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Miguel Lamas

Bangladesh

Masacre del capitalismo global

Ya suman más de 600 muertos y miles de heridos, el 80% mujeres, la mayoría muy jóvenes, víctimas del derrumbe de un edificio de ocho pisos, que se hundió con 5.000 obreros y obreras adentro, en Savar, a 24 kilómetros de Dacca, capital de Bangladesh. Al día siguiente de la tragedia, 500.000 obreras y obreros salieron indignados a la calle exigiendo castigo a los responsables e indemnización a las víctimas. La tragedia muestra el verdadero rostro del capitalismo

Obreras textiles en protesta

Obreras textiles en protesta

El dueño del edificio, Sohel Rana, fue preso. Había construido ilegalmente tres plantas más y lo destinó a uso industrial, talleres textiles, sin importarle el incremento de carga ni la fragilidad de la estructura, legalizado su construcción valiéndose de sus vínculos políticos con el partido de gobierno, la Liga Awami. Los obreros avisaron de grietas en el edificio y el patrón pagó a un ingeniero para que “certificara” que estaba en buenas condiciones. Pero está claro que Rana no es el único culpable. Ni éste el único desastre. En noviembre pasado, por ejemplo, murieron 112 obreros y obreras quemados en el incendio de otra fábrica.

En estos dos casos y en la gran mayoría de los miles de talleres, se trata de patrones capangas locales bengalíes que trabajan para sus socios mayores imperialistas. En el edificio de Rana se fabricaban prendas para la firma británica Matalan, la marca de tallas grandes Bonmarche, los grandes almacenes españoles El Corte Inglés y la marca Mango, entre otras. Estas grandes multinacionales se apresuraron a declarar que “no conocían” las condiciones de seguridad del edificio. Mango dijo que “sólo” había encargado a uno de los talleres que funcionaban en el edificio derrumbado 25.000 prendas como “muestra”.

La realidad de esta espantosa explotación no solo la conocen las multinacionales, sino que comenzaron a producir en Bangla Desh sus prendas, justamente porque es el país con el costo de mano de obra más barato del mundo, superando en explotación a los obreros incluso a China que es el primer exportador mundial. Los obreros y obreras de China, después de grandes huelgas, lograron mejorar algo sus salarios, aunque siguen siendo bajísimos.

La realidad, que las multinacionales conocen perfectamente, es la de las obreras muy jóvenes que trabajan 12 horas diarias para poder comer y tratar de alimentar a sus hijos, aunque no alcanzan ni para eso.

Otros grandes productores asiáticos textiles son la India, Sri Lanka, Filipinas, Tailandia e Indonesia. Mientras América Central y México pasaron a ser áreas clave para proveer de ropa a las tiendas estadounidenses, en Medio Oriente y Africa emergieron Turquía, Túnez, Egipto, Marruecos. Y en el siglo XXI entraron en escena países con mano de obra aún más barata, como Botswana, Kenia, Tanzania, Uganda, Camboya, Laos, Birmania y Haití.

En Brasil o Argentina este sistema se aplica internamente, en los talleres de mano de obra esclava con migrantes bolivianos sin derechos.

El círculo de hierro de la explotación se cierra con el mecanismo de la deuda externa. El FMI y el Banco Mundial “recomiendan” desregulación laboral, baja de impuestos para las multinacionales y todo lo que facilite sus instalaciones. Si los obreros se organizan y reclaman, los amenazan con irse a otro país y despedirlos.

Este sistema no se da sólo en la industria textil, sino también en la electrónica, computación, juguetes, plástica y otras ramas. Esta enorme masa de trabajadores y trabajadoras super explotadas, tienen su reflejo en Europa y Estados Unidos con una desocupación masiva, cierre de fábricas y liquidación de conquistas obreras. Es la famosa globalización que también terminó en la década de los años ´90 con parte del sector industrial argentino y flexibilización en las condiciones laborales.

Terminar definitivamente con esta explotación significa terminar con el capitalismo, sus multinacionales, banqueros y grandes empresarios. E imponer el socialismo, sistema por el cual luchamos.

Solidarizarnos con los trabajadores asiáticos en su lucha por mejores condiciones de trabajo y derecho a la sindicalización es una necesidad para defender nuestro propio trabajo y derechos laborales.


Datos

Población: 167 millones
Superficie: 142.000 km2 (algo menos que la provincia de Córdoba)
Trabajadores textiles: 3 millones
4.500 talleres textiles
Exportación textil: 20.000 millones de dólares
Idioma: bengalí
Cultura: mayoritaria islámica
PBI: 120.000 millones de dólares


Plusvalía

De la exportación textil de 20.000 millones de dólares anuales de Bangladesh, los salarios son unos 2.000 millones anuales (menos de 50 dólares mensuales por trabajador), es decir, el 10% de la exportación textil. Pero este valor se multiplica por 5 o 10 al llegar a los centros de consumo en Europa y Estados Unidos. Esto lo confirma el sindicato Industriall European Trade Union (http://www.industriall-europe. eu/), que afirma representar a 50 millones de trabajadores en todo el mundo. El mismo indica que en una camiseta fabricada en Bangladesh que se vende a 20 euros, los costos laborales suponen 1,5 céntimos. ¡Es decir menos del 1%! Eso significa que el 99% del valor se divide en gastos en maquinarias (que es relativamente bajo en la industria textil), instalaciones, transporte, costo de comercialización y ganancia. Si nos guiamos por esta cifra, los 3 millones de obreros y obreras de Bangladesh fabrican productos que se venden a más de 200.000 millones de dólares. Y sus salarios suman 2.000 millones de dólares. Supongamos que exagere la organización sindical citada, y que sea la mitad: 100.000 millones de dólares. ¿Cuánto de esto es ganancia, descontando otros costos? No lo sabemos, pero estas cifras indican que debe ser 10 o 20 veces lo que ganan los productores de la ropa, todos los obreros y obreras de Bangladesh. Y la mayor parte de esta fabulosa ganancia queda en manos de transnacionales imperialistas, una parte menor en la de sus capangas locales. Esto es el capitalismo: minimizar el salario obrero y aumentar al máximo posible la ganancia, sin que importe el costo humano.


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