Escribe Nahuel Fernández Comisión Directiva FUA
El diluvio del 30 de agosto no impidió que la movilización en defensa de la educación pública convocada por los gremios docentes universitarios se transforme en la convocatoria más grande de los últimos tiempos. La masividad de las marchas en Capital y en todo el país demostró que había calado en sectores amplios de la población una preocupación concreta: este gobierno pone en riesgo el acceso de las presentes y futuras generaciones a la educación pública.
La previa a esa marcha había sido el paro docente universitario más largo desde el 83 a la fecha, y sobre todo, la entrada en escena del movimiento estudiantil universitario. Hay que remontarse a la reacción contra la aprobación de la Ley de Educación Superior en 1995 para encontrar un tendal de tomas de facultades como el de este año. Córdoba dio el puntapié inicial, y el ejemplo de la ocupación de las casas de estudios se esparció. Como también se replicó el ejemplo de remover la iconografía religiosa de las facultades. “¡Iglesia y Estado, asunto separado!” fue la consigna que el movimiento estudiantil también tomó como propia, actualizando así el legado anticlerical de la Reforma Universitaria en su centenario.
La ausencia de una coordinación nacional
Sin embargo, a la explosión estudiantil le faltó hacer carne un programa que estructure las propias reivindicaciones más allá de acompañar el reclamo salarial docente. Y cuando la burocracia kirchnerista firmó la paritaria a la baja, el proceso comenzó a desgajarse. La conducción de la Federación Universitaria Argentina, en manos de la UCR-Cambiemos, naturalmente estuvo del lado de enfrente de la lucha. Y la ausencia de una referencia de dirección alternativa se pagó caro.
La propuesta que hicimos desde la Juventud de Izquierda Socialista de un encuentro nacional del movimiento estudiantil en lucha apuntaba a trabajar contra esa debilidad del movimiento. Pero las corrientes a la cabeza de federaciones regionales -a pesar de que se votó en asambleas de todo el país- le dieron la espalda.
La falta de ese programa y esa conducción alternativa dificultó además poder unir los reclamos universitarios con los que crecían en los terciarios y secundarios. Desde la pelea contra la Unicaba, hasta los cierres de profesorados por parte de Vidal en la provincia de Buenos Aires, la pelea contra la Secundaria del Futuro y las pasantías truchas, los reclamos edilicios y presupuestarios, todo traza un hilo común que es el combate al desfinanciamiento y a las reformas educativas que impulsa el gobierno nacional en complicidad con los gobernadores peronistas.
El saldo
A nivel de la pelea por la conducción del movimiento estudiantil, en 2018 se siguió desarrollando el proceso de extensión del peso de la izquierda en la disputa con el peronismo y el kirchnerismo por centros de estudiantes secundarios y terciarios en el conurbano bonaerense. Proceso del que desde la Juventud de Izquierda Socialista hemos sido parte, entre otros ejemplos, recuperando para la lucha centros como el del ex Polivalente de arte de Guillón, el Integral de Munro, refundando el de la Media 20 de La Matanza, y en terciarios el 55 de Escobar, y reteniendo el 45 de Haedo.
Por otro lado, a nivel universitario, las elecciones posconflicto de la UBA y La Plata demostraron un fuerte retroceso de la Franja Morada-UCR. A nivel de la izquierda el balance es contradictorio. Dado que, por un lado, la principal federación regional del país, la FUBA, por política del PO terminó entregando su independencia política (ver nota). Pero por otro lado, se conquistaron importantes triunfos como el de Medicina, y sobre todo, el de Psicología de La Plata, donde un frente entre las fuerzas del FIT y un enorme movimiento autoconvocado lograron ganarle al kirchnerismo el centro de estudiantes.
Pero esencialmente, el saldo de 2018 será que miles de jóvenes que venían participando de otras luchas, como la de justicia por Santiago Maldonado, o por el aborto legal, ahora definieron tomar partido de forma también en defensa de la educación pública. Es necesario aprovechar esta tonificación del movimiento estudiantil para avanzar en la construcción de un gran sujeto político que luche junto a los trabajadores contra el ajuste de Macri y el FMI.
En el marco de la rebelión estudiantil nacional el 12 de septiembre, estudiantes de la sede en Fiske Menuco, de la Universidad Nacional de Río Negro, decidieron tomar el vicerrectorado.
Las autoridades peronistas, el rector Del Bello y el vicerrector Arzone, no dispusieron ningún tipo de dialogo con lxs estudiantes y docentes de la toma e hicieron una denuncia penal contra dos docentes que la estaban apoyando. La decisión de la asamblea fue seguir con la toma hasta que se retire la denuncia, rechazando esta criminalización de la protesta como la que vienen sufriendo lxs estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba. Del Bello, si bien dijo que no quería fuerzas represivas dentro de la universidad aclaró que era necesaria una “intervención más fuerte”.
Así, finalmente el juez Greca autorizó el desalojo y el 10 de este mes cincuenta efectivos de gendarmería desalojaron con represión y de forma escandalosa a lxs estudiantes.
Desde la Juventud de Izquierda Socialista repudiamos la represión llevada adelante por las fuerzas de Bullrich y rechazamos la criminalización de la protesta.
Escriben Pilar Barbas, vicepresidenta del CEFyL y Gastón Godoy, de la Juventud de Izquierda Socialista – Sociales
El 10 de diciembre se llevó adelante un congreso de la Federación Universitaria de Buenos Aires de elección de autoridades que quedará en la historia. Durante los últimos 17 años la FUBA tuvo una conducción independiente políticamente de las autoridades de la UBA, del PJ-Frente para la Victoria y de la UCR-Cambiemos. El acuerdo político entre el Partido Obrero y La Mella presidencia, La Cámpora junto a Nuevo Encuentro en la vice, y otras agrupaciones estudiantiles del PJ, liquida esta independencia política. Es el propio PO quien pone fin a la “FUBA piquetera” para avanzar en una conducción común con quienes llevan como candidatos a quienes reprimían los piquetes en los años posteriores al Argentinazo, como Aníbal Fernández. Por lo bochornoso de este acuerdo, las nuevas autoridades definieron aprobarlo en un congreso fuera del período de clases, escondido del debate en la base estudiantil, sin asambleas, ni discusión en los cursos.
El avance del kirchnerismo en la UBA no fue casual, hace años venimos denunciando la falta de una política para la lucha del PO desde la presidencia de la federación, que abona al avance de las corrientes patronales. La prueba más clara de esto es la política de la conducción del centro de estudiantes de Veterinaria (que es donde más años lleva reeligiéndose el PO) al que no se le conoce una iniciativa de lucha ni siquiera en el marco del estudiantazo de este año.
Ante este pacto entre la Juventud del Partido Obrero y las organizaciones juveniles del PJ, desde la juventud de Izquierda Socialista nos presentamos junto a la Juventud del PTS en la lista del Frente de Izquierda. Desde allí planteamos que rechazamos poner la federación estudiantil al servicio de militar la campaña de Cristina en 2019 que quiere ganarle a Macri para seguir pagando la deuda externa con la plata de la educación pública, como reconoció el mismo Kicillof. Queremos una federación que salga a luchar sin contradicciones junto al movimiento de mujeres por el aborto legal, que pelee por el no pago de la deuda, contra la LES, la Coneau y la privatización de la educación pública.
Contra las maniobras del PO que quiere hacer pasar como organizaciones de lucha a La Cámpora y el resto de las organizaciones juveniles del PJ kirchnerista, desde la Juventud de Izquierda Socialista somos claros en algo que debería ser una obviedad: no estamos de acuerdo en unirnos con el peronismo en un frente político. Por el contrario, militamos por organizaciones estudiantiles que se planteen la unidad con los trabajadores que enfrentan el ajuste, no con los partidos patronales que cuando ocupan el gobierno garantizan el avance de la privatización de la educación pública.
Escribe Mariana Morena
A fines de la Primera Guerra Mundial un motín de marineros fue el inicio de una revuelta obrera que se extendió por toda Alemania, logró el fin de la monarquía y avanzó por un “gobierno de consejos”, similar al de los soviets en Rusia. El Partido Socialdemócrata alemán traicionó la revolución, concilió con sectores burgueses y aristocráticos y, en alianza con el comando militar, encabezó la contrarrevolución que liquidó el levantamiento espartaquista y a sus principales referentes, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.
Tras cuatro años de guerra interimperialista, el hartazgo de soldados, trabajadores y campesinos alemanes por las penurias padecidas, junto con el impacto que provocó la derrota del imperio alemán, se expresaron en un amotinamiento en la flota militar apostada en Kiel. A fines de octubre de 1918, los marineros se negaron a intervenir en la última batalla contra los británicos. Respondiendo a la represión del motín, desarmaron a oficiales, ocuparon los barcos y liberaron a los presos. Formaron un “consejo de trabajadores y soldados” que tomó el control del puerto y envió delegaciones a todas las grandes ciudades alemanas. La revolución se extendió rápidamente.
La traición del Partido Socialdemócrata alemán (SPD)
Ya hacía varias décadas que el SPD estaba a la cabeza del movimiento obrero alemán y de los congresos de la II Internacional. Para 1914 tenía un millón de miembros, dos millones de afiliados en los sindicatos, 110 diputados nacionales, 220 provinciales y 2.886 municipales. Publicaba noventa periódicos en todo el país. Su primera gran traición a la clase obrera se produjo en agosto de 1914, cuando sus diputados votaron a favor de los créditos de la guerra, apoyando la participación en la “carnicería” interimperialista por el reparto del mundo. La excepción fue Karl Liebknecht, quien por este motivo fue expulsado del partido y detenido a solicitud del mismo SPD. Junto con Rosa Luxemburgo y otros marxistas revolucionarios, que más tarde fundarían la Liga Espartaquista, fueron perseguidos y encarcelados por el káiser por denunciar la “unión sagrada” y la “paz civil” para intervenir en la guerra contra “el enemigo de afuera”.
De la revolución alemana a “el orden reina en Berlín”
Desde 1916 el poder pasó a manos del Comando Militar Supremo y se impuso el estado de sitio. En abril de 1917 el SPD se dividió en dos fracciones: una mayoría liderada por Friedrich Ebert, y una de “independientes” (Kautsky, Bernstein) que, junto con los espartaquistas, estaban por el fin inmediato de la guerra y la democratización, si bien carecían de programa político. Ese año hubo masivas huelgas organizadas de aproximadamente 300.000 trabajadores de la industria bélica en Berlín, Leipzig y Dusseldorf, y en enero tuvo lugar un verdadero “ensayo de revolución”, con un millón de trabajadores movilizados por los consejos de trabajadores y soldados. Cada vez más manifestantes luchaban por el fin de la guerra, la paz sin anexiones, contra la carestía de la vida y la monarquía. El káiser se vio forzado a prometer elecciones generales y Ebert se sumó a la dirección de los consejos, formados mayoritariamente por huelguistas del SPD, para frenar la movilización.
En agosto de 1918 cayó el frente occidental alemán, y a fines de octubre se inició el motín de los marineros que encendió la llama de la revolución por toda Alemania. “Si el emperador no abdica, la revolución social es inevitable. Pero yo no la quiero, la odio con toda el alma”, declaró Ebert. El káiser Guillermo II abdicó el 9 de noviembre y todos los príncipes de los estados alemanes lo hicieron en los días siguientes. El príncipe Max von Baden asumió como canciller de la república burguesa, con poder subordinado a la mayoría del Parlamento. El SPD celebró “el nacimiento de la democracia alemana” y se dispuso a conciliar con los partidos burgueses para definir la forma del Estado en el marco de la continuidad del régimen capitalista.
Pero ya en la noche del 8 de noviembre un centenar de jefes revolucionarios habían ocupado el Reichstag (parlamento). Conformaron un “consejo de representantes del pueblo” y llamaron a un congreso de los consejos de soldados y trabajadores. Mientras tanto, Ebert asumía como canciller del “nuevo gobierno de obreros”. Era una auténtica farsa: el aparato administrativo y represivo del Estado se mantuvo intacto. Para acabar con la radicalización del proceso, Ebert pactó con el alto mando del ejército y sus fuerzas paramilitares (llamadas Freikorps, afines a la monarquía) terminar con la influencia de los consejos.
La ausencia de partido revolucionario: un factor determinante
Hacia fines de diciembre los espartaquistas se decidieron a separarse de los socialdemócratas y fundar el Partido Comunista de Alemania (KPD). Rosa Luxemburgo redactó su programa. Pero ya era tarde. En enero un levantamiento con Liebknecht a la cabeza exigió el derrocamiento del gobierno y fue sofocado violentamente. Con la anuencia del propio SPD, que así terminó de consumar su segunda traición histórica a la clase obrera, cientos de trabajadores revolucionarios fueron fusilados por los Freikorps solo en Berlín. La noche del 15 de enero de 1919, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron apresados, torturados y asesinados. La falta de una dirección revolucionaria independiente, consolidada y consecuente como la de los bolcheviques de Lenin y Trotsky en Rusia, impidió que el levantamiento de los trabajadores alemanes impulsara la revolución europea que pudo haber cambiado definitivamente el curso de la historia.
Escribe Mariana Morena
El único modo de homenajear a Rosa Luxemburgo es seguir preparando la revolución a la que ella dedicó su vida. Nació en 1871 en Polonia bajo la dominación del regimen zarista ruso. Pertenecía a una familia de comerciantes judíos. Cuando tenía 15 años comenzó su militancia en el partido revolucionario Proletariat.
Tenía plena conciencia de la discriminación a la que estaba sometida por su condición de mujer, judía y polaca, pero no se dejó doblegar. Luchó por el socialismo, que iba a acabar con toda opresión, explotación y genocidio. Su apuesta por el socialismo y su confianza en la clase trabajadora como pilar de la victoria final de la revolución eran indiscutibles. “Si no se avanza hacia el socialismo solo queda la barbarie”, afirmaba. Y se preguntaba “¿acaso hay más patria que las masas de trabajadoras y trabajadores?”, desde el hondo sentido humanitario que inspiraba su arrolladora militancia revolucionaria.
De Varsovia pasó clandestinamente a Zürich, donde fue una estudiante destacada y se vinculó al movimiento de socialistas polacos en el exilio, en el que conoció a quien sería varios años su compañero, Leo Jogiches. Una vez en Berlín, ingresó al SPD, donde se vinculó con Clara Zetkin y se convirtió en líder de su ala izquierdista. Fué una gran luchadora feminista, por el voto universal y contra el feminismo burgués. En 1910, en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, impulsó el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora en memoria de las trabajadoras textiles que murieron carbonizadas en Nueva York luchando por mejores salarios y jornadas de menos de diez horas.
Rosa se destacó como teórica marxista, aguda polemista y como agitadora de masas que lograba conmover a grandes auditorios obreros. Escribió libros y fue redactora de periódicos y folletos. No temió involucrase en los grandes debates marxistas de la época. Así, refutó la tendencia revisionista de Bernstein en el libro “Reforma o revolución”, de 1899, donde planteó la vigencia de la revolución y la lucha de clases frente al logro de conquistas obreras por medio de la democracia parlamentaria. En 1905, al estallar el “ensayo de revolución” en Rusia, criticó equivocadamente las concepciones de “centralismo democrático” del partido revolucionario y “dictadura del proletariado” que defendía Lenin, así como su postura sobre la cuestión nacional. Sin embargo, en 1917 apoyó a los bolcheviques en todas las cuestiones fundamentales y fue una firme defensora de la revolución rusa.
Lenin dijo de ella que era representante del “marxismo sin falsificaciones”.
Ante la inminencia de la primera guerra dio una feroz “guerra a la guerra” contra la claudicación de la socialdemocracia (“un cadáver putrefacto”) y la Segunda Internacional al apoyar a sus propias burguesías, y agitó por la objeción de conciencia contra el servicio militar. Esto le valió la cárcel durante los cuatro años que duró la guerra, de la que salió para unirse a sus compañeros de la Liga Espartaco en las jornadas revolucionarias de noviembre y diciembre de 1918. La tardía fundación del Partido Comunista Alemán no la hizo dudar sobre la feroz contraofensiva que preparaba el gobierno socialdemócrata frente a la falta de una dirección revolucionaria para las masas movilizadas y sus organismos. Pero permaneció en su trinchera de lucha hasta el final. El 15 de enero de 1919 fuerzas paramilitares la secuestraron y mataron salvajemente en Berlín junto con Liebknecht, arrojando su cuerpo a un canal. El congreso de fundación de la Tercera Internacional los declaró sus mejores representantes. Los socialistas revolucionarios reivindicamos una vez más la lucha apasionada e inclaudicable de la Rosa Roja y, en nombre de la revolución, con ella seguimos afirmando: “¡Yo fui, yo soy, yo seré!” (*).
(*) Del último texto de Rosa Luxemburgo, “El orden reina en Berlín”, redactado pocas horas antes de ser secuestrada y asesinada.