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Una perspectiva socialista dentro del movimiento de lucha ambiental

Publicado en Rabia N° 2

Escriben Nicolás Núñez, Legislador porteño electo y Barbara Casiva, Presidenta del Centro de Estudiantes del ISFD 45 de Haedo

El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático ha establecido la siguiente conclusión: a partir de calcular cuantas gigatoneladas de carbono podrían ser emitidas sin provocar un aumento de la temperatura global superior al 1,5°, se estipuló que nos quedan solo siete años y medio de emisiones si se sostiene el nivel de contaminación actual. Si la destrucción ambiental capitalista provoca un aumento de temperatura global por encima de ese punto de inflexión las consecuencias naturales, sociales, civilizatorias, se tornarán impredecibles, sino incontrolables. Al punto de que la inhabitabilidad de vastas zonas del planeta, o la propia extinción humana, no están descartadas.

Las medidas que se requieren para frenar  la  destrucción  ambiental  no  entra en el actual sistema económico y político, como ha señalado Greta Thunberg en un podcast recientemente publicado. La moda del “green washing” (el lavado de cara “verde” del mercado) y el “Green New Deal” no son una salida. Y generan la falsa ilusión de que sin medidas drásticas se puede resolver el problema, cuando lo ne- cesario es romper contratos de negocios a gran escala, atacar la ganancia capitalista y entender la crisis de la mano de dar lugar a las recomendaciones casi unánimes del mundo científico. Nuestra conclusión es: si el sistema económico y político capitalista es el freno a los cambios necesarios, el socialismo y los gobiernos de lxs trabajadorxs son el camino para su superación.

No hay tiempo ni para otra decepción ni para andar sin rumbo

En su libro “Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima”, la reconocida periodista e investigadora Naomi Klein señala que el movimiento ambientalista (estadounidense y europeo) habría alcanzado su “mayoría de edad” después de la Cumbre de la ONU sobre el clima de 2009 en Copenhague. Allí, las expectativas que había despertado en amplios sectores el gobierno de Barack Obama y sus promesas de compromisos estructurales para combatir el cambio climático, se disiparon abruptamente al no contemplarse ningún compromiso vinculante de reducciones de emisiones de gases de efecto invernadero. “Fue el momento en que finalmente [el movimiento ambientalista] se convenció de que nadie iba a acudir a salvarnos”, concluye Klein.

En América Latina podríamos también trazar un paralelo de decepciones a escala continental. El saldo ambiental de la etapa de los gobiernos llamados “progresistas” es categóricamente nefasto. En Bolivia, el período de “capitalismo andino” –como lo definió el ex vicepresidente Álvaro García Linera– implicó el avance del desmonte y la destrucción ambiental con iniciativas como la construcción de una carretera a través del Territorio Indígena y Área Protegida Selvática (TIPNIS). Sostuvo un modelo de extracción dirigido por las multinacionales saqueadoras más allá de todo discurso. Al servicio del negocio de los agrocombustibles se avanzó en la destrucción de la Amazonia del lado de Bolivia. Esto también se produjo del lado brasilero donde Bolsonaro profundizó una serie de políticas que habían sido una constante durante los gobiernos del PT de Lula y Dilma. En Ecuador, Rafael Correa reprimió al movimiento campesino que se opuso a la continuidad un modelo económico de agronegocios y saqueo de recursos naturales por parte de las multinacionales. En Venezuela el chavismo entregó en 2016 el 11% del territorio nacional en concesiones de explotación megaminera a empresas como la Barrick Gold, y se estima que entre 2008 y 2018 se derramaron más de 800 mil barriles de petróleo. Al mismo tiempo, los gobiernos “bolivarianos” consagraron al país como uno de los de mayor tasa de deforestación anual del mundo: entre 2014 y 2019 de destruyeron casi tres millones de hectáreas de la Amazonía venezolana. En Argentina fueron los gobiernos kirchneristas quienes introdujeron al territorio nacional la megaminería, profundizaron cualitativamente la sojización del suelo, promovieron el desmonte al servicio de extender el agronegocio, y coronaron toda esa política con el pacto secreto con Chevron, y el megaproyecto de fracking de Vaca Muerta.

A los gobiernos de la “ola progresista” los sucedieron o suceden toda otra serie de gobiernos que desde ya no generan ninguna nueva expectativa desde el punto de vista ambiental, económico o social. Queremos discutir fraternalmente con quienes dentro del movimiento de lucha contra la destrucción de la naturaleza sostienen: a) que es indiferente quién gobierna, o b) que nuestros problemas se solucionan con la llegada al gobierno de nuevas expresiones relacionadas con aquellos gobiernos progresistas.

Nos parece un debate urgente y necesario, porque, como marcamos en el apartado anterior, la proximidad de puntos de no retorno de destrucción ambiental hacen que quede claro que no tenemos tiempo para depositar expectativas nuevamente en gobiernos del doble discurso, y mucho menos para andar sin rumbo. Las voces de protesta que hoy se alzan en el mundo corren el peligro de disiparse en innumerables combates asimilados o aplastados por las herramientas políticas y económicas del capitalismo, sus estados y sus gobiernos. Además de luchar necesitamos  levantar con claridad un programa político y construir la herramienta política para postular una transición social y ambiental.

La independencia política

Encontramos posiciones dentro del movimiento ambientalista en las que el problema de quién gobierna es subestimado. Y entonces el accionar político se orienta esencialmente a la crítica de alguna práctica contaminante, o a la denuncia de determinados métodos de producción y consumo, pero sin señalar las responsabilidades políticas detrás de la habilitación de estos crímenes ambientales. En nuestro país, vemos con preocupación que una parte de las agrupaciones ambientalistas que combaten el fracking, los agronegocios, la megaminería contaminante, depositan un alto nivel de expectativas y acciones en común con el gobierno de Alberto Fernández que es garante y promotor de cada una de esas actividades.

El movimiento ambientalista debe tomar nota de que ya es parte del ADN del Partido Justicialista bancar a la Barrick Gold, a Chevron, a Bayer, a Monsanto así como sostener la altísima concentración del campo, y la propiedad en manos de monopolios extranjeros de los puertos de nuestro país.

A este gobierno es necesario enfrentarlo en las calles como lo hicimos cuando Alberto  recién  asumido salió a bancar la megaminería en Mendoza (gobernada por radicales) y Chubut (gobernada por peronistas).

Es necesario poner en pie una gran coordinación para la movilización de las organizaciones ambientalistas, políticas, culturales, juveniles, para golpear como un solo puño. El criterio de este agrupamiento tiene que ser, en primer lugar, levantar un programa de reivindicaciones urgentes: como ser, la declaración de la emergencia climática; NO a la megaminería; Rechazo al proyecto de Ley de Hidrocarburos del gobierno que viene a profundizar el fracking y el saqueo de nuestros recursos naturales; fuera Bayer-Monsanto, no a la “Ley de Semillas”; en defensa del agua y los hu- medales; freno al desmonte; respeto de los pueblos originarios agredidos por la voracidad del agronegocio; apoyo a cada uno de los reclamos ambientales de nuestro país, defender la autoridad de los pueblos para vetar instalaciones productivas contaminantes.

Al calor de esas luchas debemos ir creando un programa de transición ecológica, transformar a nuestro país en vanguardia de esa perspectiva a nivel mundial.

Esa orientación requiere una independencia, pero no la “apolítica”. Dentro de ese movimiento debemos estar quienes somos parte de partidos políticos y quiénes no lo son; quienes peleamos por un gobierno distinto a éste, pero también quienes lo votaron y aún sostienen expectativas, y quienes no tengan posición al respecto. Pero se requiere un único criterio de delimitación organizativo: que a su lucha nadie pueda ponerle ni un veto ni un freno. Que vaya hasta el final. Y que para eso sea independiente, en su programa y sus acciones, del gobierno nacional y los gobiernos provinciales. Es este horizonte de movilización y lucha, también, la mejor vacuna contra los permanente intentos de cooptación del movimiento ambientalista por parte de los gobiernos.

Nuestra invitación dentro del movimiento ambientalista

Dentro de ese movimiento que entendemos necesario impulsar con fuerza en nuestro país, desde Izquierda Socialista nos proponemos intervenir sin sectarismo para ganar toda pelea que tengamos por delante. Pero al mismo tiempo explicando que las petroleras, las multinacionales del agronegocio, Bayer-Monsanto, etcétera, no van a entregar sus mega-ganancias dentro de los márgenes de las reglas de juego del capitalismo. Solo la movilización revolucionaria puede imponer los cambios bruscos que la realidad ambiental requiere. De ahí que sea ineludible la búsqueda de la unidad del movimiento ambientalista con el conjunto de los explotados y oprimidos.

Por eso es estratégico dar cuenta de que las medidas para frenar la catástrofe ambiental, son similares a las que se necesitan para terminar con el hambre y la pobreza. Terminar con el sometimiento de la deuda externa para poner todos los recursos económicos del país al servicio de las necesidades populares y la transición ecológica. Frenar el saqueo contaminante de nuestros recursos naturales, re-estatizándolos para ponerlos bajo control de sus trabajadorxs y en colaboración con los organismos científicos estatales.

Terminar con la voracidad del agronegocio y la concentración de la tierra y la producción de alimentos, para desarrollar un plan alimentario que sea realizable bajo parámetros de armonía con la naturaleza. Desarrollar una unidad cooperativa entre los distintos países para planificar la economía al servicio de las necesidades populares, terminando con la competencia entre países que imponen las fronteras de los estados capitalistas.

Probablemente ninguna tarea en la historia de la humanidad haya tenido tanta trascendencia como la que cobra hoy en día construir la herramienta política que pueda aportar a dirigir este proceso. Nuestra invitación final es hacia toda persona que quiera sumarse a compartir con nosotrxs la satisfacción moral de no gastar la vida en el usufructo de los últimos tiempos de un planeta plagado de pobreza y camino a su colapso, si no en entregarla a la difícil batalla por construir un porvenir socialista de plena libertad que termine con la opresión y la explotación de la mano de establecer una relación armónica con la naturaleza.