Falleció Abelardo Castillo: El escritor que creía en el socialismo

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Abelardo CastilloEscribe Tito Mainer

Su nombre se emparienta con una generación de escritores que abrieron fuego en los años sesenta con aquello que se dio en llamar el Boom de la literatura latinoamericana: García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar y Rulfo, entre muchos otros. Abelardo Castillo acompañó ese proceso con sus propios escritos –cuentos, dramas, novelas− y publicando revistas que hicieron época: El grillo de Papel (1959-1960) y, en especial, El Escarabajo de oro (1961-1974), que fue considerada la revista literaria más prestigiosa de la época y en la que colaboraron Liliana Heker, Alejandra Pizarnik, Vicente Battista, Ricardo Piglia, Isidoro Blaisten y su compañera, Sylvia Iparraguirre. El Escarabajo se permitía alertar a sus lectores “Nota: esconda usted esta revista; es subversiva”. Finalmente, dirigió El Ornitorrinco (1977-1986) que se convirtió en un bastión de oposición a la dictadura. En sus páginas, en 1981, se replicaron solicitadas de las Madres de Plaza de Mayo.

Su narrativa era de un crudo realismo, sus personajes pasaban por situaciones de crueldad y las historias eran, en su mayoría, graves, impactantes. Pero, crítico impiadoso del “realismo socialista”, se alejó de los círculos estalinistas afines al Partido Comunista para forjarse como un socialista independiente que se identificó con los procesos revolucionarios de los sesenta. Castillo abrió sus páginas a la crítica al marxismo “oficial”: “El escritor no necesita recurrir a la efusión panfletaria”, decía. Precisamente El Grillo… −clausurada por Frondizi− nació de una polémica “con la ortodoxia del Partido Comunista representada por la revista Gaceta Literaria, de Pedro Orgambide”, según comenta Sylvia Saítta. Sin embargo, Castillo se reconocía más como lector que como escritor: “Leyó, leyó, leyó literatura, teoría, leyó a Marx, a Borges, los clásicos, a Engels, a Sabato, a Lenin, a Cortázar”, dice Patricia Kolesnicov.

Impactado por la guerrilla del Che, el “Mayo francés”, y la guerra de Vietnam −temas que él rescató como telón de fondo de una sociedad que luchaba por una revolución − se acercó a la izquierda del Partido Socialista liderada por Juan Carlos Coral y a las ideas de León Trotsky. En plena dictadura de Onganía, firmó un artículo en Los de Abajo –periódico dirigido por Coral− y, luego, en los años del PST, se suscribió a Avanzada Socialista. No dejó de dar su aporte solidario a sus campañas financieras y fue firmante de la declaración del PST de septiembre de 1974 en repudio de la dictadura chilena.

En un reportaje que le realizaron en 2001 le preguntaron qué veía en la calle y Castillo reafirmó sus perseverantes adhesiones políticas: “Soy lo que en la antigüedad se llamaba un hombre de izquierda. Tal como está planteada, la realidad me parece asquerosa, no solo en la Argentina sino en lo contemporáneo. Pienso que hay demasiada gente que tiene más de lo que debería y una innumerable cantidad de gente que no tiene lo necesario. Ese es un orden social que hay que cambiar desde lo político y no desde las grandes palabras”. Abelardo Castillo falleció el 2 de mayo; tenía 82 años. Se fue con él “una voz potente con fe en la literatura y apuesta por el futuro”. Es este nuestro sentido homenaje a un compañero de ruta, a una conducta intachable y a su obstinado compromiso, socialista y libertario.


Abelardo Castillo, Mayo del 68: El escritor y Latinoamérica1

Hay temas que parecen agotados ni bien se enuncian, pero a los que, interminablemente, se nos exige volver. Ninguno tan debatido como este: la responsabilidad del escritor en América Latina. Ninguno tan fecundo en lugares comunes, en inutilidades. […] Brutalmente, la cuestión de la responsabilidad del escritor en América Latina puede ser zanjada con una palabra: escribir. Pero es justamente acá donde empiezan los debates: los “cómo”, los “desde dónde”, los “para quién”. […] Porque no habrá que repetir mucho también, en este rincón del dorado “Mundo Libre”: los hombres mueren de miseria o sobreviven como bestias para situarnos, nosotros y nuestra literatura en el centro de esa infamia.

De ahí le viene al escritor contemporáneo esa especie de complejo de culpa, de desconcierto, al juzgar su propio oficio. […] De qué sirve escribir libros, pensar, inventar ficciones, en un mundo donde los hombres deben rescatar su dignidad alzándose en los montes, viviendo y matando como animales para poder vivir y que otros vivan de una vez por todas como hombres. De qué modo se subleva el escritor junto con ellos, haciendo qué. Guevara se inmola en las selvas bolivianas, un pelotón suicida entra en la embajada norteamericana en Vietnam del Sur con la consigna de volarla y volarse con ella para dar a los otros hombres un símbolo. Cuál es nuestra inmolación, de qué modo aceptamos la muerte […]. O nos planteamos esto, para resolverlo del modo que sea, o no vale la pena seguir hablando de responsabilidad, de chicos que mueren de hambre, ni de literatura. […] La primera responsabilidad que se me ocurre, entonces: escribir, por ejemplo, cómo vivió Guevara. Hacer de la literatura un destino.

[…] No postulo, ridículamente, que se deban redactar novelas subversivas, dramas políticos, oditas con mensajes. Mucho más simple: hay que sumar conciencia, me parece, de que esta historia es abominable y decido (como sea) estar de lado de los que quieren cambiarla. Es una cuestión de decencia, no de género literario. […] Bertrand Russell ha dicho: “He rechazado la concepción de que solo los indiferentes son imparciales”. Hizo bien. Solo los imbéciles son indiferentes. […] La miseria es algo más que inmoral y algo más que absurda, la miseria es fea. No ya por necesidad histórica, por pasión artística debemos cambiar la vida.

1. Extractado de Los de Abajo Nº 8, p. 6, mayo de 1968.

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