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A treinta años de la reunificación alemana

Escribe Francisco Moreira

El 3 de octubre de 1990 se firmó el tratado de unificación que, tras la caída del Muro de Berlín un año antes, selló formalmente la reunificación alemana. El pueblo alemán derrotó a la dictadura del partido único en el sector oriental y acabó con la división del país. Sin embargo, los desastres del falso socialismo de la burocracia estalinista y la ausencia de una dirección revolucionaria dieron lugar a la restauración capitalista. Sigue pendiente la tarea de avanzar hacia un verdadero socialismo con democracia obrera.

En mayo de 1945 se produjo la rendición de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Hitler se suicidó cuando las tropas del ejército soviético tomaron Berlín, la capital de Alemania. Tras su triunfo, la burocracia de la URSS, encabezada por José Stalin, y los líderes imperialistas Winston Churchill (primer ministro inglés) y Franklin Roosevelt (presidente de los Estados Unidos) pactaron dividir el país. Así comenzaron a crear “esferas de influencia” para reconstruir el capitalismo y frenar los movimientos revolucionarios e independientes de los trabajadores y los pueblos del mundo. Además, se aseguraron de que el proletariado alemán, rico en tradición revolucionaria, tuviera más dificultades para volverse a levantar en el futuro.

La división de Alemania llevó a la creación, en la región occidental, más poblada e industrial, de la República Federal Alemana (RFA), con capital en Bonn. En la zona oriental, con menos población y menor desarrollo, se constituyó la República Democrática Alemana (RDA), con capital en Berlín, que quedó dividida. En 1961, la dictadura burocrática construyó el muro, símbolo de la división alemana y de la represión al pueblo alemán oriental.

En la RDA se instituyó un régimen parecido al de los gobiernos de Polonia, Hungría, Checoslovaquia y otras naciones de Europa Central, que los trotskistas llamamos “Estados obreros burocráticos”. Una dictadura del Partido Socialista Unificado, estalinista, un aparato burocrático y totalitario que respondía directamente a las órdenes de los jefes de Moscú y era protegido por las tropas rusas del Pacto de Varsovia. La población vivía bajo una constante represión, sin libertades y con una vida regimentada por el control burocrático. Con la eliminación de la burguesía y la planificación económica lograron mejoras, como pleno empleo y acceso masivo a actividades deportivas y culturales, aunque siempre modestas en relación con sus vecinos de la RFA, protegidos por el imperialismo yanqui.

Derrumbe estalinista y reunificación alemana

En la década de los ’80, las burocracias dominantes en los países donde se había expropiado a la burguesía profundizaron sus negociaciones con el imperialismo y la apertura hacia la penetración capitalista. La falta de libertades y la caída en los niveles de vida alentaron entre las masas un ascenso de las luchas. Se puso en marcha una rebelión antiburocrática y democrática. Comenzaron a darse los primeros triunfos de lo que León Trotsky denominó en los años ’30 “revolución política” contra el aparato burocrático. La revolución polaca fue una de las primeras, con el surgimiento del sindicato Solidaridad. Ya en 1989, en toda Europa Oriental, había movilizaciones. Las huelgas mineras sacudían a la URSS. Ese año, en junio, hubo una derrota importante en China, cuando la dictadura del Partido Comunista aplastó la revolución con la represión en la plaza Tiananmen. Pero esto no detuvo a las masas.

A comienzos de octubre de 1989, la RDA realizó los festejos por los cuarenta años de su fundación. Pero ya para esos días el régimen dictatorial estaba en total crisis, con un país semiparalizado en lo económico, sacudido por el éxodo creciente de su población a Hungría y Checoslovaquia y las movilizaciones populares. La visita de Mijaíl Gorbachov, jefe de Estado de la URSS, fue utilizada por las masas para expresar sus anhelos de cambio. El gobierno intentó calmar el descontento con algunos cambios. Destituyeron al viejo dictador Erich Honecker e impusieron a Egon Krenz. En noviembre, como parte de los cambios prometidos, Krenz anunció que se darían permisos para visitar Berlín Occidental. Sin que nadie lo hubiera previsto o planificado, los alemanes orientales comenzaron a trasladarse en coche y a pie para visitar el otro lado sin restricciones. Frente al Muro de Berlín se abrazaban parientes y desconocidos. Pronto aparecieron los primeros picos y martillos y, bajo la mirada desconcertada de los soldados orientales, comenzó la demolición del hormigón. El pueblo alemán ponía en marcha no solo el fin de la dictadura estalinista sino, también, la reunificación alemana.

Un triunfo con un alto costo

Según los grandes medios de comunicación, los artífices de la reunificación alemana fueron el presidente yanqui, Ronald Reagan, y el papa Juan Pablo II, ayudados por Gorbachov. Pero no fue así. Los gobiernos capitalistas temían que una Alemania reunificada quebrara los frágiles equilibrios imperialistas. Por su parte, la burocracia estalinista aún pretendía retener el poder y encauzar la restauración capitalista bajo su propio dominio. Ambos le temían al ascenso revolucionario de las masas.

La caída del Muro fue una victoria del pueblo alemán y del mundo porque concretó y simbolizó el fin de las dictaduras burocráticas de los partidos comunistas. Fue una revolución política triunfante. Pero al mismo tiempo tuvo grandes limitaciones y contradicciones. Debido a la ausencia de una alternativa socialista revolucionaria que encabezara la movilización de las masas, no se enfrentó ni derrotó la restauración capitalista en marcha. Por el contrario, la confusión llevó a las masas a ilusionarse con el capitalismo. Se fortaleció la campaña ideológica de todos los reformistas y de los ideólogos capitalistas contra la expropiación y contra la propiedad estatal de las principales empresas de producción y servicios, que son la base económica y social de un auténtico socialismo.

El canciller demócrata cristiano Helmut Kohl fue uno de los líderes que más rápido comprendió la situación. La reunificación era un hecho que no tenía retorno. Entonces, asumió la conducción del proceso. Con millones de marcos, realizó concesiones económicas a la población oriental para estabilizar la situación del país y desmontar la movilización. El 3 de octubre de 1990, tras la firma del tratado de unificación, encabezó los festejos. El pueblo alemán pagaría después el alto costo de que se avanzara hacia una reunificación, pero bajo el capitalismo.

A partir de entonces, el conjunto de los trabajadores alemanes continuó haciendo su experiencia con el capitalismo y sus gobiernos, que nunca pudo ni podrá ofrecerles el progreso que anhelaban quienes tiraron el Muro de Berlín y propiciaron la reunificación. La relativa estabilidad lograda en Alemania como potencia imperialista, continuada por los gobiernos de Ángela Merkel, fue lograda a costa de brutales planes de ajuste a los trabajadores y los sectores populares. Hoy, ante la doble crisis de la pandemia y la economía, los trabajadores vuelven a pagarla con reducciones salariales y aumento del desempleo. Por eso sigue aún vigente la gran tarea de conquistar gobiernos de trabajadores, expropiar a la burguesía y avanzar hacia un verdadero socialismo con democracia obrera.