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Mercedes Petit

Hace 50 años Frondizi privatizaba la enseñanza superior

La lucha entre “laica o libre”

El 19 de septiembre de 1958, más de 300.000 estudiantes se movilizaron hacia la Plaza del Congreso. Repudiaban la Ley Domingorena, que habilitaba la enseñanza privada. El presidente Arturo Frondizi, durante el verano del año siguiente, reglamentó definitivamente ese ataque a la universidad pública.

Una multitud reclamó la enseñanza estatal y laica ante el Congreso (19 de septiembre de 1958)

Una multitud reclamó la enseñanza estatal y laica ante el Congreso (19 de septiembre de 1958)

La dictadura gorila de Aramburu y Rojas, mediante el decreto 6.403 del 23 de diciembre de 1955, autorizaba “la iniciativa privada” para crear universidades que dieran títulos habilitantes. Así, por ejemplo, en 1956 comenzó a funcionar la Universidad del Salvador. Pero será Arturo Frondizi, elegido presidente en febrero de 1958 gracias a su pacto con Perón, que transformará el decreto en ley y dará un verdadero espaldarazo, a pesar de la masiva lucha estudiantil, a las universidades privadas.

El gobierno de Frondizi

Millones de obreros peronistas votaron por la UCRI, siguiendo disciplinadamente a su exiliado líder, el general Perón. Rápidamente, los hechos mostraron el carácter antiobrero y proimperialista del nuevo gobierno. Comenzó la inflación y las huelgas en defensa de los salarios. En julio, Frondizi anunció la entrega del petróleo a las empresas extranjeras (ver El Socialista Nº107, 16/7/08). Era el inicio de una creciente apertura a la penetración imperialista y a la represión contra los trabajadores.

Violeta o verde

El 26 de agosto de 1958, Frondizi anunció que se pondría en vigencia el artículo 28 del decreto 6.403/55 de los gorilas, autorizando la creación de las universidades privadas, a través de la Ley Domingorena, por el diputado de la UCRI que la presentó. Uno de los principales motores del proyecto era la Iglesia Católica, y también se favorecían las fundaciones imperialistas, que podrían instalarse en la educación superior.

La respuesta no se hizo esperar. La FUBA, de inmediato sacó 3.000 estudiantes a la calle en Buenos Aires, con el rector de la UBA, Risieri Frondizi, y el vice, Florencio Escardó, a la cabeza. Comenzaba lo que sería la más grande movilización hasta hoy del movimiento estudiantil argentino.

con los universitarios movilizados, con creciente participación de los secundarios. Los defensores de la enseñanza estatal y laica utilizaban un distintivo, una cinta violenta. Los “libres”, o religiosos, ya que eran mayoritariamente alumnos de los colegios católicos, un distintivo verde.

A pesar de la lucha, Frondizi siguió adelante

Los rectores de las siete universidades nacionales y la FUA pedían la derogación del artículo 28, una nueva ley universitaria, y que sólo las universidades nacionales fueran las encargadas de otorgar títulos habilitantes, manteniendo el monopolio estatal de la enseñanza. La indignación de los estudiantes y los docentes parecía endurecer al gobierno. El 6 de septiembre habló por radio el ministro de Educación, Luis R. Mac Kay, diciendo que no admitirían emplazamientos y defenderían la “libertad de enseñanza”.

El pico de la lucha se produjo el 19 de septiembre, con una multitudinaria movilización al Congreso, en defensa de la enseñanza laica y estatal, que habría superado los 300.000 manifestantes. Tres días antes, los partidarios de la libre habían reunido unas 60.000 personas en el mismo lugar. Uno de los principales defensores de la medida de Frondizi era Atilio Dell’ Oro Maini, católico ultraconservador que había sido el ministro de Educación de Aramburu.

Semejante rechazo no alcanzó para pararle la mano al gobierno y la ley fue aprobada. En los primeros días de octubre siguió el movimiento, con disturbios, heridos y represión policial. Fueron prohibidos por 30 días los actos públicos.

Eran los primeros pasos de lo que vendría, la represión a los obreros del frigorífico en enero, a las grandes huelgas de bancarios y ferroviarios, el ataque a los ferrocarriles estatales con el Plan Larkin, y el Plan Conintes.

Para evitar nuevas movilización, el gobierno aprovechó el receso del verano. El 11 de febrero de 1959 fue reglamentado el nefasto artículo 28. Pudieron así comenzar a instalarse las universidades privadas. Rápidamente se habilitó la del Salvador y surgieron la Católica y también la de Belgrano.

Desde entonces, no se detuvieron más los ataques a la universidad pública.


Universidades privadas: 50 años de mediocridad y oscurantismo

Primero fueron las religiosas, comenzando por la UCA (Pontificia Universidad Católica Argentina) y El Salvador. Les siguieron las católicas provinciales. Luego surgieron universidades privadas “laicas”, generalmente ligadas a algún gran empresario fundador: la de Belgrano, UADE, John Kennedy y otras de menor renombre. Finalmente, en la década del noventa, la Ley de Educación Superior menemista aflojó aún más los requerimientos y aparecieron “universidades de todo tipo y color”: desde instituciones especializadas de renombre que se pusieron el título “universidad” como el caso de la Favaloro o la Di Tella, o el instituto económico ultraliberal de los “Chicago boys” (Cema); pasando por instituciones que difícilmente calificarían como terciarios, como la “universidad” de Flores, o la “empresarial del Siglo XXI”; hasta sectas religiosas como el Opus Dei (Austral) o la secta Moon, con la Universidad Abierta Interamericana. Hoy, existen en total 42 instituciones reconocidas por el ministerio de Educación de la Nación como “universidades privadas”.

¿Qué han aportado a la ciencia y a la formación superior? Poco y nada. Oscurantismo, como las religiosas, con sus currículas llenas de materias de teología. O sus “Consejos de Rectores”, siempre dispuestos a probar “científicamente” cuanta barbaridad sostenga la Iglesia Católica. Mediocridad académica, con instituciones que otorgan títulos de segunda, hecho reconocido por las propias empresas capitalistas, que siguen prefiriendo los profesionales egresados “de la estatal”. Y salarios de hambre para sus docentes, ya que se paga menos aún que en la universidad pública.

A 50 años de la “laica o libre”, las vapuleadas universidades públicas argentinas, sin presupuesto, siguen siendo reconocidas en el mundo como las mejores del país, gracias a la lucha de sus estudiantes, docentes y no docentes. Gratuidad, libre ingreso, autonomía y cogobierno: parte de las consignas de la “laica”, aún hoy pendientes, y cuya lucha continuamos.

José Castillo


Palabra Obrera en la pelea por la laica

En 1957 ya se notaba en el movimiento estudiantil la pérdida de apoyo al gobierno gorila de la “Libertadora”. Entre otras corrientes, ganaba peso el frondizismo. Palabra Obrera, la organización que encabezaba Nahuel Moreno, era esencialmente una corriente del movimiento obrero y, desde sus inicios, participaba en la resistencia y en la formación de las 62 Organizaciones impulsadas por el peronismo. En las facultades de Farmacia, Derecho, Económicas y Medicina de la UBA había formado una agrupación, ARUBA, con contactos también en La Plata y Bahía Blanca. En noviembre de 1957, su conducción presentó un pedido de ingreso en el plenario de las 62 Organizaciones, que fue aprobado por amplia mayoría. Fue la única agrupación estudiantil que se integró (con voz y sin voto) a las 62 y que defendió al movimiento obrero en la universidad.

Aunque con fuerzas pequeñas, los estudiantes de Palabra Obrera participaron activamente en la lucha contra la Ley Domingorena. Reclamaban una universidad para todos, laica y estatal, en la cual realmente pudieran estudiar los hijos de los trabajadores y el pueblo. Decía en su periódico: “…tampoco debemos permitir jamás la posibilidad de universidades controladas por Braden*. Jamás debemos permitirles que con la plata que ganan del sudor y el hambre de la clase trabajadora mantengan universidades para perfeccionar la educación de privilegio. …”

 

* Spruille Braden era el embajador yanqui que en 1945 impulsó la Unión Democrática contra Perón. Citado en El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina. Ernesto González (coordinador), tomo 2.


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