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Miguel Lamas

Sudáfrica

Repudio internacional a la matanza en la mina Marikana

La matanza a sangre fría de 34 mineros perpetrada por la policía sudafricana en la mina Marikana el 17 de agosto provocó indignación y repudio mundial. Revela una tremenda historia de explotación de los capitalistas blancos sobre los obreros negros, que el actual régimen mantiene. A dos semanas de la masacre, la huelga continúa y se extendió a otras minas.

Fuerzas policiales asesinando a los mineros

Fuerzas policiales asesinando a los mineros

“Por arriesgarse a mutilaciones y a morir bajo tierra los trabajadores de Marikana solo cobran 4000 rand, o 480 dólares al mes. Un viejo minero dijo a los periódicos Mail y The Guardian de Sudáfrica: ´Es mejor morir que trabajar por esa mierda de dinero´. La industria minera sigue considerando que sus trabajadores son de usar y tirar, y el Estado mantiene las políticas de mano de obra barata del apartheid” (Chris Webb en rebelión. org). Los trabajadores reclaman una triplicación de su salario.

Las minas sudafricanas de platino son las principales del mundo. En 2011 sus ingresos totales fueron de 13.300 millones de dólares. La empresa inglesa Lonmin, dueña de la mina Marikana, donde trabajan 28.000 personas, es la mayor productora mundial de platino y el año pasado ganó 1.900 millones de dólares.

“Bethuel Sibiya, de 43 años, paga 300 rands (33 dólares) por una chabola de dos metros cuadrados sin ventanas. Comparte el único grifo de agua corriente y los retretes con otras diez viviendas, aunque asegura que hay quien vive peor. ´Sólo hay agua durante unas dos horas, por la noche, y la electricidad a veces se va durante una o dos semanas´, explica Sibiya, miembro del sindicato AMCU (Asociación de la Minería y la Construcción), que inició la huelga en Marikana.

Los retretes “son sólo un agujero en el suelo. El olor y todo se desborda”, agrega Sibiya, quien afirma que su salario es insuficiente. “Tengo tres hijos y una mujer, y mi madre sigue viva. No me queda nada en el bolsillo. Sólo como pan. Ni pollo, ni nada”, lamenta el obrero (Agencia EFE).

1991: fin del apartheid pero no de la opresión de los negros

En 1991 y después de una lucha de décadas, cayó el régimen de apartheid. Establecido por los colonizadores blancos holandeses e ingleses, despojaba de tierras y de derechos políticos a las mayorías negras. Además, había escuelas, hospitales, barrios y el transporte era sólo para blancos, y sólo estos podían votar y elegir a los gobernantes. El apartheid les permitía a las grandes transnacionales mineras mantener salarios de hambre y un brutal régimen de explotación.

Nelson Mandela, el gran líder del Congreso Nacional Africano y de la lucha contra el apartheid, estuvo 28 años preso. La vanguardia de esta lucha correspondió en gran parte a los trabajadores mineros negros y a la organización obrera COSATU, con huelgas históricas, centenares de muertos y presos, tratando de lograr derechos sindicales y salarios dignos.

Sin embargo, cuando en 1990 el régimen del apartheid ya no podía aguantar la insurrección negra, Mandela pacta con la minoría blanca para que se terminara el régimen y se estableciera la igualdad legal y el derecho al voto de los negros, pero acordando que los capitalistas blancos se quedaran con las tierras y minas que habían robado a los negros. Tanto el Congreso Nacional Africano, como su aliado, el Partido Comunista Sudafricano, explicaron a sus bases de negros explotados que era una “etapa necesaria” en la lucha por la liberación y que en un futuro indeterminado se lucharía por la igualdad social.

En los años siguientes, el Congreso Nacional Africano gobernante y el propio Mandela como presidente implantaron a pleno la economía neoliberal. Esto profundizó aún más el absoluto dominio económico de los capitalistas blancos y las transnacionales. En la Sudáfrica de hoy, con 50 millones de habitantes, el Estado, teóricamente con mayoría negra, mantuvo su rol de defender a los capitalistas y transnacionales de los blancos. El cambio social fue el de un pequeño sector negro que logró convertirse en propietarios, capitalistas pequeños, y altos funcionarios, que sí pudieron ir a vivir a los barrios ricos antes reservados a los blancos. Una fuerte burocracia sindical, con apoyo estatal, se adueñó de la COSATU y de los sindicatos.

La rebelión en la mina Marikana no fue un hecho aislado. Lo demuestra el hecho de que la huelga se mantiene y se extiende a otras minas. La clase obrera negra está saliendo a una lucha heroica, enfrentando directamente a los capitalistas mineros blancos, al gobernante Congreso Nacional Africano y a su burocracia sindical, que intentó quebrar la huelga, buscando una nueva dirección para continuar la revolución sudafricana hacia una verdadera liberación social recuperando tierras y minas para el pueblo negro.


Lonmin en la Patagonia

La empresa transnacional inglesa Lonmin, dueña de la mina Marikana en Sudáfrica, entró en Argentina en 1978, durante la dictadura de Videla, en sociedad con Garovaglio y Zorraquín, explotando la Mina Angela en la provincia de Chubut. Sir John Craven asumió la presidencia de Lonmin en 1997. En 2004 Craven se incorporó como director a Patagonia Gold, siendo la familia Miguens la principal accionista de la empresa que controla más de 200 propiedades mineras que cubren unas 800.000 hectáreas en la Patagonia. En 2011 Patagonia Gold firmó un convenio de asociación con la estatal Fomicruz (fuente: Unión de Asambleas Patagónicas, UAP).


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