Apr 19, 2024 Last Updated 10:50 PM, Apr 18, 2024

Escribe Fede Novo Foti
 
A comienzos del siglo XIX la dominación española en América se hacía cada vez más insoportable. España saqueaba los recursos naturales de las colonias, imponía tributos y ejercía el monopolio comercial. Pero, entre tanto, en 1808 el imperio francés de Napoleón Bonaparte invadió España, obligó al rey Fernando VII a renunciar y lo mantuvo en cautiverio.

El descontento creciente en las colonias provocó entonces las revoluciones en los virreinatos del Río de La Plata (Buenos Aires), Nueva España (Dolores, México), Nueva Granada (Bogotá), y en las capitanías generales de Chile (Santiago) y Venezuela (Caracas), que derribaron a virreyes, gobernadores y demás funcionarios coloniales. La reacción de las tropas españolas no se hizo esperar.

En Buenos Aires, la “Revolución de Mayo” de 1810 provocó la caída del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros. El enfrentamiento militar con las fuerzas realistas, que buscaban retomar el control del virreinato, no evitó que se desataran agudos enfrentamientos entre los distintos sectores revolucionarios. Algunos pretendían evitar o retrasar la declaración de la independencia. Había, incluso, quienes buscaban mantener la sumisión a España o la creación de un “protectorado” británico.

El proyecto de una nación independiente fue defendido desde un comienzo por Mariano Moreno, Juan José Castelli y Manuel Belgrano. Ellos se inspiraban en los pensadores más avanzados de las revoluciones burguesas de Inglaterra en el siglo XVII y de Francia en el XVIII, y en la independencia de Estados Unidos. Unían la lucha por la independencia a un proyecto de igualdad para la población. Castelli afirmaba que “nuestro destino es ser libres o no existir, y mi invariable resolución es sacrificar la vida por nuestra independencia”.

Pero el camino hacia la independencia no fue fácil. En 1814 regresó al trono Fernando VII y las revoluciones estaban siendo derrotadas por las fuerzas realistas en casi toda América. Gran Bretaña, imperio capitalista en ascenso, buscaba profundizar sus negocios en la región, aunque no tenía especial interés en la independencia de las colonias españolas.

Tal era el escenario cuando comenzó a sesionar el Congreso de Tucumán en 1815. José de San Martín, entonces gobernador intendente de Cuyo, insistió tenazmente por la declaración de la independencia. En una carta de mayo de 1816 a Tomás Godoy Cruz expresaba: “¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia! ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien se dice dependemos y no decirlo?”.  

La independencia fue finalmente declarada el 9 de julio de 1816. Todos los diputados aprobaron por aclamación que “es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli”. Aún existían sectores que entendían el futuro del país bajo la dependencia de alguna otra potencia europea. De modo que diez días después se completó el Acta de la Independencia con el agregado “y de toda dominación extranjera”.

La declaración de la independencia significó una guerra a muerte con la monarquía española. Llevados por la necesidad de la guerra, sus dirigentes más consecuentes apoyaron a los sectores más explotados y oprimidos. En Salta, Juana Azurduy se destacó en los combates. Güemes liberó a peones de arriendos y tributos. En la Banda Oriental, Artigas impulsó el reparto de las tierras de los reaccionarios. San Martín liberó a los esclavos para incorporarlos al ejército.

San Martín y Simón Bolívar fueron quienes mejor expresaron la necesidad de la unidad americana. En diciembre de 1824, dos días antes de la batalla de Ayacucho, Bolívar envió por circular a los nuevos gobiernos americanos “para que formásemos una confederación”. Pero en pocos años se frustró la oportunidad de lograr la ansiada unidad. Fueron primando los intereses de las oligarquías regionales que buscaron consolidar su dominación sobre la porción de territorio que habían comenzado a gobernar. El virreinato del Río de la Plata se fragmentó en cuatro países: Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay.

La Argentina fue conducida desde entonces por la oligarquía de comerciantes porteños y estancieros bonaerenses, cuyos negocios estaban íntimamente ligados al capitalismo inglés, y frustraron la posibilidad del desarrollo autónomo. Sometieron al país al saqueo británico por medio de mecanismos comerciales y financieros, transformando a la naciente argentina en una semicolonia inglesa.

La declaración de independencia liberó al país de las cadenas coloniales españolas. Pero el sometimiento económico al imperialismo británico, primero, y estadounidense, desde mediados del siglo XX, aún deja pendiente la tarea de lograr la segunda y definitiva independencia. Para ello hay que terminar con este sistema capitalista e imponer un sistema económico y político socialista.

Como lo hicimos a lo largo de estos veinte años, desde Izquierda Socialista/FIT Unidad estuvimos acompañando a las familias de Maximiliano Kosteki y Dario Santillán la búsqueda de justicia completa y castigo a los asesinos materiales e intelectuales de la masacre de Avellaneda. Denunciamos que la impunidad que gozan hoy funcionarios como Felipe Solá, Aníbal Fernández o Eduardo Duhalde, entre otros, solo se explica por el encubrimiento que todos los gobiernos desde Néstor Kirchner hasta Alberto Fernández llevaron adelante. Así lo expresó el padre de Darío, Alberto Santillán, en el acto de cierre de la jornada de este domingo 26, reiterando que los asesinos de ayer no pueden ser los salvadores de hoy en referencia a que muchos de ellos son funcionarios del gobierno del Frente de Todos.

Vale recordar que tras la masacre, el gobierno  de entonces y los medios hegemónicos como Clarín, salieron  a decir que “los piqueteros se habían matado entre ellos” intentando demonizar a quienes se movilizaron contra el hambre y la desocupación. En aquel momento, la respuesta no se hizo esperar y el repudio generalizado a la represión y al asesinato de dos luchadores tampoco. Miles salieron a las calles, y por eso Duhalde tuvo que llamar a elecciones anticipadas, para no ser el siguiente en la lista de presidentes que desde diciembre de 2001 fueron echados por la movilización. Los reclamos de Maxi y Dario siguen vigentes: trabajo, salud, vivienda y educación, que se deben garantizar en vez de pagar la deuda externa. Por eso decimos no al FMI y sus planes de ajuste.
 

Escribe Federico Novo Foti
 
El 14 de junio de 1982, el General Menéndez firmó la rendición argentina dando por terminada la Guerra de Malvinas. La movilización revolucionaria de las masas, motorizada por la bronca creciente, derribó a Galtieri y al régimen militar, conquistando amplias libertades democráticas y abriendo una nueva etapa en el país. Pero la ausencia de una dirección revolucionaria de peso permitió a peronistas y radicales desviar la movilización hacia las elecciones y la democracia burguesa, continuando con el capitalismo semicolonial.
 
El 14 de junio de 1982 cayó Puerto Argentino en las islas Malvinas, a tres días de iniciada la ofensiva británica final. Esa misma noche el General Mario Benjamín Menéndez firmó la rendición ante el General Jeremy Moore. Así terminaba, tras setenta y cuatro días, la guerra en las islas Malvinas e islas del Atlántico Sur.

La Junta Militar, encabezada por el Teniente General Leopoldo Fortunato Galtieri, había planificado un paseo militar, esperando recuperar las islas en la mesa de negociaciones, confiando en el apoyo del imperialismo estadounidense. No buscaba un enfrentamiento militar con el imperialismo británico, sino realizar un golpe de efecto para prestigiarse y desviar hacia los ingleses el odio popular contra su dictadura genocida, que crecía al ritmo de la crisis económica. Pero el tiro le salió por la culata.      

Galtieri y la Junta quedaron atrapados entre el imperialismo, que decidió ir a la guerra sin negociar, y la enorme y genuina movilización obrera y popular anti imperialista, desatada en todo el país y varios países de Latinoamérica. Finalmente, su temor a la movilización de las masas y su servilismo ante el imperialismo fueron más fuertes. Iniciados los combates el 1° de mayo, a pesar del heroísmo de los conscriptos, soldados rasos y parte de la oficialidad, la Junta se rehusó a tomar las medidas políticas, económicas y militares que exigían los esfuerzos de la guerra para triunfar. Posteriormente, en los primeros días de junio, con la venida del Papa Juan Pablo II y el apoyo de peronistas y radicales, impusieron la capitulación (ver nota "2 de abril de 1982 / La guerra de Malvinas y el PST").
 
¿Por qué cayó la Junta Militar?

Los manuales escolares dicen que la Junta Militar “cayó por su propio peso”. Cuentan que el sucesor de Galtieri, el General Reynaldo Bignone, simplemente “anunció un proceso de transición democrática”. Partidos de izquierda, como PTS, afirman que hubo una “transición pactada” y PO que “la iniciativa de volver a la democracia fue tomada por el imperialismo norteamericano”.[1] Estos relatos ocultan o minimizan el rol jugado por la lucha de los trabajadores y los sectores populares. Lo cierto es que Galtieri cayó por la movilización revolucionaria de las masas, que impuso la disolución de la Junta Militar genocida y conquistó amplias libertades democráticas, abriendo una nueva etapa en el país.

El 15 de junio, la Junta Militar llamó a la población a concurrir a Plaza de Mayo para escuchar a Galtieri. Mientras llegaba la gente a la plaza la indignación aumentaba: “los pibes murieron, los jefes los vendieron” se cantaba. Pronto volvió a resonar el “se va a acabar la dictadura militar”, tal como había sucedido antes del inicio de la guerra, el 30 de marzo, durante el paro y la movilización de la CGT Brasil. La represión policial se desató, pero las movilizaciones continuaron. El 16 de junio cayó Galtieri y el 23 se disolvió la Junta Militar. Durante días no hubo quien gobernara el país.   

Bignone asumió recién el 1° de julio. Su gobierno dio continuidad formal a la dictadura, pero el régimen militar estaba herido de muerte. Bignone debió apoyarse exclusivamente en el Ejército y sobrevivió gracias al apoyo de los partidos patronales, peronista y radical, reunidos en la Multipartidaria. Pero las huelgas y movilizaciones obreras continuaron contra los impuestos, los desalojos e indexación de los alquileres, también hubo ocupación de terrenos y viviendas. La lucha por libertades democráticas creció, al igual que la participación en las marchas de las Madres de Plaza de Mayo. El desprestigio de los militares era absoluto, con protestas públicas contra la alta oficialidad, como la de los veteranos de Malvinas que los insultaban públicamente. El 6 de diciembre hubo una huelga general contra la dictadura y otra en marzo de 1983.  

Ante su extrema debilidad, Bignone se vio obligado a levantar la “veda política”, permitir reuniones o manifestaciones públicas, con o sin autorización policial, y terminar con la censura, dejando correr incluso publicaciones y actividades de partidos trotskistas como el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), que aún estaba proscripto. Los partidos patronales en la Multipartidaria, entretanto, aprovecharon la coyuntura para intentar frenar y desviar las movilizaciones y encaminar la crisis hacia una salida electoral ordenada, fijada finalmente para octubre de 1983.  
 
Lecciones de la guerra y la caída de la dictadura

La disolución de la Junta Militar tras la rendición y el fin del régimen militar fueron enormes triunfos revolucionarios conquistados por las masas movilizadas. Que la dictadura no “cayó por su propio peso” o como resultado de un “pacto con el imperialismo yanqui” lo demuestran los juicios que llevaron a la cárcel a las cúpulas militares, la continuidad de las movilizaciones masivas cada 24 de marzo que exigen justicia por los 30.000 detenidos-desaparecidos, el desprestigio aún vigente de las Fuerzas Armadas y que se se enterrara por décadas la posibilidad de una salida militar a las sucesivas crisis de gobierno en nuestro país.

La nueva etapa abierta en el país significó la caída del régimen que secuestró, torturó, asesinó y desapareció a miles de personas y la conquista de amplias libertades democráticas. Solo la ausencia de una dirección revolucionaria reconocida por las masas permitió, en ese entonces, que la movilización fuera desviada hacia la salida electoral impuesta por la Multipartidaria. Evitaron así que se avanzara hacia un gobierno de trabajadores y trabajadoras. En los años subsiguientes, fueron los gobiernos patronales radicales, peronistas o macristas, quienes buscaron impunidad para los militares genocidas (obediencia debida, punto final, indultos, juicios a cuentagotas, etcétera) y continuaron sometiendo a nuestro país al imperialismo. Vienen así creciendo vertiginosamente la pobreza, la miseria, la desocupación, entre otros males sociales. Por eso desde Izquierda Socialista en el FIT Unidad llamamos a la ruptura con los partidos patronales y sus gobiernos, a construir una alternativa que impulse y encabece las luchas por trabajo, salario, salud, educación y vivienda, contra el pago de la deuda y el pacto del gobierno y el FMI. Hoy sigue vigente la lucha por la recuperación de las islas Malvinas y la segunda y definitiva independencia, que sólo serán posibles con un gobierno de trabajadores y trabajadoras hacia el socialismo.

[1] Ver Liszt, G. “¿Quién fue Moreno?” en La Izquierda Diario (25/1/2020) y Santos, R. “Los documentos secretos…” en Prensa Obrera N° 1214 (15/3/2012).

Desde su exilio en Bogotá, Nahuel Moreno, maestro y fundador de nuestra corriente, impulsó la solidaridad con Argentina durante la Guerra de Malvinas. Tras la rendición de la Junta Militar, junto a la dirección nacional del PST analizó los grandes cambios producidos en el país. Moreno expuso sus posiciones en el escrito de mayo de 1983 llamado: “1982: comienza la revolución”. Allí definió que la caída de la Junta Militar había sido provocada por una “revolución triunfante”, que abría una nueva etapa en el país. Afirmó que a partir del 2 de abril de 1982 “se combina la irrupción del movimiento de masas que apoya la reconquista de las islas con la colosal agudización de la crisis económica e institucional de la dictadura militar”. Señala que el vacío de gobierno “se inicia con la derrota militar, continúa con la caída de Galtieri y culmina con el gobierno de Bignone, que abre un período de libertades democráticas […] que entierra al viejo régimen y hace surgir uno nuevo”. Con Bignone aún en el gobierno, apoyado por la Multipartidaria, Moreno y el PST plantearon ajustar las consignas para continuar la tarea de “derrotar a los partidos burgueses o pequeñoburgueses que están en el poder para que asuma el gobierno la clase obrera con sus partidos y organizaciones. Los llamamos a hacer una nueva revolución para cambiar el carácter del estado, no solo del régimen político; una revolución social o socialista”.[1]

[1] Nahuel Moreno. “1982: comienza la revolución”. Ediciones El Socialista, Buenos Aires, febrero 2015. En nahuelmoreno.org

Escribe José “Pepe” Rusconi

Cuando el 12 mayo de 1977 me enteré del secuestro, sucedido el día anterior, de tres de mis compañeros del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) era inevitable imaginar el desenlace. Estábamos en tiempos de la dictadura militar que reprimía a sangre y fuego.

Ellos eran Julio Matamoros (el “Bocha” de veintiún años), estudiante de Derecho y luego empleado bancario, Mónica de Olazo (“Moniquita” de dieciocho años), estudiante, y su pareja Alejandro Ford (el “Negro” de veinte años), egresado de la Escuela de Bellas Artes, ex dirigente de la Juventud Peronista (UES) y reciente trabajador de la destilería de YPF de La Plata.

Formábamos parte de una célula del PST, que era el organismo de base de nuestra organización durante la dictadura, donde los militantes hacíamos nuestras discusiones y planificábamos las tareas.

Tras el 11 de mayo, nunca supimos más de ellos hasta que, pasados treinta y seis años del secuestro, el Equipo Argentino de Antropología Forense los identificó en una fosa común del Cementerio de Ezpeleta, enterrados como NN. Nos enteramos que estuvieron en varios Centros Clandestinos de Detención y finalmente fueron fusilados frente a la Comisaría de esa localidad simulando un enfrentamiento. Ellos dieron su vida por la revolución socialista.

Con ese recuerdo, cuando veo a las nuevas camadas de jóvenes compañeros y compañeras que trabajan en la construcción del partido, una herramienta revolucionaria como Izquierda Socialista, los veo a ellos continuando con esa tarea y pienso que su muerte no fue en vano.

Pasaron cuarenta y cinco años y los recuerdo con pesar, pero también con aquella alegría que nos caracterizaba. Alegría propia de los jóvenes y de aquellos que luchan con las tremendas ganas de cambiar esta terrible realidad social capitalista por la de un mundo más justo, un mundo socialista.
Seguimos exigiendo justicia. Mónica, Alejandro y Julio, ¡hasta el socialismo siempre!
 

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