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Suspender las patentes y centralizar los recursos para lograr vacunas para todos

Escribe Reynaldo Saccone, ex presidente de la Cicop

Las patentes garantizan que nadie, salvo las multinacionales farmacéuticas -sus propietarias-, pueda producir las vacunas y así asegurar sus fabulosas ganancias. Éstas provienen de la transferencia, en primer lugar, de los gobiernos de los países imperialistas que enviaron en total más de 110 mil millones de dólares de dinero público a las monopolios farmacéuticos para financiar la investigación y producción. Estos gobiernos, incluso, les permiten apropiarse de los avances de la ciencia, que son producto del trabajo constante de universidades, institutos de investigación y hospitales públicos. De esta manera, las vacunas que son resultado de un esfuerzo colectivo, y por lo tanto patrimonio de la humanidad, terminan siendo propiedad de los monopolios farmacéuticos permitiéndoles ganar miles de millones de dólares.

El planteo de Joe Biden de suspensión de las patentes ha sido combatido por las multinacionales. Sus voceros sacan a relucir diversos argumentos. El primero es que “la patente al garantizar la ganancia estimula la investigación”. Pero la investigación no depende de la búsqueda de ganancia. Ni Jonas Salk y Albert Sabin que descubrieron las vacunas contra la polio las patentaron; tampoco Fleming, la penicilina. Otro argumento, el de Bill Gates, es que “no hay capacidad tecnológica fuera de las grandes empresas monopólicas actuales y que hay que esperar años hasta que otras estén en condiciones de operar”. Lo que en realidad Gates está pidiendo es más plata del Estado para financiar el aumento de producción y mayores ganancias para las empresas.

Los monopolios farmacéuticos han llegado a una óptima relación costo beneficio y no tienen ninguna necesidad de aumentar su producción de vacunas. Ésta ya fue financiada por el Estado, vendieron ya su producción cobrando gran parte por adelantado, obtuvieron contratos leoninos con cláusulas de confidencialidad que ocultan los verdaderos precios, lograron leyes a su medida -como en nuestro país- y, finalmente, tienen las patentes que aseguran su monopolio. Este es el verdadero negocio de las multinacionales. Por esta razón están condenadas al fracaso las soluciones basadas en acuerdos de “buena voluntad” con las multinacionales como la transferencia gratuita de tecnología propiciada por la OMS y la iniciativa Covax de vacunas para países semicoloniales. Un ejemplo de lo que decimos es Pfizer, que a fin de año totalizará 2.500 millones de dosis y ofreció donar a este programa 40 millones, apenas el 2% de su producción.

La suspensión de patentes es posible

 Hay antecedentes. En los años ’90, Sudáfrica y Brasil desconocieron las patentes de remedios contra el SIDA. En el 2001, por la crisis del ántrax, fueron Estados Unidos y Canadá quienes suspendieron la patente de la ciprofloxacina. La situación actual, muchísimo más grave requiere acciones más amplias. La posición de Gates de que “no hay capacidad tecnológica suficiente” sería cierta, pero sólo en el caso de que se mantuvieran las condiciones actuales de producción. Se trata de hacer una amplia transformación de la industria farmacéutica al servicio de aplastar la pandemia. Una decisión política del tipo de la que hizo el gobierno norteamericano en la Segunda Guerra Mundial para derrotar al nazismo que, entre otras cosas, readaptó las fábricas de autos para hacer aviones. Ahora, se trata de poner la industria farmacéutica a vacunas, volcando todos los recursos, centralizados por el Estado, para garantizar no solo las vacunas sino también la totalidad de los insumos que se utilizan para fabricarlas. Por eso, es necesario continuar la lucha por liberar las patentes y centralizar los recursos para garantizar vacunas para todas y todos.