Daniel Ortega fue uno de los dirigentes principales que en 1979 encabezó la insurrección armada del pueblo nicaragüense, con el FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) contra la dictadura de Somoza.
Hoy masacra a los hijos y nietos de aquel pueblo insurrecto de 1979. Ello es consecuencia de las políticas de alianza con los capitalistas que el sandinismo instrumentó desde su conquista del poder, y que impidieron que en Nicaragua se avanzara hacia el socialismo.
La insurrección popular de 1979 destruyó al ejército burgués somocista y produjo un desbande de los sectores empresariales asociados a la dictadura de Somoza. Se abrió entonces la posibilidad cierta de avanzar en la construcción de un gobierno de los trabajadores y el pueblo, y que se tomara el camino hacia una Nicaragua socialista. Sin embargo, el sandinismo siguió los consejos de Fidel Castro, que dijo “no hagan una nueva Cuba” (discurso del 26 de julio de 1979) y estableció un gobierno de unidad nacional con sectores de la burguesía tradicional. Fue así como la burguesía, que había perdido su ejército por la insurrección, fue recomponiendo su poder aliándose a los comandantes sandinistas. Se formó un nuevo ejército burgués y el FSLN respetó la propiedad burguesa. Siguió la sumisión al FMI y los bancos extranjeros aceptando el compromiso de pagar la deuda fraudulenta de la dictadura.
Otros sectores burgueses y ex militares somocistas iniciaron una feroz rebelión armada, apoyados y financiados por el imperialismo yanqui, que fue derrotada en un enorme esfuerzo de movilización del pueblo nicaragüense. Pero aun así el gobierno del FSLN no tomó medidas contra la burguesía.
Todo esto posibilitó que la burguesía estuviera en capacidad de derrotar al FSLN en las elecciones de 1990 y retomar el control del Estado durante quince años, hasta las elecciones de noviembre de 2006 cuando el FSLN, con Daniel Ortega nuevamente a la cabeza, volvió al poder.