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Tito Mainer

Tucumán, 24 de septiembre de 1812

La batalla de la desobediencia

El lugar fue el Campo de las Carreras, a las afueras de la ciudad de San Miguel. Manuel Belgrano comandaba 1.800 hombres, entre soldados y gauchos, y contaba con cuatro piezas de artillería. Enfrente, las fuerzas realistas eran casi el doble: Pío Tristán dirigía 3.200 hombres y contaba con 13 piezas de artillería, pero fueron derrotadas.

Batalla de Tucumán. Ilustración de Francisco Fortuny

Batalla de Tucumán. Ilustración de Francisco Fortuny

Manuel Belgrano

Manuel Belgrano

El ejército patriota venía en pleno retroceso luego de sendas derrotas en el Alto Perú. A fines de agosto, cumpliendo las disposiciones del Triunvirato, comenzó el retroceso desde Jujuy hacia Córdoba. El “éxodo jujeño” intentaba dejar a los realistas sin fuentes de abastecimiento y el gobierno central no enviaba refuerzos: parecía querer “atalonarse” en Córdoba.

La táctica era peligrosa: no sólo se dejaba en manos enemigas todo el norte de la actual Argentina sino que, además, la capital mediterránea, cuna de la sofocada contrarrevolución de Liniers, era asiento de importantes fuerzas conservadoras.

El 10 de septiembre, las tropas criollas llegan a Tucumán y el teniente coronel Juan Ramón Balcarce comenzó una tarea de reclutamiento. La respuesta positiva de la población sorprendió a los mismos jefes y el 12 Belgrano informó al gobierno que decidía enfrentar a Tristán. Rivadavia, líder del Triunvirato, lo conmina: “La falta de cumplimiento de ella [la retirada] deberá producir a usted los más graves cargos de responsabilidad”, parte que Chiclana, uno de los triunviros, se niega a firmar. En esos días se suman al ejército patriota casi 600 jinetes tucumanos y se improvisaron armas con tacuaras y cuchillos caseros. La factibilidad de una derrota llevó a atrincherar la ciudad cavando fosos mientras los reclutas recibían una instrucción apurada.

El choque

Los realistas se acercaron a al ciudad confiados y hasta destacaron un contingente en el camino a Santiago del Estero para impedir una eventual retirada patriota. Pero Belgrano y su cuerpo de oficiales estudiaron los movimientos enemigos y, con Manuel Dorrego, Rudecindo Alvarado y Gregorio Lamadrid, entre otros, anticiparon las posiciones enemigas y, el 23, se alistaron para el combate. La mañana siguiente comenzaron las escaramuzas y los primeros tiros de artillería resultaron tan certeros que, diezmadas algunas primeras filas realistas, estos decidieron lanzarse a una ofensiva desordenada. La rapidez de los hechos hizo que, de sus 13 piezas, sólo dos pudieran montarse: las otras 11 quedaron cargadas en las mulas y no pudieron utilizarse.

El choque entre las infanterías fue terrible pero el saldo dejó un tendal para las fuerzas de Tristán: mientras las fuerzas patriotas acusaron 71 muertos y cerca de 200 heridos, los realistas contaron más de 450 muertos, 200 heridos y más de 600 hombres fueron hechos prisioneros. Además, se tomó toda la artillería, el parque, las municiones y tres banderas: un triunfo en toda la línea que no podía estar en el cálculo de los más optimistas. La lucha se extendió cerca de cuatro horas, hasta casi el mediodía de aquel 24. Entre otros resultados militares, se considera que el claro triunfo fue logrado por la aparición de la caballería, en buena medida integrada por gauchos, que diezmaron a los oponentes, en su mayoría gente de Tarija, o sea, también criollos, del sur de la actual Bolivia y por entonces integrante del territorio de las Provincias Unidas. La caballería tucumana se ocupó de lancear dispersos y saquear los lujosos equipajes del ejército real, mientras la infantería empujaba a Tristán y los suyos a cinco kilómetros al sur del campo de batalla.

Luego de una serie de choques menores y de que, con un engaño, el ejército patriota logró hacerse de las municiones y pertrechos que llevaba la retaguardia enemiga, esa misma noche Tristán levantó campamento y “partió en silencio hacia Salta”.

Perseguidos por las huestes de Belgrano, los dos ejércitos volverán a confrontar allí el 20 de febrero de 1813. Un nuevo triunfo de las armas patriotas consolidará las posiciones de la revolución en toda la región, hasta la misma Quebrada de Humahuaca que, en los años sucesivos, será defendida por la guerrilla de los gauchos de Güemes.

Importancia estratégica

En 1812, la situación continental no era favorable a las revoluciones patriotas. En todas partes de América del Sur, los realistas reconquistaban posiciones e, incluso, dominaban en Chile y la Banda Oriental (Uruguay). La acertada decisión de Belgrano de presentar batalla en el Norte permitió que esta parte del Cono Sur se mantuviera independiente y que la revolución, convertida en guerra, pudiera consolidarse y avanzar. La batalla de Tucumán -y después la de Salta- es la más importante de las pocas que se libraron en el actual territorio argentino porque selló para siempre la posibilidad del ingreso realista por el norte, doble mérito si se tiene en cuenta que Lima era la “capital” de la contrarrevolución y que el Alto Perú permaneció en poder realista hasta entrada la década siguiente.

Belgrano, por su lado, que ya había “desobedecido” al Triunvirato al enarbolar bandera en Rosario y volvería a rebelarse al hacerla jurar en febrero de 1813, dio muestras de que, además de excelente economista y hombre de letras, había aprendido más que rápido las necesidades políticas y militares de una revolución que lo tenía entre sus principales dirigentes. Para muchos historiadores, su decisión fue de tal trascendencia que, de hecho, “salvó” al proceso revolucionario en curso.

El éxito militar fue contundente y causó gran algarabía en la población criolla. Testimonio de ello es que en el primer Himno Nacional -la “Marcha Patriótica”- aprobado por la Asamblea del Año XIII, se mencionan seis batallas y las de Tucumán y Salta están entre ellas.


El triunfo es de los que luchan

Como consecuencia del triunfo, Belgrano fue nombrado capitán general. Entonces respondió: “Sirvo a la patria sin otro objeto que el de verla constituida y éste es el premio al que aspiro. V.E: tal vez ha creído que tengo un relevante mérito y que he sido el héroe de la acción del 24. Hablando con la verdad, en ella no he tenido más de general que mis disposiciones anteriores y haber aprovechado el momento de mandar avanzar, habiendo sido todo lo demás obra de mi mayor general, de los jefes de división, de los oficiales y de toda la tropa y paisanaje, en términos que a cada uno se le puede llamar el héroe del campo de las Carreras de Tucumán”


Los que están lejos de las balas

Cuando las tropas de Pío Tristán capitularon, en febrero de 1813, Belgrano los obligó a abandonar Salta, entregar sus armas y jurar, desde el general hasta el último soldado, que no se levantarían más contra las Provincias Unidas. La decisión recibió críticas del gobierno central. Pero la generosidad de Belgrano era una política: en el bando realista había mayoría de criollos y se trataba de ganarlos para la causa. El general le escribió entonces a su amigo Chiclana: “Siempre se divierten los que están lejos de las balas y no ven la sangre de sus hermanos, no oyen los clamores de los infelices heridos; también son ésos los más a propósito para criticar las determinaciones de los jefes. Por fortuna, dan conmigo que me río de todo y que hago lo que me dictan la razón, la justicia y la prudencia, y no busco glorias sino la unión de los americanos y la prosperidad de la patria”.


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