May 18, 2024 Last Updated 3:09 PM, May 18, 2024

La corriente fundada por Nahuel Moreno en 1943 comenzaba a dar sus primeros pasos bajo el nombre Grupo Obrero Marxista (GOM) cuando se produjeron estos hechos. En medio de la vorágine era difícil precisar una caracterización del fenómeno peronista. Al principio, el GOM cometió errores sectarios. Sin embargo, por estar metido en el corazón del movimiento obrero y educado en el respeto a las decisiones de la base pudo sostener una política esencialmente correcta e ir redondeando una caracterización más exacta. Elías Rodríguez, primer gran dirigente captado por el morenismo, relató así su participación el 17 de octubre: “Cuando estábamos trabajando llegaron los tipos (del piquete) que venían con garrotes. Entonces subí a la bancada y pegué un grito: ‘¡Todo el mundo afuera! Vamos a discutir’. Pero el piquete no me dio pelota. ‘Hay que salir y nada más. ¡Viva Perón!’ […] Entonces yo digo: ‘Así yo no voy a la manifestación, ¡qué Perón ni qué ocho cuartos!’. […] Entonces Guillermo, el que me había presentado a los compañeros del GOM, me dice: ‘Elías, la gente te reclama a vos, tenés que estar ahí adelante’”.1 Elías se puso al frente y se fue a Plaza de Mayo incorporándose a la marea obrera. El GOM fue ajustando su definición del peronismo de aquellos años como un movimiento burgués nacionalista por sus fuertes roces con el imperialismo yanqui y que supo ganarse el apoyo de los trabajadores. Por eso, a diferencia del PC y PS, denunció la ofensiva yanqui, oligárquica y clerical que culminó en el golpe de 1955 y, a la vez, pudo mantener una clara independencia política y organizativa y una posición crítica respecto del peronismo y sus gobiernos, sin dejar de apoyar e impulsar las luchas de los trabajadores desde las fábricas, las comisiones internas y los sindicatos.

1. Ernesto González. “El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina”. Tomo 1. Antídoto, Buenos Aires, 1995.

Escribe Prensa UIT-CI

A 55 años del asesinato del líder revolucionario latinoamericano, Ernesto Che Guevara, quien fuese asesinado el 9 de octubre de 1967 en Bolivia. Reproducimos esta nota de Mercedes Petit del 9 de octubre de 2008 cuando se cumplieron 40 años de su asesinato.

“Revolución socialista o caricatura de revolución”

Ahora que están de moda todo tipo de encuestas, sería un orgullo que Guevara, que cayó en Bolivia el 9 de octubre de 1967, quedara consagrado como el “argentino más famoso”. Para muchos de los jóvenes que lo usan en sus remeras, pines y afiches, es un ejemplo de vida militante, honesta, de entrega a un ideal de cambio revolucionario y de lucha.

Ernesto Guevara es todo eso, y mucho más. En las polémicas actuales sobre la lucha por el socialismo en el nuevo siglo, hay mucho para aprender y tener en cuenta de su experiencia. Nuestra corriente, encabezada por Nahuel Moreno, criticó desde sus orígenes las concepciones guerrilleras y foquistas de Guevara. Esas críticas las hacíamos con el convencimiento de que aquellos focos guerrilleros eran una vía muerta hacia el logro de nuevos triunfos y en el marco de la defensa incondicional de la primera revolución socialista en América Latina. Le criticábamos también no plantearse la necesidad de la autodeterminación y democracia para la clase obrera y la necesidad de construir nuevos partidos revolucionarios. Pero también considerábamos que la figura de Guevara iba mucho más lejos que esas diferencias.

“Guevara: héroe y mártir de la revolución permanente”

Con ese título, hace cuarenta años Nahuel Moreno publicaba su homenaje al revolucionario asesinado en Bolivia. “Guevara, que se jugó la vida cuantas veces fue necesario, hasta perderla, por la revolución cubana y latinoamericana, no tuvo temor de enfrentar y dar respuesta a los problemas más graves planteados a la revolución. Desde la defensa de Cuba hasta la construcción del socialismo en la etapa de transición, pasando por las relaciones económicas entre los países socialistas […] para darle una salida: la revolución permanente” (La Verdad, 23/10/67).

Recordando su encuentro con el Che en la reunión de Punta del Este, Moreno no dudó en ubicarlo en el “ala más revolucionaria”, que se oponía a la dirección de la URSS, en el proceso cubano, aunque sin pasar por alto sus posiciones prochinas. (El Tigre de Pobladora, El Socialista, 2006).

Además de infatigable defensor de las expropiaciones y la centralización económica, Guevara se planteaba hacer “participar a los trabajadores en la dirección de la economía nacional planificada” (véase por ejemplo su discurso del 8/8/61).Y tuvo una particular y temprana preocupación por denunciar y combatir los privilegios que comenzaban a usufructuar los funcionarios del gobierno y el partido. Mantuvo una vida personal y familiar absolutamente austera y se ponía cada domingo al frente de brigadas de trabajo, para educar con su ejemplo. Su visión internacionalista lo llevó a entender la defensa de Cuba como parte de la extensión de la revolución socialista al resto de América Latina y a chocar cada vez más con las posiciones de la burocracia soviética. Criticó duramente los términos de intercambio económico de la URSS con los demás países del llamado “campo socialista”. En febrero de 1965 pronunció un célebre discurso en Argel. Llamó a unir las luchas contra el imperialismo hasta acabar definitivamente con él en todo el mundo, a fortalecer el internacionalismo proletario y a la pelea mundial por el socialismo. Condenó la política de coexistencia pacifica entre la conducción de la URSS y el imperialismo, exigió el apoyo incondicional, con armas gratis, a los vietnamitas, denunció el yugo de las deudas externas, y las bases militares yanquis. Esas posiciones revolucionarias iban perdiendo apoyo dentro de Cuba, y poco después se fue para no volver.

Antes de cumplirse el primer año de su asesinato, la conducción de Fidel y el PC cubano apoyaron en agosto de 1968 la masacre de la revolución checoslovaca a manos del ejército soviético. Y cuando asumió Allende en Chile apoyó calurosamente la “vía pacífica al socialismo”, que con su utopía de conciliación de clases abrió el camino al triunfo de Pinochet.

Las concepciones del “socialismo del Siglo XXI” y Guevara

Actualmente, los gobiernos de Venezuela y Cuba, y el PC cubano, proclaman un llamado “socialismo del Siglo XXI”. Defienden la economía mixta capitalista, la convivencia entre distintas formas de propiedad (incluyendo los negocios de las grandes multinacionales) y los mecanismos del mercado. Los fracasos de Chile en los setenta y de Nicaragua en los ochenta ya fueron pruebas contundentes de a dónde conduce ese neorreformismo. Se tomó un camino opuesto al de Cuba, manteniendo el capitalismo. El Che ya no estaba. Pero dejó su concepción socialista revolucionaria e internacionalista. Para Guevara eran una totalidad la necesidad de la revolución, las expropiaciones, la planificación y la participación consciente de los trabajadores en la construcción de la economía de transición, la extensión de la revolución, y la solidaridad mutua entre los países que se llamaron “el campo socialista”. Para su enfoque, no había medias tintas. Si lo que prima es el mercado, y no la planificación y la centralización, es capitalismo, no es socialismo. Por eso ya en 1963 rechazaba las posiciones que defendían un funcionamiento mercantil para la economía cubana y criticaba al gobierno de la URSS que lo alentaba.

Las experiencias de las “reformas hacia el mercado” de los burócratas chinos y de los soviéticos, que dieron lugar a la restauración del capitalismo en aquellos países, y los renovados intentos de hacer “socialismo” en el capitalismo mantienen la vigencia de aquella frase por la cual dio Guevara su vida: “revolución socialista, o caricatura de revolución”.

¿Creía el Che que Trotsky “era un enemigo de la Unión Soviética”?

Siempre surge el interrogante sobre inclinaciones del Che hacia Trotsky, el viejo revolucionario ruso. Recordemos un solo ejemplo. A los 30 años de su asesinato, el “Comandante Benigno” (el cubano Daniel Alarcón Ramírez, que lo acompañó en Bolivia), declaraba que, luego de su discurso en Argel, “para la Unión Soviética el Che se convierte en un antisoviético. Algunos lo califican de trotskista o algo parecido. Esto no era de conocimiento del pueblo cubano sino de algunos dirigentes.” (La Prensa, 29/6/97)

Esa falta “de conocimiento del pueblo cubano”, y la inexistencia de debates democráticos y abiertos sobre los grandes problemas de la revolución, tanto en los sesenta como ahora, no permiten tener una respuesta documentada sobre muchas posiciones del Che, dando peso a los “recuerdos” individuales para difundir supuestas posiciones políticas.

Es el caso por ejemplo de Orlando Borrego Díaz, quien combatió bajo la conducción del Che durante la lucha contra Batista y se convirtió en estrecho colaborador y amigo. En una entrevista de hace pocos años, dice Borrego que Guevara era un ávido lector y muy estudioso, que a Trotsky “se lo leyó completo”. Y agrega, de su propia cosecha: “[…] el Che evoluciona y va entendiendo todo lo de Trotsky. El pensaba que Trotsky había ido «apagándose » hacia el final de su vida, porque llega un momento en que su odio hacia Stalin… que tiene sus razones, ¿no?… en parte lo van transformando en un enemigo de la Unión Soviética. No de Stalin, sino de la Unión Soviética. Hacia el final de su vida […] estaba como «loco»”.*

Borrego adjudica al Che, sin prueba ninguna, la calumnia vieja, mil veces alimentada por el estalinismo, contra Trotsky. Desde una supuesta “crítica” a Stalin, descalifica a Trotsky definiéndolo como “enemigo de la Unión Soviética ”. Ese fue el argumento oficial de Stalin para “justificar” su persecución a Trotsky y su asesinato en 1940. Pero si el Che “se lo leyó completo”, sabía perfectamente que los últimos textos de Trotsky en “el final de su vida” eran una polémica apasionada en defensa de la URSS, contra sectores pequeño burgueses que rompieron con la Cuarta Internacional, horrorizados por los crímenes de Stalin. La “versión Borrego” se incorpora a la infinita montaña de basura contra el viejo revolucionario. Y quedan los hechos. Guevara, en muchas de sus críticas a la burocracia y en su defensa de la revolución socialista, coincidió con posiciones de Trotsky, aún sin nombrarlo. Y cuando estaba en la selva boliviana, el Che, en su mínimo equipaje, llevaba un libro de Trotsky…

Borrego es especialista en difundir supuestas posiciones del Che, manipulando “recuerdos” y citas fuera de contexto. Para apuntalar a los funcionarios venezolanos, con Chávez a la cabeza, que impiden que se desarrolle el control obrero en las empresas estatales, Borrego Díaz les dio letra, en 2005, escribiendo que Guevara defendía una gestión vertical y autoritaria en manos de burócratas gubernamentales, sin participación de los trabajadores…** En este caso, tanto la actividad como los textos de Guevara lo desmienten claramente.

* Publicado en El Capital, historia y método, por Néstor Kohan. Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, 2003. Este dirigente del Partido Comunista es ex ministro y actual asesor del gobierno cubano.
** Véase “La pelea por la cogestión y el control obrero”, en La revolución venezolana, El Socialista, 2005.

Escribe Adolfo Santos

En septiembre de 1864 nacía en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores, también conocida como Primera Internacional. Marx y Engels jugaron un papel protagónico en su creación. No por casualidad surgió en Inglaterra. Era la cuna del capitalismo industrial y uno de los países más avanzados. Pero junto al desarrollo de una pujante industria, nacía un poderoso movimiento obrero, creando un fuerte antagonismo de clases y dando lugar a las primeras luchas contra el capitalismo.
 
La creación de la Asociación Internacional de Trabajadores no surgió de una mente iluminada, fue producto de la acumulación de las experiencias del proletariado. De 1830 a 1848 se produjeron intensas revueltas del movimiento obrero en Europa. En 1833, los textiles de Lyon, en Francia, protagonizaron importantes huelgas. En esa misma década, el movimiento Cartista en Inglaterra luchó por incorporar a la clase trabajadora en la política. Entre 1830 e inicios de los ´40 se comenzaron a organizar los primeros sindicatos obreros como los trade union. Fue en esos movimientos que el proletariado comenzó a adquirir un sentido de solidaridad de clase y la necesidad de unificar sus luchas contra el capitalismo.

Al calor de estas experiencias en 1845 se organizó la Sociedad de Demócratas Fraternales en Londres, que reunía refugiados políticos de toda Europa. En 1847 exiliados alemanes junto a dirigentes italianos, ingleses y franceses, formaron la Liga de los Comunistas que le encargó a Marx y a Engels la redacción de un documento programático. El resultado sería la redacción del Manifiesto Comunista aparecido en los primeros meses de 1848. Al influjo de ese ascenso y esas elaboraciones, se generó una oleada revolucionaria que sacudió Francia, Alemania y Austria, pero el movimiento fue derrotado y se inició un período reaccionario.

Las derrotas de las revoluciones de 1848 fueron un duro golpe para el movimiento obrero. Sin embargo, a finales de la década de 1850, una serie de hechos iban a cambiar nuevamente la situación internacional y ayudaron a recuperar las energías del proletariado. Por un lado, la fuerte crisis económica de 1857, por otro la Guerra Civil en Estados Unidos en 1860/1861. Estos procesos tuvieron consecuencias económicas y políticas en Francia e Inglaterra, los países más industrializados de Europa. Debilitaron el gobierno de Napoleón III y lo obligaron a hacer concesiones económicas y políticas que fortalecieron a los trabajadores franceses.

En Inglaterra, por el estallido de la Guerra Civil norteamericana y el embargo de las exportaciones de algodón, se generó una grave crisis en la industria textil. Esta situación, impactó en los sindicatos británicos que, si por un lado recelaba de que los inmigrantes les arrebatasen los puestos de trabajo, generaron una relación internacional de trabajadores y precipitaron el desarrollo de lo que llegó a conocerse como el “Nuevo Sindicalismo”, reconociendo la necesidad de una lucha política a favor de los derechos laborales y a adoptar un profundo interés en los asuntos nacionales y extranjeros.

Se consolida la burguesía, pero nace una nueva organización de trabajadores

A partir de la mitad del siglo XIX, el proletariado vio consolidar los intereses industriales y financieros de la burguesía que asumió completamente el poder político. El joven capitalismo barrió con los restos de las viejas aristocracias y en 1863, la Proclamación de Emancipación en medio de la guerra civil, sentenciaba el fin del esclavismo en los Estados Unidos. El resultado de esos cambios profundos fue que, en los años de 1860, tanto en Europa como en América, todos los hombres y mujeres trabajaban a cambio de un salario. Esta nueva realidad, generó un sentido de solidaridad internacional entre trabajadores y la necesidad de concertar una lucha unificada contra el capitalismo.

En 1862, una delegación de obreros franceses visita la Exposición Mundial de Londres y toma contacto con trabajadores ingleses. En 1863 la conspiración conjunta de Francia, Inglaterra y Rusia para aplastar la insurrección polaca por la independencia, condujo a un intercambio de correspondencia sobre los problemas comunes que enfrentaban los trabajadores de los diferentes países y combinan una reunión conjunta de representantes obreros para debatir una propuesta común contra el capitalismo.

El 28 de septiembre de 1864 se realizó el encuentro en el St. Martin’s Hall en Londres. Allí se decidió crear un comité que delineara los estatutos para una organización internacional obrera. Los comentarios periodísticos sobre la reunión, que estaba compuesta por numerosos sindicalistas ingleses, anarquistas, socialistas franceses y republicanos italianos, con Engels elegido como secretario, mencionan en último lugar a Karl Marx quien, al ser designado para elaborar el documento final, estaba destinado a ser una de las figuras más destacadas de la organización.

El 27 de octubre de 1864, luego de un largo debate, fue aprobado el célebre Discurso Inaugural, presentado al Consejo General por Carlos Marx. Entre sus partes sobresalientes decía: “Los señores de la tierra y los señores del capital usarán siempre sus privilegios políticos para la defensa y perpetuación de sus monopolios económicos. […] Conquistar el poder político se tornó por tanto el gran deber de las clases trabajadoras […] Un elemento para el suceso de esa tarea ellas poseen, son la mayoría, pero la mayoría solo tiene peso si está unida y organizada y conducida por el conocimiento.” 

Tanto los estatutos como el programa fueron cimientos fundamentales del socialismo científico, tanto en sus ejes de principios y políticos como en su carácter unitario, para responder a los distintos sectores sindicales y políticos que confluyen en la tarea de construir la internacional. En ellos se destacan el internacionalismo, la independencia de clase, la conquista del poder político por parte de los trabajadores y la necesidad de organizar un partido distinto y opuesto a los de las clases poseedoras. Sin dudas un paso importantísimo para la emancipación de los trabajadores. El discurso elaborado por Marx, concluyó con el inmortal grito de batalla del Manifiesto Comunista: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.

 

Una corta pero fructífera vida

La Primera Internacional tuvo una existencia efímera, desde 1864 hasta 1878. Un corto tiempo de arduos debates y de gran elaboración política. Fue fundamental en la conquista de derechos laborales y políticos para los trabajadores y estimuló la organización sindical en muchos países, así como la elevación del nivel político del movimiento sindical. Apoyó las huelgas que se extendieron de un país a otro después de la crisis económica de 1866, llamó a los trabajadores a apoyar, por su propio interés, a sus camaradas extranjeros.
En 1871 apoyó decididamente la Comuna de París, la primera, aunque breve experiencia de un gobierno de los trabajadores. Y fue la derrota de la misma lo que aceleró el fin de la Primera Internacional. En 1872 se realizó el último congreso, atravesado por la represión a la Comuna y la encarnizada lucha política con los anarquistas seguidores de Bakunin. Dadas las difíciles condiciones que se atravesaban en Europa, se resolvió trasladar el Consejo General a Nueva York y en 1878 se disolvió formalmente. Dejó un legado importante, dar prueba de que la unidad internacional de los trabajadores, además de necesaria, era posible y fue fructífera.
Desde la Unidad Internacional de las Trabajadoras y Trabajadores – Cuarta Internacional (UIT-CI), después del fracaso y la burocratización de la II y III Internacional, estamos al servicio de la reconstrucción de la IV Internacional fundada por León Trotsky e impulsamos la continuidad de la lucha revolucionaria iniciada hace 158 años por la Asociación Internacional de los Trabajadores y todo su legado.

Escribe Adolfo Santos
 
En septiembre de 1962, después de realizada una Asamblea Constituyente, asumió como primer ministro de la recientemente independizada Argelia, Ahmed Ben Bella, dirigente del FLN.  Fue la culminación de un año clave en la heroica lucha argelina contra el colonialismo francés. El 18 de marzo en la ciudad de Evian el general Charles de Gaulle, en nombre del gobierno de Francia, había firmado un alto al fuego para la realización de un plebiscito cuyo resultado llevó a la declaración de la independencia el 5 de julio.  
 
En 1830 las fuerzas colonialistas francesas ocuparon Argelia desplazando al dominio turco. Sin embargo, encontraron una gran resistencia que solo consiguieron derrotar en 1840 con la instalación de más de cien mil soldados. De esa forma, colonos franceses se apoderaron de las mejores tierras y, aliados a una pequeña aristocracia argelina, consiguieron aplastar las poblaciones originarias formada por árabes, bereberes y musulmanes.

La pobreza y las penurias producidas por el éxodo rural generaron una gran masa de asalariados en las ciudades y un caldo de cultivo que durante años fue alimentando la lucha anticolonial. En 1945 los festejos por la victoria contra el nazi fascismo se transformaron en una rebelión popular contra la ocupación, que fue violentamente reprimida dejando un saldo de 45.000 argelinos y 108 europeos muertos según un informe oficial francés. Fue el punto de partida de una resistencia que se fortalecería en la década siguiente.

La guerra de liberación nacional

Convencidos de la inutilidad de los procesos electorales fraudulentos convocados por los franceses para perpetuar el colonialismo, en 1954 el Movimiento por el Triunfo de las Libertades Democráticas (MTLD) funda el Frente de Liberación Nacional (FLN) e inicia la lucha armada. A la cabeza estaban los principales dirigentes del MTLD, entre ellos, Ben Bella y el médico e intelectual Franz Fanon, nacido en Martinica y combatiente de la liberación en Francia durante la segunda guerra mundial. Las luchas anticoloniales avanzaban y los franceses se habían debilitado después de la derrota en Indochina en 1954.

Para mantener la “Argelia francesa” y proteger los pieds noir (pies negros, colonos que colaboraban con la ocupación) el gobierno francés redobló la apuesta. Movilizó quinientos mil soldados, a los que se sumaron las fuerzas civiles de la Organización Armada Secreta (OAS), que utilizaban métodos fascistas y de terror para defender sus propiedades. Destruyeron ocho mil aldeas, utilizaron sistemáticamente la tortura y llevaron a cabo ejecuciones en masa dejando más de un millón de argelinos muertos.

La batalla de Argel fue uno de los mayores símbolos de esa lucha. Desarrollada en 1958, quedó registrada en la célebre película dirigida por Gillo Pontecorvo, demostrando que la Francia de “la libertad, igualdad y fraternidad” era solo una bella consigna. El filme expone la lucha casa por casa en las villas, llamadas casbah, localizadas en los alrededores de Argel. El FLN respondió heroicamente, pero fue inicialmente derrotado por las tropas de ocupación.

El FLN toma el poder, pero reconstruye el estado burgués

Los combates no daban tregua, la rebelión anticolonial era imparable y la resistencia argelina nucleada en el FLN conseguía apoyos por el mundo, sobre todo en Francia. Su principal vocero era Franz Fannon, apoyado por Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Simone Signoret, Ives Montand, entre otras personalidades. La población francesa estaba cansada de esa guerra sin fin. Al iniciarse la década del ‘60 hasta el PC francés, que antes les había dado la espalda a los combatientes, se acabó sumando al apoyo por la liberación.

En 1962 Francia se vio obligada a negociar con el FLN en el famoso acuerdo de Evian, que culminó con la independencia y el triunfo del pueblo argelino. El 5 de julio fue proclamada la independencia de Argelia y reconocida por el gobierno francés. Fue uno de los triunfos más espectaculares de la lucha por la liberación nacional. Sin embargo, por la política de su dirección, el FLN, encabezado por Ben Bella, no avanzó “conforme con los principios del socialismo y del ejercicio efectivo del poder del pueblo”, como rezaba su nueva constitución, algo que pudo haber cambiado la historia del norte de África y los países musulmanes.

Como muy bien sintetiza Nahuel Moreno en Revoluciones del siglo XX: “El FLN […] desde su posición de gobierno obrero y campesino retrocedió a la reconstrucción del estado burgués. […] El gobierno del FLN se transformó en obrero y campesino contra su voluntad expresa, ya que no fue él quien rompió con la burguesía y sus partidos, sino la burguesía con él. Casi la totalidad de la burguesía, […] huyó de Argelia aterrorizada por el triunfo árabe, dejando solo al FLN, sin partido ni clase burguesa para hacer un gobierno de frente popular, como era su intención. El imperialismo francés (y mundial) maniobró con habilidad, haciéndole toda clase de concesiones al nuevo régimen obrero y campesino. Esta política le dio un resultado extraordinario, ya que logró que el FLN reconstruyera un estado burgués semicolonial, dependiente del imperialismo francés y norteamericano, en lugar del estado colonial anterior.”

En septiembre de 1975 ocho militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), partido antecesor de Izquierda Socialista, fueron asesinados por bandas fascistas amparadas por el gobierno peronista de Isabel Perón. Su asesinato fue un ataque al movimiento obrero y popular que entonces venía luchando contra el “Pacto Social” y el ajuste. Fue también un ataque contra el PST y su política revolucionaria. Hoy seguimos exigiendo justicia por nuestras compañeras y compañeros asesinados del glorioso PST y continuamos su legado.

Escriben: José “Pepe” Rusconi y Federico Novo Foti

La noche de 4 de septiembre de 1975 un grupo de jóvenes militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) de La Plata se dirigía hacia la fábrica Petroquímica Sudamericana para llevar dinero de una colecta en apoyo a su fondo de huelga. Pero nunca llegaron. Fueron interceptados, secuestrados y, luego de una terrible tortura, acribillados a balazos por una banda fascista. Sus cuerpos fueron tirados en La Balandra, playa de la ciudad de Berisso. Ellos eran, Roberto “Laucha” Loscertales, que había sido dirigente estudiantil en la Facultad de Ingeniería y trabajador del Astillero Río Santiago, Adriana Zaldúa, referente estudiantil de Arquitectura y trabajadora del Ministerio de Obras Públicas (MOP), Hugo Frigerio, delegado gremial del MOP, Ana María Guzner Lorenzo, delegada no docente de la UNLP y Lidia Agostini, joven odontóloga, integrante del frente de profesionales. Al día siguiente, alarmados por su desaparición, pero aún sin conocer su suerte final, se convocó a una asamblea en el MOP que resultó multitudinaria. Hacia allí se dirigían otros tres militantes del PST para repartir volantes denunciando los hechos. Pero tampoco pudieron llegar a su destino. Fueron interceptados y secuestrados a la vuelta del local central del PST de La Plata. Sus cuerpos también aparecieron acribillados al poco tiempo. Ellos eran, Oscar Lucatti, trabajador del MOP, Carlos “Diki” Povedano, trabajador de Previsión Social, y Patricia Claverie, estudiante de Ciencias Naturales. El asesinato de los ocho militantes del PST, perpetrado por bandas fascistas que actuaban al amparo del gobierno de Isabel Perón y el gobernador Victorio Calabró, buscó asestar un duro golpe al conjunto del movimiento obrero y popular de la región y, en particular, a la política revolucionaria que impulsaba el PST.

El regreso de Perón y la política del PST

El “Cordobazo”, la insurrección obrera y estudiantil del 29 de mayo de 1969, dejó herida de muerte a la dictadura militar de Juan Carlos Onganía. Alejandro Lanusse, uno de los sucesores de Onganía, lanzó el Gran Acuerdo Nacional (GAN), junto a dirigentes radicales y peronistas, para lograr una transición ordenada mediante el llamado a elecciones y el fin de la proscripción al peronismo. Su objetivo era frenar el ascenso de las luchas obreras y populares. Pero, a pesar del triunfo electoral del peronista Héctor J. Cámpora, en marzo de 1973, las luchas no cesaron. La burguesía y el imperialismo exigieron entonces que Juan Domingo Perón controlara directamente la situación. Perón, había regresado en noviembre de 1972 de su largo exilio. Era aún respetado y recordado por su resistencia al avance del imperialismo yanqui y sus concesiones a la clase obrera desde mediados de la década de 1940, por lo que logró un amplio triunfo en las elecciones de septiembre de 1973.

Entre tanto, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), fundado en 1972 y perteneciente a la corriente trotskista impulsada por Nahuel Moreno, en la coyuntura abierta por el GAN se dio a la tarea de construir un partido revolucionario inserto en la clase obrera. Debatió duramente con la guerrilla, planteando que ese no era el camino para la revolución en el país, sino la pelea por una nueva dirección para la clase trabajadora, con un programa y una política que enfrentara a la burocracia sindical, al peronismo y al propio Perón. Explicando pacientemente que Perón no volvía para reinstaurar los “días felices” del primer peronismo o para la “liberación nacional”, sino para frenar las luchas contra el ajuste con el “Pacto Social”. En esa perspectiva el PST presentó candidaturas independientes (Coral-Ciapponni y Coral-Páez) en las elecciones de 1973.

En efecto, tras su asunción en octubre de 1973, Perón se abocó a derrotar el ascenso. En 1974, bandas fascistas como Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) o Concentración Nacionalista Universitaria (CNU), organizadas desde el Ministerio de Bienestar Social conducido por el siniestro ministro José López Rega, comenzaron a realizar atentados contra locales y militantes de la JP, el PC y el PST. El 7 de mayo fue asesinado el militante del PST, Inocencio “Indio” Fernández, delegado combativo de la fundición Cormasa. El 29 sucedió la Masacre de Pacheco, donde fueron asesinados otros tres militantes. El PST denunció a las bandas fascistas como parte integrante del gobierno y llamó a las organizaciones combativas a derrotarlas construyendo brigadas o piquetes antifascistas. Pero su llamado no fue escuchado por la mayoría de las organizaciones.

El 1° de julio de 1974 murió Perón, asumiendo como presidenta María Estela Martínez, más conocida como Isabelita. Sin embargo, la verdadera conducción del país quedó en manos del “brujo” Lopez Rega, quien profundizó las medidas represivas y el plan de ajuste, cuando el flamante nuevo ministro de Economía, Celestino Rodrigo, promovió una devaluación superior al 100%, aumento de los servicios públicos y la liberación de precios, apoyado en el “Pacto Social”. Pero su plan fue derrotado por la masividad y la fuerza de la primera huelga general contra un gobierno peronista, el “Rodrigazo” de junio de 1975.

Seguimos exigiendo justicia

El “Rodrigazo” marcaría, en definitiva, el final del gobierno de Isabel. Comenzaba a incubarse entre la burguesía, el imperialismo y un grupo de militares la idea del golpe de Estado. Pero, entre tanto, continuaron actuando las bandas fascistas y centenares de activistas políticos, sindicales y estudiantiles aparecían muertos a diario. La región platense, que era escenario de varias luchas en las que la militancia del PST participaba activamente, fue una de las más golpeadas. El asesinato de los ocho militantes del PST fue entonces no sólo un ataque al movimiento obrero y popular que venía enfrentando el “Pacto Social” y el ajuste, sino específicamente contra militantes que aspiraban en cada lucha a construir una nueva dirección sindical y política de la clase obrera.

A partir del 24 de marzo de 1976, la dictadura militar buscó terminar con todo ese proceso. Pero pese a que dejó más de 30.000 detenidos desaparecidos, entre los que se cuentan más de cien militantes del PST, tras su caída, las luchas contra el ajuste y el saqueo del país por los sucesivos gobiernos radicales, peronistas o macristas al servicio de la burguesía y el imperialismo continuaron. Así también, desde hace 47 años, exigimos que la Masacre de La Plata se esclarezca y sus perpetradores sean juzgados y encarcelados. Denunciamos la impunidad y seguimos reclamando verdad y justicia. Hoy hacemos un especial homenaje y continuamos la tarea de aquellos militantes que entregaron sus vidas por construir un partido revolucionario que, inserto en el movimiento obrero y sus luchas, enfrente a los gobiernos capitalistas en el camino de conquistar un gobierno de las trabajadoras y trabajadores y por el socialismo.

Reivindicamos con orgullo al glorioso PST y levantando como siempre los puños bien en alto decimos, ¡compañeras y compañeros asesinados y detenidos desaparecidos del PST, hasta el socialismo siempre!



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