*Foto de portada: Columnas de obreros movilizados contra el plan económico del gobierno peronista. Facsimil del periódico del PST. Julio de 1975
Escribe Federico Novo Foti
En junio de 1975, Celestino Rodrigo, ministro de Economía de Isabel Perón, impuso un feroz ajuste contra las y los trabajadores. Sin embargo, tras un mes de paros, movilizaciones y la primera huelga general contra un gobierno peronista, el plan de ajuste y el funcionario fueron derrotados. Luego del triunfo, la traición de la burocracia de la CGT detuvo la lucha y allanó el camino para el golpe de Estado.
En 1973, las y los trabajadores celebraron como un gran triunfo el regreso del peronismo al gobierno, con la esperanza de recuperar las conquistas perdidas durante los 18 años de proscripción. Sin embargo, a pesar de las expectativas generadas, el gobierno peronista impuso el “Pacto Social”, que congelaba los salarios por dos años y suspendía las paritarias, mientras los empresarios continuaban aumentando los precios y el costo de vida. Frente a la persistencia de las luchas obreras, el gobierno reformó el Código Penal, decretó el Estado de Sitio y promovió la acción de bandas fascistas, como la Triple A, contra el activismo obrero y popular.
El 1º de julio de 1974 falleció Juan Domingo Perón, entonces presidente de la Nación, y el poder quedó en manos de su esposa y vicepresidenta, Isabel Perón. Sin embargo, el verdadero poder en las sombras lo concentraba el ministro de Bienestar Social, José “el brujo” López Rega.
En 1975 se reabrieron las negociaciones paritarias y creció la presión de las bases obreras para recuperar lo perdido. Sin embargo, en junio asumió un nuevo ministro de Economía: Celestino Rodrigo, un hombre cercano a López Rega. Sus medidas representaron una verdadera declaración de guerra contra las y los trabajadores: el gas aumentó un 60%, la electricidad y los colectivos un 75%, el subte un 150%, y los artículos de la canasta familiar iniciaron una escalada impresionante, con incrementos que rondaban el 200%. Mientras tanto, para los salarios se fijó un tope del 38% y se impuso, de hecho, la suspensión de las paritarias. Fue un plan de ajuste al servicio de los monopolios del sector bancario y financiero, de la oligarquía agroexportadora y de la penetración imperialista.
La respuesta obrera al “Plan Rodrigo”
Ese fue un “invierno caliente”. La protesta comenzó con los mecánicos y metalúrgicos cordobeses, a quienes siguió un paro de 48 horas en Santa Fe. La marea de conflictos no dejó de crecer. Ocho mil obreros de Ford marcharon desde la planta de Pacheco para exigir aumentos del 100% en las paritarias. Se sumaron los trabajadores del transporte y los metalúrgicos de Capital Federal y del sur del Gran Buenos Aires. En pocos días, conmocionado por los anuncios de Rodrigo, el país se transformó en una gran asamblea: en las calles, en los transportes, en las fábricas y oficinas se debatía cómo actuar y se expresaba el enojo generalizado contra el gobierno, mientras las bandas fascistas seguían operando.
Rodrigo comenzó a retroceder: otorgó un aumento del 45%, en reemplazo del 38% inicial. Luego anunció que los salarios se ajustarían trimestralmente. Sin embargo, los gremios más importantes ya habían negociado aumentos superiores al 50% e incluso del 130%, lo que incrementó la presión para que Isabel Perón homologara los acuerdos. A pesar de sus maniobras, la dirigencia de la CGT empezó a advertir que las luchas que se extendían por todo el país los estaban desbordando, y comenzaron a exigir “paritarias libres”.
El Partido Socialista de los Trabajadores (PST), antecesor de Izquierda Socialista, reclamaba entonces la convocatoria a una huelga general: “Las luchas que se siguen dando y que abarcan a centenares de miles de trabajadores plantean una salida: es urgente que las direcciones sindicales impulsen la unificación de estas luchas para lograr mayor fuerza contra las patronales. El aislamiento de los paros y las medidas de fuerza sólo puede dificultar el camino hacia las reivindicaciones de los gremios que siguen en lucha”¹. Finalmente, la CGT cedió a la presión y convocó a un paro con concentración frente a la Casa Rosada para el viernes 27 de junio.
El “Rodrigazo”
Aquel viernes comenzaron a llegar a Plaza de Mayo las primeras columnas obreras de metalúrgicos, bancarios, textiles y telefónicos desde temprano. Al mediodía se sumaron enormes delegaciones provenientes del Gran Buenos Aires.
La movilización no se limitó a exigir la homologación de los convenios salariales, sino que también reclamó la salida del gobierno del sector lopezrreguista. En la plaza se coreaba: “¡Rodrigo, boludo, buscate otro laburo!” y “¡Isabel, coraje, al brujo dale el raje!”².
Pero Isabel no se presentó. Fue la primera vez que un presidente peronista no salió al balcón ante una concentración en Plaza de Mayo. Desde su periódico Avanzada Socialista, el PST afirmaba: “Es un verdadero 17 de octubre, pero los obreros no se han movilizado para sacar a Perón de la cárcel. Han salido contra los planes del gobierno peronista”³.
Al día siguiente, Isabel Perón dio un discurso por radio y televisión con un tono enérgico, en un intento por reafirmar su “autoridad” y su decisión de gobernar con “unos pocos amigos”, prescindiendo de dirigentes gremiales y políticos “que no comprenden la gravedad de la situación”. Lejos de calmar los ánimos, sus palabras intensificaron el malestar.
El lunes 30 de junio se produjo un paro general espontáneo. Miles de trabajadoras y trabajadores se reunieron en los portones de las fábricas y salieron en manifestación. Las coordinadoras zonales (ver recuadro) se transformaron en espacios clave para la organización de comisiones internas, activistas sindicales y militantes políticos.
La burocracia sindical “acompañó” la jornada con el fin de contener el desborde. Enormes columnas provenientes de la zona norte y sur del Gran Buenos Aires confluyeron frente a la sede de la CGT, en Azopardo e Independencia, y en Plaza de Mayo.
Durante los días siguientes continuaron las huelgas y manifestaciones en las principales ciudades del país. La CGT se vio obligada a convocar una huelga general para el 7 y 8 de julio.
Ante la contundencia del primer día de paro, el gobierno homologó los convenios acordados, sin aplicar ningún tope a los aumentos. Poco después presentó su renuncia Celestino Rodrigo y luego José López Rega, quien huyó del país.
El “Rodrigazo” representó un triunfo impresionante de la clase trabajadora. Al calor de ese proceso surgieron esbozos de una dirección alternativa a la burocracia sindical, y muchos trabajadores y trabajadoras comenzaron a romper con el gobierno peronista, que quedó aún más debilitado. La clase obrera demostró su enorme capacidad de movilización.
El PST planteó la necesidad de continuar la lucha porque “nadie puede creer que nuestra victoria es definitiva” y lanzó consignas como: “la presidenta y los ministros deben renunciar” y, como salida de fondo, “un gobierno obrero y popular para una Argentina socialista”⁴.
Sin embargo, la burocracia de la CGT frenó las movilizaciones. Gracias a esa tregua, los sectores patronales, sus partidos y las Fuerzas Armadas lograron recomponer sus filas y comenzaron un proceso de discusiones y forcejeos que desembocaron en el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, que impuso (a sangre y fuego) un plan económico muy similar al de Rodrigo.
1. Ver Ricardo de Titto. “Historia del PST”. Tomo 3. CEHuS, Buenos Aires, 2024.
2. Ídem.
3. Ídem.
4. Ídem.
Foto de portada: Marcha de la Coordinadora nacional hacia la CGT en 1975
Escribe Federico Novo Foti
Delegados y comisiones internas antiburocráticas cumplieron un rol fundamental en las movilizaciones de aquellos días, y de esa experiencia surgió la necesidad de la coordinación. El Partido Socialista de los Trabajadores (PST) participó activamente en el proceso que dio lugar a la conformación de las coordinadoras de zona norte (a través, principalmente, de nuestros compañeros en De Carlo y Astarsa), en zona sur (con presencia en Propulsora Siderúrgica, Astillero Río Santiago e Indeco) y en la coordinadora metalúrgica del oeste (con Indiel, Yelmo y Motores Man).
El PST impulsó la movilización unitaria por la homologación de los convenios y contra la represión del gobierno y las bandas fascistas, al tiempo que polemizó fuertemente con otras corrientes, como la JTP (JP/Montoneros) y el PRT, que optaron por “cortarse solos”. El sábado 28, luego del paro y la concentración del día anterior, se realizó el primer plenario de las coordinadoras. Las fábricas agrupadas en estos espacios se colocaron a la vanguardia del paro y la movilización del lunes 30. La policía intentó impedir el acceso a la Capital Federal, pero la presión obrera fue tan grande que no logró frenarla. La marcha llegó hasta las puertas de la CGT, donde tomaron la palabra los dirigentes de las fábricas movilizadas.
Las coordinadoras fabriles volvieron a marchar hacia Plaza de Mayo el 3 de julio, pero fueron nuevamente detenidas en los accesos a la ciudad: 15 mil obreros desde la zona norte, una cifra similar desde el oeste, y 5 mil desde el sur. El 20 de julio, 116 comisiones internas y 11 sindicatos se reunieron para hacer un balance del proceso vivido. Las coordinadoras continuaron existiendo durante los meses siguientes, aunque ya sin el protagonismo de aquellas jornadas históricas. Este embrión de organización independiente de la clase trabajadora fue finalmente desmantelado por la represión, la persecución y el genocidio implementado por la dictadura.
Escribe Francisco Moreira
El 14 de junio de 1905, los marineros del buque Potemkin de la Armada Imperial rusa se rebelaron contra sus oficiales. Se sumaron así a la corriente revolucionaria que sacudía al imperio de los zares. La sublevación del Potemkin y la primera revolución rusa fueron derrotadas, pero representaron el ensayo general para la victoria de la Revolución de Octubre en 1917.
“¡Contramaestre: llame a la guardia y traiga una lona!”, ordenó Eugene Golikov, el capitán del acorazado Príncipe Potemkin, el buque más poderoso de la Armada Imperial rusa en el Mar Negro. Transportaba a 700 marineros y estaba equipado con el armamento más moderno de la época, capaz de lanzar hasta 50 toneladas de explosivos sobre sus objetivos. De inmediato, los marineros comprendieron el mensaje: la práctica naval establecía que, para terminar con un intento de sublevación, debía colocarse una lona sobre los amotinados antes de fusilarlos.
El conflicto había comenzado pocas horas antes, por las malas condiciones de la cocina y la carne podrida que recibían los marineros. Cuando la lona subió a cubierta, el capitán volvió a ordenar que comieran la carne que les habían servido. Ninguno lo hizo. Entonces, los oficiales comenzaron a seleccionar marineros al azar para taparlos con la lona. Fue en ese momento cuando el contramaestre de torpedos, Atanasio Matushenko (militante del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso -POSDR-), se abrió paso entre los marineros y reclamó al pelotón de fusilamiento: “¡No disparen a sus propios camaradas!”. Su voz corrió como reguero de pólvora, y los marineros se enfrentaron a la oficialidad con sus propios rifles. En el entrevero cayó muerto el marinero Gregory Vakulinchuk. El capitán Filip Golikov y varios oficiales fueron arrestados por la tripulación. El 14 de junio (de acuerdo con el calendario juliano utilizado entonces en Rusia) había comenzado el motín del acorazado Potemkin.
La revolución rusa de 1905
La sublevación de los marineros no fue un hecho aislado. En 1905 en el inmenso imperio de los zares estalló la revolución provocada por los sufrimientos que imponía al pueblo la dictadura de la familia Romanov, agravados por la guerra entre Rusia y Japón, iniciada un año antes.
El 9 de enero de 1905 tuvo lugar el “Domingo Sangriento”. Una enorme manifestación de obreros con sus familias, encabezada por el cura Georgy Gapón, se dirigía pacíficamente desde distintos barrios obreros hacia el Palacio de Invierno, residencia de la monarquía en San Petersburgo, portando retratos del zar Nicolás II, a quien rogaban “justicia y protección”. Pedían amnistía, libertades públicas, separación de la Iglesia y el Estado, la jornada de ocho horas, aumento de salarios, cesión progresiva de la tierra al pueblo y, fundamentalmente, una Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal.
La movilización había sido precedida por la huelga en una de las más grandes fábricas metalúrgicas (Putilov) y 140 mil huelguistas en San Petersburgo. Sin embargo, el Zar no tuvo ninguna contemplación y ordenó masacrar a los manifestantes. Hubo centenares de muertos y miles de heridos. Como respuesta, una oleada de huelgas sacudió al imperio. En 122 ciudades y localidades, varias minas del Donetz y diez compañías ferroviarias, hubo huelgas durante dos meses. En marzo comenzó el movimiento de los campesinos.
En junio se iniciaron los levantamientos en la marina y el ejército, agotados por el esfuerzo de guerra en el Pacífico. El motín del acorazado Potemkin fue una expresión de la desmoralización general que dominaba a las fuerzas armadas. Evidenció el rechazo creciente al abusivo régimen de los cuarteles que sufrían marineros y soldados a manos de oficiales de origen noble, promovido por un incipiente trabajo de propaganda socialista revolucionaria del POSDR.
Cuando la tripulación amotinada encerró a la mayoría de los oficiales, decidió fusilar al capitán Golikov y ancló en el puerto de Odessa (Ucrania) el mismo 14 de junio ondeando la bandera roja fue recibida con gran algarabía por la población. Es que por aquellos días la ciudad de Odessa también se había sumado a la corriente revolucionaria. Sus trabajadoras y trabajadores habían declarado la huelga general y venían protagonizando feroces enfrentamientos callejeros con las autoridades.
El funeral de Vakulinchuk dos días después se convirtió en una manifestación que las autoridades reprimieron a sangre y fuego. En la refriega decenas de personas fueron asesinadas. El hecho quedó inmortalizado en la escena de la escalinata de Odessa en la película El acorazado Potemkin (1925) de Serguéi Eisenstein.1 Como represalia, el acorazado disparó dos proyectiles contra el teatro en el que iban a celebrar una reunión militares zaristas. Los barcos de los escuadrones navales enviados por el gobierno para forzar la rendición del Potemkin se negaron a abrir fuego.
El final del motín y la primera revolución rusa
En los primeros días de julio los sublevados lograron zarpar bajo la persecución de dos nuevos escuadrones que tenían la orden de obligarlos a rendirse o hundir el acorazado. El 7 de julio, tras varios intentos de evasión, Matushenko y los amotinados llegaron al puerto de Constanza (Rumania) donde se rindieron.
Sin embargo el espíritu de rebelión aún no había muerto. La revolución continuó durante los meses siguientes. En octubre, al calor de una nueva huelga general, surgieron soviets (consejos democráticos) de obreros, campesinos y soldados, primero en San Petersburgo y luego en Moscú y otras ciudades. León Trotsky, destacado dirigente del POSDR, fue su principal animador, llegando a ser elegido presidente del soviet de San Petersburgo.
En la obra en la que balanceó la experiencia de la revolución de 1905, Trotsky señalaría que “el 14 de junio, con la revuelta del Potemkin, la revolución demostraba que podía transformarse en una fuerza material; con la huelga de octubre probó que era capaz de desorganizar al enemigo, de paralizar su voluntad y reducirlo al último grado de humillación. Por último, organizando por todas partes soviets obreros, la revolución dejaba bien claro que sabía constituir un poder”.2
Pero el pico revolucionario final se produjo a finales de año. El 3 de diciembre fueron detenidos Trotsky y demás dirigentes del soviet de San Petersburgo. Del 9 al 17 se produjo la insurrección de Moscú. Miles de obreros armados desafiaron al gobierno. No actuó la guarnición local y solo los doblegaron con un regimiento de élite de San Petersburgo. Así la revolución comenzó a declinar.
Vladimir Lenin, uno de los principales dirigentes del POSDR, diría que el proceso revolucionario de 1905, incluyendo el motín de marineros del Potemkin, fue un “ensayo general” de la revolución y una lección histórica sobre cómo conducir la lucha por el poder político para el partido revolucionario.3 Doce años después, luego de un período de reacción y en medio de los sufrimientos de la Primera Guerra Mundial, finalmente en febrero de 1917, otra insurrección, esta vez triunfante, acabó con el zarismo. Y a los pocos meses triunfó el primer gobierno obrero y campesino de la historia, encabezado por los soviets de obreros, campesinos y soldados, y el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky.
1. “El acorazado Potemkin” (1925) de S. Eisenstein. La versión original de la película, antes de la censura realizada por la burocracia de José Stalin, comenzaba con la frase de Trotsky: “El espíritu de la revolución planeó sobre la revolución rusa. Un misterioso proceso estaba ocurriendo en multitud de corazones. La personalidad individual, sin apenas tiempo de tomar conciencia de sí misma, se disuelve en el grupo y éste se disuelve en el movimiento revolucionario”. Disponible en Youtube.
2. León Trotsky. “1905. Resultados y perspectivas”. Ruedo Ibérico, París, 1971. Disponible en www.marxists.org
3. V. Lenin. “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo” (1920) Editorial Anteo, Buenos Aires, 1973. Disponible en www.marxists.org
Escribe Mercedes Trimarchi, diputada Izquierda Socialista/FIT Unidad CABA
Hace una década surgió un grito colectivo: #NiUnaMenos. En las inmediaciones del Congreso, el 3 de junio de 2015, miles nos movilizamos para decir: ¡Paren de matarnos! Así comenzaba un movimiento de lucha masivo protagonizado por mujeres que buscaba visibilizar la violencia de género producto de una sociedad desigual capitalista y patriarcal.
El detonante fue el femicidio de Chiara Pérez, una adolescente de 16 años, oriunda de la localidad de Rufino, Santa Fe. Ella estaba embarazada y su novio, Manuel Mansilla, la mató y la enterró en el patio de su casa. Un día después, la periodista Marcela Ojeda, conmovida por el hecho escribió en su cuenta de Twitter: “¿No vamos a levantar la voz? Nos están matando”. La retuitea la escritora y periodista, Florencia Etcheves quien con una decena de periodistas mujeres llaman a concentrarse frente al Congreso el 3 de junio. En esa jornada histórica se leyó un documento en el que se sintetizaron reclamos como la exigencia de presupuesto para la Ley de erradicación de la violencia hacia las mujeres que había sido sancionada en 2009 y la necesidad de que haya un registro oficial de los femicidios. El texto fue leído por la historietista Maitena, la actriz Érica Rivas y el actor Juan Minujín frente a una multitud de personas que se acercaron a decir #NiUnaMenos.
Una década de luchas contra la violencia de género
Aquel 3 de junio de 2015 fue un hito para la historia de la lucha feminista en nuestro país. Allí comenzó a visibilizarse masivamente la particularidad de la violencia hacia las mujeres, que no es solamente física sino también económica, simbólica, psicológica y sexual. También a reconocerse la figura del femicidio, hasta el momento nombrado sólo por el activismo: cuando un varón mata a una mujer por el hecho de ser mujer. Esa potestad de los hombres con base en el patriarcado, un sistema de jerarquías milenario que establece el dominio masculino sobre las mujeres y disidencias sexuales.
A partir de ese momento, nuestros reclamos contra la violencia machista y por nuestros derechos contra las desigualdades de género comienzan a tener mayor visibilidad. El #NiUnaMenos trasciende fronteras y Latinoamérica se pinta de violeta. Son los años de los Paros Internacionales de Mujeres, de las asambleas feministas, de los pañuelazos y de la #MareaVerde por el derecho al aborto. Así entramos a surfear la cuarta ola de luchas feministas en nuestro país. A nivel global, se dieron grandes movilizaciones protagonizadas por mujeres. En Estados Unidos contra la misoginia de Donald Trump (Women’s march) y el movimiento #MeToo (Yo También) contra los abusos sexuales de reconocidos actores y magnates de la industria cinematográfica como Harvey Weinstein. En el Estado español, el paradigmático caso de “La Manada” conmovió al país. Un grupo de cinco jovenes que se filmaron violando en grupo a una chica durante las fiestas de San Fermín, que fueron condenados por abuso sexual y no por violación despertó la indignación de miles que salieron a las calles bajo el lema “No es abuso, es violación” que obligó a revertir el fallo de la justicia y más tarde a cambiar las leyes españolas.
En Argentina, con la movilización además de la condena social a la violencia machista, se lograron algunos cambios legislativos y programas específicos de atención a estas problemáticas. Por ejemplo, la oficina de la mujer de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) comenzó a contabilizar los femicidios a través de un registro oficial que antes eran realizadas solo por organizaciones civiles. En 2016 se publicó una Guía para el tratamiento mediático responsable de casos de violencia contra las mujeres con una serie de recomendaciones para comunicar en los medios estos hechos. Se incorporaron contenidos ligados a la violencia de género y a los noviazgos violentos en la Educación Sexual Integral (ESI). Se elaboraron protocolos para abordar situaciones de violencia de género dentro de las instituciones educativas y sindicatos. En 2018 se sancionó la Ley Brisa, que establece un régimen de reparación económica para hijas e hijos de víctimas de femicidios, y la Ley Micaela, para capacitar obligatoriamente en temáticas de género a todas las personas que se desempeñen en la función pública. Por primera vez, en 2018, se trató en el Congreso el proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo impulsado por la Campaña nacional por el derecho al aborto que fue aprobado dos años después. Junto a una decena de programas dependientes del ex Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad de ayuda económica a las víctimas de violencia de género que ya eran insuficientes en su momento pero que con la llegada de la ultraderecha al poder, fueron directamente eliminados por la motosierra de Javier Milei (ver "Milei eliminó trece programas destinados a mujeres y disidencias sexuales").
La lucha actual contra la embestida conservadora y la reacción patriarcal
La pandemia produce un impasse en las luchas a escala global y luego, con el triunfo electoral de la ultraderecha como Donald Trump en Estados Unidos, el crecimiento de Vox en el Estado español o la llegada a la presidencia de Milei en Argentina, la reacción patriarcal comienza una embestida contra los derechos ganados con la movilización. Por ejemplo, este año con la falta de reconocimiento de las identidades trans en Estados Unidos luego del discurso inaugural de Trump y la definición de la justicia británica que excluye a las mujeres trans con un criterio meramente biologicista. El discurso de Milei en Davos contra mujeres y disidencias sexuales se inscribe en ese marco.
Desde Isadora y Disidencias en Lucha apostamos a la movilización para enfrentar los ataques de los gobiernos y de los sectores conservadores contra nuestros derechos. Por eso fuimos parte del 1F en nuestro país con la masiva marcha del orgullo antifascista y atirracista. Como también del 8M y de todas las jornadas del calendario feminista que como el 3 de junio visibilizan las opresiones que sufrimos las mujeres y disidencias sexuales en esta sociedad capitalista y patriarcal. A diez años de aquella jornada histórica seguimos luchando contra todo tipo de violencia de género y seguimos gritando #NiUnaMenos, los gobiernos son responsables.
Escribe Francisco Moreira
El 30 de abril de 1945 se suicidó el líder nazi Adolf Hitler. El 2 de mayo los ejércitos alemanes se rindieron en Berlín, la capital alemana. La derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial representó el triunfo revolucionario más grande y democrático de la historia de la humanidad.
Eran cerca de las 22.30 del 1º de mayo de 1945 cuando Radio Hamburgo de Alemania interrumpió la emisión de la séptima sinfonía de Anton Bruckner para hacer un anuncio impactante: “Desde el cuartel general se informa que nuestro Führer, Adolf Hitler, luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo, cayó por Alemania esta tarde”. Con el tiempo testigos presenciales del hecho desmintieron esa versión sobre la muerte de Hitler. No había muerto en combate aquel día, sino que se había suicidado un día antes, junto a su esposa Eva Braun, en su oficina subterránea en el búnker ubicado debajo de la Cancillería en Berlín. Sus cuerpos fueron incinerados y enterrados fuera del búnker.1
El suicidio de Hitler marcó el desmoronamiento definitivo del régimen nazi y la derrota del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial, cercado en Berlín tras la ofensiva arrolladora del Ejército Rojo. Dos días antes había sido capturado y fusilado por partisanos (guerrilleros) italianos el líder fascista, Benito Mussolini, en medio del avance de los ejércitos aliados.2
La batalla de Stalingrado en 1943 cambió el curso de la guerra
En marzo de 1939 los ejércitos alemanes invadieron Checoslovaquia. En septiembre entraron en Polonia. Una semana antes de la invasión la conducción burocrática de la Unión Soviética, con José Stalin a la cabeza, había facilitado el avance nazi al firmar un aberrante y escandaloso pacto de “paz y ayuda mutua” con Hitler, con quien se repartieron Polonia.
León Trotsky, el líder revolucionario ruso, que venía denunciando desde el ascenso del nazismo en Alemania en 1933 la perspectiva de una nueva guerra imperialista, calificó al pacto germano-soviético como “una capitulación de Stalin ante el imperialismo fascista con el fin de resguardar a la oligarquía soviética”.3 Denunciaba que el fascismo y el nazismo tenían por objetivo imponer regímenes de superexplotación contra los trabajadores en los países conquistados y borrar del mapa a la Unión Soviética donde, a pesar de la dictadura burocrática, se mantenían las conquistas socialistas del gran triunfo revolucionario de 1917.
En junio de 1941, efectivamente, comenzó la Operación Barbarroja, la invasión nazi a la Unión Soviética. La confianza de Stalin en su pacto con Hitler y la desorganización del Ejército Rojo, descabezado a fuerza de purgas por la burocracia estalinista en su intención de barrer toda oposición “trotskista”, no permitieron oponer resistencia a la maquinaria de guerra nazi. En diciembre ya ocupaban Lituania, Bielorrusia, Ucrania y habían llegado hasta las puertas de Moscú, ocupando Stalingrado (Volgogrado) y sitiando Leningrado (San Petersburgo). Para 1942, gran parte de Europa y un tercio de la Unión Soviética habían caído bajo las garras del nazismo y el fascismo.
Pero pese a las terribles penurias vividas, el pueblo soviético logró recuperarse y poner de pie al Ejército Rojo nuevamente. Luego del desastre inicial se pusieron al frente del ejército los generales soviéticos más capacitados: Gueorgui Zukhov, Constantin Rokossovski y Vasily Chuikov. Stalin se auto tituló “jefe de la defensa”. Así comenzaba “la gran guerra patria” de los pueblos soviéticos. En feroces combates y, a pesar de los continuos desastres provocados por la burocracia, el Ejército Rojo recuperó terreno he hizo retroceder a los nazis. En febrero de 1943 se produjo la primera gran victoria soviética, la rendición de los nazis que ocupaban Stalingrado, en una batalla que cambió el curso de la Segunda Guerra y marcó el principio del fin del nazismo.
Este triunfo devolvió a los pueblos ocupados la esperanza de que era posible derrotar a los nazis. Los movimientos de la resistencia se fortalecieron en todas partes. En Polonia se levantó el Gueto de Varsovia en abril de 1943 y toda la ciudad en agosto de 1944, pese a que había sido abandonada por orden de Stalin.4 Los maquis franceses, los partisanos italianos y las guerrillas yugoslavas y griegas se fueron fortaleciendo. En junio de 1944 ingleses y estadounidenses desembarcaron en Normandía, en la Francia aún ocupada por los nazis. En agosto la resistencia liberó París.
La batalla de Berlín y el fin del régimen nazi
El 12 de enero de 1945 el Ejército Rojo entró en territorio alemán. Tras un avance arrollador, el 14 de abril llegó a las afueras de Berlín. Dos días después comenzó la batalla final de la guerra en Europa. Los nazis organizaron dos líneas defensivas para proteger la ciudad sitiada. Prepararon barricadas y cientos de búnkers. Con lanzagranadas enfrentaron el avance de los tanques del Ejército Rojo. El costo para los soviéticos fue altísimo. Solo en esta batalla murieron 80 mil personas y más de 270 mil resultaron heridas. La acción final se libró por el control del Reichstag (Parlamento), que era el edificio más alto del centro de la ciudad y cuya captura tenía un valor simbólico. En la tarde del 30 de abril, soldados soviéticos lograron la toma del edificio e hicieron ondear la bandera roja. Para esas horas se había suicidado Hitler.
El 2 de mayo el comandante a cargo de la defensa de Berlín firmó la rendición ante los generales soviéticos. Seis días después, se realizó una ceremonia con la presencia de generales ingleses, franceses y estadounidenses que, junto a Zhukov, firmaron un acta con la definitiva rendición del alto mando alemán. La guerra había terminado en Europa, dejando tras de sí más de cincuenta millones de muertos, de los cuales veintidós millones eran soviéticos.
Nahuel Moreno, maestro y fundador de nuestra corriente trotskista definió la derrota del nazi-fascismo como “el más colosal triunfo revolucionario de toda la historia de la humanidad”, a pesar de los dirigentes burocráticos y traidores.5 Es que el nazi-fascismo representó el embrión de una nueva sociedad esclavista bajo el capitalismo, con los campos de exterminio y de trabajos forzados adonde enviaban, no sólo a los judíos, sino también a gitanos, izquierdistas, homosexuales y a cualquier opositor a su régimen totalitario y racista. La derrota de la barbarie alemana en la guerra frenó el intento de extender la contrarrevolución nazi-fascista imperialista a todo el mundo.
1. La película “La caída” (2004) de Oliver Hirschbiegel retrata los frenéticos últimos días de Hitler y sus secuaces en el bunker. Disponible en Amazon Prime.
2. Ver El Socialista Nº 602, 11/04/2025. Disponible en www.izquierdasocialista.org.ar
3. León Trotsky. “La alianza germano-soviética” (4/9/1939) en Escritos (1929-1940). Editorial Pluma, Bogotá, 1974. Disponible en www.marxists.org
4. Ver El Socialista Nº 558, 12/04/2023 y Nº 588, 21/08/2024. Disponibles en www.izquierdasocialista.org.ar
5. Nahuel Moreno. Revoluciones del siglo XX. Ediciones Antídoto, Buenos Aires, 1986. Disponible en www.nahuelmoreno.org
Una nueva etapa revolucionaria
El triunfo de los pueblos soviéticos y europeos abrió una nueva etapa de enorme ascenso de masas mundial. Nahuel Moreno señaló que la derrota del nazismo había iniciado una nueva etapa revolucionaria mundial. Desde el fin de la guerra “el proletariado y las masas del mundo entero obtienen una serie de triunfos espectaculares. El primero es la derrota del ejército nazi, es decir, de la contrarrevolución imperialista, por parte del Ejército Rojo, aunque esto fortifica coyunturalmente al estalinismo, que es quien dirige la URSS”.1 Efectivamente, desde entonces, las masas populares protagonizaron numerosas revoluciones triunfantes logrando la independencia de decenas de colonias y la expropiación de la burguesía en un tercio del planeta en países como Yugoslavia, China, Cuba y Vietnam. Pero durante esta etapa también salieron fortalecidas direcciones burocráticas del movimiento obrero y de masas. Stalin, por ejemplo, utilizó su renovada autoridad para rechazar la extensión de la revolución socialista e imponer pactos (Yalta y Potsdam) con los gobiernos imperialistas para la reconstrucción capitalista de Europa. Tras su muerte, otros aparatos y dirigentes estalinistas o nacionalistas burgueses continuaron con esa política. La restauración capitalista promovida por la burocracia desde la década del ‘80 en aquel tercio del planeta y la caída de las dictaduras estalinistas, abrieron una nueva etapa revolucionaria donde sigue planteada la tarea de construir una nueva dirección revolucionaria para acabar definitivamente con la contrarrevolución imperialista, en cualquiera de sus variantes, y con el dominio capitalista mundial.
1. Nahuel Moreno. Actualización del Programa de Transición. (1980). Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2014.