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Mercedes Petit

Octubre de 1962: la Iglesia Católica y la “modernización”

A medio siglo del Concilio Vaticano II

Las sesiones comenzaron el 11 de octubre de 1962. En su intento de "modernización", además de cambios litúrgicos y en relación al judaísmo, entre otros, dio aliento a las corrientes que formaron la "teología de la liberación". Pero la esencia archirreaccionaria de la iglesia Católica se mantuvo incólume.

¿Una ceremonia de la Edad Media? No: el Vaticano en 1962

¿Una ceremonia de la Edad Media? No: el Vaticano en 1962

El 9 de octubre de 1958 murió Pío XII. Como nuncio papal en Alemania, éste mantuvo estrechas relaciones con el Tercer Reich. Fue Papa en 1939 y durante la guerra guardó silencio ante las atrocidades del nazismo, cosa que aun denuncian rabinos israelíes. Se ganó un título: “el Papa de Hitler”*.

Vientos de cambio en el mundo y la Iglesia

En los años cincuenta, la Iglesia Católica estaba totalmente a contramano de los procesos de reconstrucción y libertad que sacudían a Europa y del ascenso revolucionario del llamado Tercer Mundo. Tan pronto asumió a fines de 1958, Juan XXIII puso en marcha la convocatoria a un Concilio para discutir una “modernización”.

Más de 2.000 cardenales y obispos de todo el mundo, más algunos laicos e invitados de otras religiones, inauguraron las sesiones el 11 de octubre de 1962. El idioma oficial era el latín, aunque en las comisiones podían hablarse otras lenguas. Discutieron un mes al año, hasta 1965. Desde 1964 fue Papa Pablo VI, quien mantuvo el rumbo del fallecido Juan XXIII.

Entre otras medidas, a partir del Concilio, el sacerdote pudo oficiar la misa en el idioma nacional y no dio más la espalda a los fieles. Se reivindicó la libertad religiosa y se dejó de acusar a los judíos por haber asesinado a Cristo, finalizando oficialmente el antisemitismo teológico. Se abrió paso a que los laicos asumieran tareas pastorales -antes reservadas únicamente a los curas-, cosa que ayudó a contrapesar la caída constante de vocaciones sacerdotales.

Éstas y otras decisiones, importantes más que nada en el terreno de la religiosidad, buscaban vivificar el entusiasmo en la feligresía católica y lograr nuevos adeptos, cosas que se hacían cada vez más difíciles. En ningún momento se cuestionó la absoluta prohibición a abortar (salvo alguna voz muy solitaria) y a la utilización de los nuevos métodos anticonceptivos en desarrollo. Se mantuvo la excomunión de los divorciados y un largo etcétera.

El ascenso revolucionario latinoamericano

En América Latina la influencia del Concilio dio forma a una corriente interna muy importante, que se la conoció como “teología de la liberación”. Importantes sectores de sacerdotes y laicos, hombres y mujeres que los acompañaban, comenzaron a intervenir en procesos de lucha y organización que se daban en sectores rurales y urbanos, y a vincularse a la Revolución Cubana.

En 1966 impactó la noticia de que en Colombia había muerto en combate un sacerdote, Camilo Torres, que el año anterior se había sumado a la guerrilla castrista del ELN (Ejército de Liberación Nacional).

El movimiento tuvo una notable influencia en Brasil. Uno de sus principales dirigentes fue fray Betto, un dominico. Luego de instalada la dictadura de ese país en 1964, sacerdotes dominicos simpatizaban activamente con el movimiento guerrillero de Carlos Marighella. Betto participó, y cuando se agudizó la represión en 1969, fue preso hasta 1973. Las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) llegaron a tener varios millones de participantes en la ciudad y el campo en los años ´70, y tanto fray Betto como otro sacerdote, fray Boff, tuvieron una influencia decisiva en la fundación en 1979 del Partido de los Trabajadores, encabezado por el ferviente católico Lula.

Por su parte, Fidel Castro, educado en su juventud por los jesuitas, fue un impulsor de la confluencia entre “marxistas y cristianos”. En 1971, visitando Chile bajo la presidencia de Allende, habló de la posibilidad de lograr una alianza estratégica entre ambos sectores**. El libro que recogió las conversaciones entre Fidel y fray Betto sobre religión en 1985 fue publicado en catorce idiomas y reimpreso numerosas veces. Fray Boff publicó en 1981 Iglesia, carisma y poder, cuestionando la tradición de intolerancia y dogmatismo, la infalibilidad papal y otras cuestiones “intocables” del catolicismo. Fue condenado a un año de silencio por el jefe de la moderna Inquisición, el cadernal Ratzinger, actual Papa.

En 1974 el jesuita peruano Gustavo Gutiérrez publicó un texto fundamental, Teología de la Liberación. Perspectivas. Esta corriente tuvo peso también en Chile, El Salvador, México y Nicaragua, donde en 1979 los sandinistas tenían a dos sacerdotes en el gabinete ministerial. En Sudáfrica se desarrolló una vigorosa teología de la liberación negra contra el Apartheid.

En Argentina

En 1968 se fundó el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Buscaron la confluencia entre cristianismo y peronismo, basándose en un razonamiento abstracto y lineal: sólo el pueblo es revolucionario, el pueblo es peronista, el peronismo es revolucionario. Los identificó la revista Cristianismo y Revolución. El sacerdote Rubén Dri fue parte de la corriente del Peronismo de Base, ligada a las FAP. Parte de ese movimiento fue absorbido por los Montoneros, que provenían de la derecha católica. Uno de sus referentes, el padre Carlos Mujica, fue asesinado por la Triple A en mayo de 1974.

El 4 de agosto de 1976 fue asesinado en un “accidente” el obispo de La Rioja, Enrique Angelelli. Había participado 14 años antes en el Concilio Vaticano e hizo su “opción por los pobres”, lo que le costó la vida, como a los palotinos de San Patricio, las dos monjas francesas y otros muchos religiosos secuestrados y asesinados por la dictadura.

Por su parte, la cúpula de la Iglesia Católica brindó un ferviente apoyo a los genocidas y hasta ahora a ninguno de sus integrantes se le ocurrió excomulgar a Videla, que reza y recibe ostias desde su prisión perpetua.

La Iglesia es conservadora y reaccionaria

Heroicos y sinceros sacerdotes, monjas, hombres y mujeres laicas arriesgaron sus vidas -y muchos la perdieron- para poner en marcha esa “liberación” de los pobres dentro de los marcos de la teología cristiana y el capitalismo. Chocaron inexorablemente con la realidad: esa institución -la más vieja del planeta, que ha superado los 2.000 años-, fue, es y será sostén y socia de los privilegiados de turno. Desde hace más de cinco siglos, más allá de peleas o “cismas”, viene apuntalando el dominio burgués capitalista e imperialista mundial, divulgando falsas doctrinas de sometimiento a los poderosos y de una supuesta salvación en la eternidad.

En las filas del catolicismo desde hace medio siglo discuten si el Concilio fue “ruptura” o “reformas en la continuidad”, como opina el Papa actual. Podrán seguir discutiendo entre ellos el tema. Pero las cúpulas del Vaticano y de cada país seguramente están más preocupadas por hechos como el creciente retroceso en la cantidad de fieles frente a las iglesias evangélicas o los indiferentes ante la religiosidad (o directamente ateos). Y más aún, en cómo evitar una posible recaída en los escándalos financieros, como los ocurridos cuando cayó el Banco Ambrosiano, o que trasciendan los enfrentamientos entre los distintos grupos internos en pugna. Más difícil aún, cómo enfrentar los juicios millonarios y la condena social ante la catarata de casos de pedofilia y abusos de menores. De esos temas no se habló en aquel Concilio.

 

* Véase El Socialista Nº 117, 15 de octubre de 2008 www.izquierdasocialista.org.ar ** Citado en Guerra de dioses, religión y política en América Latina. Michael Lowy, Siglo XXI, 1999.


Testimonio de una ex militante católica

Para los católicos comprometidos, el Concilio Vaticano II fue una bocanada de aire, un viento que barriera con la abrumadora arquitectura medieval de la iglesia en un mundo que avanzaba a pasos agigantados y que ya no necesitaba sostenerse ni ser juzgado por ninguna trascendencia divina. Hacia adentro, la iglesia “aggiornó” su lenguaje y sus ritos para ser comprendida por sus fieles. Y hacia afuera intentó un diálogo para comprender al mundo y al hombre que lo habitaba. Habló de una “única” historia, de “un pueblo” caminando en esa historia en la que “Dios obraba su salvación” y de una iglesia capaz de acompañarlo en sus alegrías y angustias, dolores y esperanzas. Intentó ser próxima y creíble, al menos desde la intención de los pastores y teólogos del Tercer Mundo que enfrentaban el desafío real de la pobreza en sus sociedades, y que una década más tarde inspirarían la llamada “teología de la liberación” que se esparciría por el mundo a pesar de la renuencia de las jerarquías vaticanas y locales. Corrían tiempos de sueños y revoluciones y los pobres encontraban en esa reflexión teológica el sostén y la compañía que la propia iglesia les negaba.

Sabemos cómo terminó la historia, con la aplastante victoria de los sectores más retrógrados y sectarios de la institución, en alianza con la burguesía global. Que ya no pisa las iglesias más que como museos, pero que sigue garantizando a través de su socia la inmovilidad de los creyentes y amplias capas de la población, fundada en el pacifismo, la conciliación de clases y la esperanza ilusoria de un mañana mejor en este mundo capitalista.

Mariana Nuñez
de Izquierda Socialista


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