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Tito Mainer

11/02/1811: a 200 años del nacimiento de Sarmiento

El capitalismo que no fue

"Muero predicando en el desierto", dijo un Sarmiento anciano. La presentación corriente que se hace hoy del sanjuanino suele ocultar el principal combate de su vida: el que lo enfrentó con la oligarquía terrateniente. Sin desconocer sus aspectos criticables, destacamos acá esa faceta de su programa político que lo ubica como uno de los estadistas burgueses más honestos y consecuentes de nuestra historia.

Sarmiento es un personaje controversial de nuestra historia. Si hasta hace unos años era considerado el “padre del aula” y un ejemplo de ética y probidad, desde hace un tiempo ha pasado a ser una especie de demonio “civilizador”, enemigo de los gauchos y, emparentándolo con Roca, también genocida de indios. Esa mirada es, sin duda, sesgada. En momentos en que el país construía su Estado como nación capitalista moderna, Sarmiento, quien fue presidente entre 1868 y 1874, fue el más preclaro estadista de mediados del siglo XIX, con un programa que lo diferenció de los distintos sectores burgueses en ascenso. A su turno se enfrentó con Bartolomé Mitre y con Julio A. Roca, quienes propugnaban la incorporación de Argentina a la división internacional del trabajo, como país productor de materias primas: en un principio lana, luego carnes y, finalmente, también granos. El modelo de país de Sarmiento se basaba en el de los Estados Unidos: división de la tierra en parcelas, formación de una extendida red de pequeños productores agrarios –como los farmers (granjeros)–, consolidación de un sólido mercado interno, apoyo a la industria y formación de ciudadanos acostumbrados a decidir y votar democráticamente desde la pequeña comunidad o ciudad agrícola. La industria, es sabido, nace sobre todo de la producción agrícola, no del simple pastoreo propio de la explotación del ganado y su natural reproducción. Por eso, cuando asumió la presidencia, en 1868, dijo que su programa era “hacer 100 Chivilcoy”, un ejemplo que tomaba como colonia de productores agrarios pionera de su proyecto de país.

La contracara del plan era la educación –“instrucción” es la palabra exacta–, que implicaba generar una clase media culta, capaz de comportarse como “ciudadanos civilizados”. A la vez, los métodos disciplinarios estrictos y el “igualitarismo” que esconde las diferencias sociales con un guardapolvo blanco idéntico para todos, tenían por intención “civilizar” a los gauchos y marginales y “nacionalizar” a los inmigrantes, de modo de crear una clase trabajadora de buena capacitación para insertarse en el capitalismo industrial aspirado por el modelo. Sintetizó esta propuesta con una frase: “Hombre, pueblo, nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de la escuela”.

Así, educación popular, laicismo –como estableció la ley 1420 de 1884–, separación de la Iglesia del Estado y anticlericalismo militante, son una cara social e ideológica del plan político y económico de Sarmiento, claramente resistido por los “círculos patricios”. Una anécdota famosa cuenta que, en un encuentro, un porteño aseguró ante otros invitados que ese planteo educativo, por democrático y popular, sería rechazado por una sociedad aristocrática como la de Buenos Aires. Sarmiento replicó: –Aristocracia, sí, pero con olor a bosta. Un estanciero presente se metió en la discusión: –Si a estos jóvenes liberales se los pone patas para arriba, no se les caerá ni un cobre. Y Sarmiento contestó con firmeza: –A ustedes, en cambio, no se les caerá nunca una idea. La respetabilidad les viene de la procreación de los toros alzados de sus estancias.

El proyecto de un país independiente

Sarmiento era liberal, pero más aún era conservador y amigo del orden. En la construcción del Estado –por eso le cabe bien el mote de “estadista”–, él tuvo a su cargo la represión a las últimas montoneras federales (Chacho Peñaloza y Felipe Varela) y puso fin a la guerra contra el Paraguay. En ellas se fraguó un ejército nacional que consolidó las fronteras modernas de la Argentina y aseguró el monopolio de la fuerza. De sus filas emergió la figura de un joven general, Julio A. Roca, que pondrá fin a ese proceso de “constitución” de un Estado nacional con su “conquista del desierto”. Sarmiento mismo había fundado el Colegio Militar y la Escuela Naval. Roca llegó a la presidencia, por seis años, en 1880 y Sarmiento –a pesar de ocupar un cargo en el Consejo de Educación– lo enfrentó: hasta fundó un diario, El Censor, para criticar al gobierno. Básicamente acusó a Roca de generar un “capitalismo de amigos”, repartiéndose las tierras ganadas a los indios entre familiares y gente allegada al poder –como los Luro, los Tornquist, Bullrich y Anchorena–, prohijando una nueva oligarquía protegida y enriquecida por los negocios del Estado. En 1885, 541 particulares reunían 4.750.471 hectáreas, un promedio de casi 10.000 per capita.

Asimismo, se hizo de muchos enemigos por denunciar los negociados del roquismo –y de su concuñado, Juárez Celman, que lo sucedió en la presidencia– y la creciente deuda externa e interna que se generaba que, en 1890, concluyó en un levantamiento popular. Sarmiento había denunciado la corrupción financiera y trató de “sabandijas” a los intermediarios que se enriquecían gestionando empréstitos extranjeros y a quienes especulaban con los préstamos hipotecarios sobre las tierras, concesiones y obras públicas. Había anticipado: “Vamos tranquilamente al abismo viéndolo unos, a ciegas los más; empujando algunos. Se deben trescientos millones”, asegurando que el nuevo presidente se había “consensuado” con la Bolsa de Londres.

Sarmiento murió en 1888. Al año siguiente se formaría la Unión Cívica de la Juventud que, tras derrocar al corrupto Juárez Celman, daría origen a la UCR de Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen. El nuevo partido, como representante de la pequeñoburguesía y los productores agrarios fue, en buena medida, heredero del programa de Sarmiento, tanto en la cuestión “proteccionista” y el rechazo a los endeudamientos, como en la cuestión de la limpieza electoral, la incorporación de los inmigrantes al voto y la organización de partidos políticos modernos.

Desde una perspectiva marxista debe volver a ponerse a Sarmiento en el lugar que se merece, analizándolo en el contexto nacional y mundial de su época.


El nacimiento de la "cuestión social"

En 1887, Sarmiento, muy anciano, realizó un viaje al norte del país y conoció los ingenios tucumanos. Las altas chimeneas lo impresionaron y el ambiente de trabajo y la amplia vegetación hicieron que bautizara a la provincia como “el jardín de la República”. “El movimiento de las máquinas da vida y animación a todo el valle de Tucumán”, destaca en sus crónicas para El Censor y, antes de que el tema estuviera instalado en la sociedad argentina –apenas había algunos incipientes grupos obreros y socialistas–, llama la atención sobre la situación de los trabajadores. La vida que se imponía a los obreros mostraba “el extraño espectáculo de una maquinaria complicadísima en sus evoluciones sucesivas, obrando a un tiempo sobre una extensión de media cuadra y sobre dos pisos, manejada al parecer por indios tobas, tales como los han traído del Gran Chaco”. “El resultado –destaca– es que los cuarenta ingenios de azúcar están precedidos por tolderías improvisadas, para que duerman gentes allegadizas, atraídas por el trabajo, sin formar sociedad ni villa, ni requerir ni crear propiedad. No hay espectáculo más afligente que éste para quien se preocupa del lugar que en adelante van a ocupar esos seres que pululan, que se multiplican como un hormiguero humano, al pie del cañón de chimenea”. Alerta: “El capital enorme invertido en la elaboración de la caña tendrá atados de padres a hijos a los propietarios durante siglos. Todo, pues, es normal y duradero en esta industria, el riego y el plantío, la maquinaria y el propietario. Sólo los trabajadores están apiñados, como de paso, en este tan sistemado trabajo”. Y concluye: “Uno de los grandes problemas que agitan al mundo moderno es conciliar las garantías de la industria con el bienestar de la clase obrera”. Uno de sus últimos artículos se tituló “Legislación obrera” y planteó en él la necesidad de que la ley protegiera a los trabajadores adultos o niños.


Las distorsiones del revisionismo histórico

Enfrentando a la llamada “historia oficial”, la que se enseñó en las escuelas durante casi todo el siglo XX (con textos de Mitre, Levene, Grosso o Ibañez), en la década de 1930, sectores intitulados nacionalistas dieron origen a una escuela historiográfica “antiliberal” que reivindicó la figura del estanciero Juan Manuel de Rosas como supuesto nacionalista, que se dio en llamar “revisionismo histórico” (los hermanos Irazusta, José María Rosa, Fermín Chávez) Algunos, como Hernández Arregui o Eduardo Astezano, utilizando incluso categorías marxistas. Los ataques de los revisionistas se empeñan en mostrar a un Sarmiento antipopular y entreguista, poco menos que un genocida de gauchos e indios. Esa corriente teje una hipotética línea histórica que une a San Martín, Rosas y Perón. Más allá de que San Martín elogió vivamente a Sarmiento cuando lo conoció, impresionado por su personalidad, cabe precisar que Perón jamás reivindicó a Rosas –asociado siempre con lo oligarquía ganadera bonaerense y no con la industria– y que, por el contrario, dio muestras explícitas de simpatías hacia el sanjuanino. En 1947, al nacionalizarse los ferrocarriles, bautizó con su nombre al Ferrocarril Oeste, el más antiguo del país. Al año siguiente, la actual Casa de San Juan, en la calle Sarmiento, fue declarada Monumento Histórico Nacional por decreto firmado por Perón (que nada similar hizo respecto de Rosas). Poco antes se había estrenado la película que es un panegírico de Sarmiento, Mi mejor alumno, que le valió a Enrique Muiño ser proclamado mejor actor en el Certamen Hispanoamericano de Cine de Madrid y en el que resalta el papel de Dominguito, que actúa Ángel Magaña. En 1943 –ya bajo el régimen que llevaría a Perón al poder– la Conferencia Interamericana de Educación reunida en Panamá instituyó el 11 de septiembre como “Día del Maestro Americano”. Por último, un dato no menor, que coloca a Sarmiento en un lugar que la escuela revisionista suele ignorar: Adolfo Saldías, un historiador al que se considera pionero del revisionismo histórico, acompañó a Sarmiento en su ancianidad y fue su intelectual de confianza; lo mismo que Vicente Fidel López, el primero que discutió la visión mitrista, amigo de Sarmiento y compañero de proyectos de toda la vida.


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