oposición y toda libertad.. [...] Es una dictadura bárbara, [...] de lo más moderno y concentrado del capitalismo: los monopolios imperialistas. No busca reinstaurar el feudalismo, sino defender el capitalismo imperialista aplastando con métodos de guerra civil la revolución obrera. Es la primera y monstruosa expresión de la inexorable marcha del capitalismo hacia la barbarie si no triunfa el socialismo.

* Extracto de Nahuel Moreno en Revoluciones del Siglo XX, capítulo IX, La contrarrevolución: los nuevos regímenes.

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