Escribe José Castillo
Los socialistas respetamos todas las creencias religiosas y el derecho irrestricto de profesar cualquiera de ellas o no tener ninguna. Creemos que es algo que pertenece al ámbito privado de cada individuo y que debe estar estrictamente separado de toda intervención del Estado al respecto.
Por eso diferenciamos las distintas religiones (el cristianismo en este caso) de las iglesias que se autoproclaman sus representantes. Así, sostenemos que la Iglesia católica, como institución, a lo largo de sus casi 2.000 años de historia, ha cumplido un rol violento y absolutamente reaccionario. Fue responsable y ejecutora de matanzas de musulmanes y judíos en la Edad Media durante las cruzadas, del genocidio de los pueblos originarios de América, de la ejecución en la hoguera de miles de mujeres acusadas de “herejía” y brujería. La Iglesia católica bendijo a los reyes, se opuso ferozmente a la Revolución Francesa, a la independencia de los pueblos latinoamericanos. Más cerca en el tiempo, el Papa Pío XII fue colaboracionista del nazismo, y la cúpula eclesiástica argentina cómplice de la dictadura genocida.
Todo esto sin olvidar que, por supuesto, en la base de la Iglesia hubo y hay curas que defendieron al pueblo trabajador, denunciaron las injusticias y se jugaron contra las dictaduras. Tales son los casos del obispo Oscar Romero, asesinado por la dictadura salvadoreña, o Enrique Angelelli y los padres palotinos, en el caso de la dictadura argentina. Sin embargo, reafirmando su rol histórico, aún estos mártires de la propia Iglesia, fueron desconocidos en su momento por la cúpula eclesiástica y hasta por el propio Papa de entonces. El propio Jorge Bergoglio, como jefe de los jesuitas argentinos, desautorizó y dejó librados a su suerte a los sacerdotes villeros Francisco Yalis y Orlando Yorio, permitiendo entonces su secuestro por los grupos de tareas de la dictadura, hecho por los que tuvo que dar cuenta incluso en uno de los juicios contra los genocidas.