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Mercedes Petit

Aniversario

1950-53: una derrota olvidada del imperialismo yanqui. La guerra de Corea.

El 25 de junio de 1950, hace 70 años, comenzó una guerra en la dividida península de Corea. El ejército norteramericano se sumó casi de inmediato. Hizo atrocidades semejantes a las que practicó años después en Vietnam. Pero gracias al heroísmo del pueblo coreano y el apoyo de la naciente Revolución China, fue derrotado, aunque se mantuvo la división de esa nación milenaria.

La península de Corea tiene una situación geográfica muy valiosa. Está a solo ciento sesenta kilómetros del Japón y limita al norte con China. Sus costas se vinculan con el mar Amarillo, el de la China y el de Japón. Su ubicación y riquezas minerales hicieron que los distintos imperialismos se interesaran en ella. En 1871, los yanquis mandaron marines. Desde 1905, quedó bajo el dominio japonés, que aplastó mil años de nación independiente. Durante décadas, los obreros y campesinos coreanos combatieron a los ocupantes japoneses, formando guerrillas, al frente de las cuales se fue ubicando el Partido Comunista.

Stalin y el imperialismo dividieron el país

El imperio japonés agravó los sufrimientos del pueblo coreano durante la Segunda Guerra Mundial. Desde l941, 170.000 hombres fueron trasladados al Japón para hacer trabajos forzados. Muchos de ellos murieron o quedaron lesionados por las dos bombas atómicas que arrojaron los yanquis (y los sobrevivientes no recibieron ningún tipo de compensación). Miles y miles de mujeres coreanas fueron sometidas a esclavitud sexual por el ejército japonés.*

El 15 de agosto de 1945 Japón se rindió. En la península, en simultáneo con la intervención del Ejército Rojo de la URSS, se había producido una insurrección generalizada. Las masas aplastaron al ejército japonés y comenzaron a establecer un poder propio, por medio de los “comités del pueblo”. Pero el destino del pueblo coreano se había jugado en Yalta, en 1944, en los acuerdos entre Stalin, Roosevelt (EE.UU.) y Churchill (Inglaterra), y sus “esferas de influencia”. En vísperas de la rendición japonesa, se pactó que los ejércitos soviético y yanqui ocuparían Corea al norte y al sur del paralelo 38, respectivamente.

El Ejército Rojo y el PC coreano, que era parte del aparato burocrático montado en los distintos países por el estalinismo, respetaron disciplinadamente esos acuerdos sin combatir ni protestar. Incluso, permitieron a los yanquis ocupar el sur un mes después de haberse derrotado a los japoneses. Allí reprimieron brutalmente a los trabajadores, encarcelando en seis meses a cien mil personas y asesinando muchos miles. Según lo pactado, al cabo de 5 años se daría la reunificación, con un gobierno provisional común.

El Norte fue cambiando

En el sur la ocupación imperialista aseguró la continuidad de un régimen represivo y capitalista semicolonial. En el norte, la presión revolucionaria de las masas y la necesidad del PC, encabezado por Kim Il Sung, de consolidar su poder frente al peligro imperialista instalado en el sur, impulsaron una transformación que llevaría a promulgar durante 1946 una radical reforma agraria y a decretar la nacionalización de todas las principales empresas y bancos. Surgía un nuevo estado obrero burocrático.

Al mismo tiempo, tanto Stalin como el PC coreano, hacían intentos de reunificar la península. A pesar de las grandes concesiones que ofrecían, no lo lograron. Se mantuvo el pacto firmado a fines de la guerra, en medio del ascenso de masas que se vivía desde entonces. En octubre de 1949 se produjo un hecho inmenso: la caída del Kuomintang en China y el triunfo del PC Chino, encabezado por Mao.

La invasión

El imperialismo yanqui no tuvo la fuerza necesaria para cumplir su anhelo: invadir la China, para impedir el triunfo de la revolución campesina y reponer al dictador Chiang kai Shek. Mientras tanto, en la península coreana la situación no se había estabilizado. En el sur se vivían constantes enfrentamientos de distintas facciones en lucha por el poder, y nadie se preparaba para el cumplimiento de un gobierno provisional común. En el norte se consolidó la autoridad de Kim, quien pretendía controlar una reunificación con su propio ejército (mientras que Stalin habría sido partidario de mantener las cosas como estaban). Desde 1948 había incidentes fronterizos. A mediados de 1949 se libraron auténticas batallas. La mayor parte de estos conflictos los iniciaba -atizada por los yanquis- Corea del Sur, incluso una batalla naval. Finalmente, el 25 de junio de 1950, el ejército de Corea del Norte atacó a Corea del Sur y empezó la guerra que ambos bandos venían alimentando.

Estados Unidos no estaba dispuesto a mantener la prescindencia que su debilidad le obligó hacia China. Rápidamente hizo votar en la ONU una resolución de condena a Corea del Norte. Ante el rápido avance del norte hacia el sur, EE.UU. envió algunas tropas terrestres bajo el auspicio de la ONU. Ante el avance arrollador del norte, los soldados surcoreanos y yanquis se iban arrinconando en el sureste de la península.

En septiembre, el mismísimo general MacArthur desembarcó con tropas en el puerto de Inchon, dividiendo en dos a las fuerzas de Kim y logrando que retrocedieran hasta casi la frontera china. La invasión imperialista estaba lanzada.

La derrota del imperialismo

Stalin se abstuvo de apoyar a Corea del Norte incluso en los peores momentos. Pero la China de Mao hizo lo opuesto. En noviembre de 1950, 300.000 hombres del Ejército Voluntario Chino empezaron a empujar a los estadounidenses hacia abajo. La necesidad de enfrentar al imperialismo yanqui antes de cumplir un año en el poder radicalizó al gobierno chino. La dirección maoísta hacía esfuerzos por mantener el proceso dentro de los marcos de una revolución democrática burguesa. La presión combinada de la revolución socialista en el campo y la agresión militar en sus fronteras la obligó a avanzar en la expropiación o transformación en sociedades mixtas de la mayor parte de las empresas capitalista en China. Contradictoriamente, el propio imperialismo yanqui fue un factor de peso en la transformación socialista de China, que surgió como un nuevo estado obrero, aunque con grandes deformaciones burocráticas**.

Durante casi tres años, los yanquis fueron haciendo atrocidades de todo tipo, anticipando lo que repetirían desde la década siguiente en Vietnam (incluso napalm). Finalmente, después de miles de muertos, el 27 de julio de 1953 se firmó el armisticio ratificando el paralelo 38. EE.UU. había fracasado en su objetivo de instalarse en la frontera china.

El heroísmo y los sacrificios de los obreros y campesinos coreanos fueron usufructuados por una burocracia totalitaria y hereditaria, que ha sobrevivido a la dictadura soviética y mantiene relaciones conflictivas con EE.UU. Más allá de cuanto haya avanzado en Corea del Norte la restauración del capitalismo que encaró su poderosa vecina China, ese país es hoy uno de los extremos mundiales de pobreza y desigualdad social, célebre por sus hambrunas pavorosas (tiene un ingreso per cápita de 1.118 dólares). Una triste caricatura que poco y nada tiene que ver con un verdadero socialismo, mientras la nación sigue dividida.

* Datos en Corea del Norte; Corea del Sur, por John Feffer. RBA Libros, Barcelona, 2004. ** Véase Nahuel Moreno: Las revoluciones china e indochina. Pluma, Bs. As., 1973.

Corea del SurCorea de Norte
Superficie99.720 km2120.540 km2
Habitantes48.636.06824.051.218

Perón apoyó al sur y a los yanquis

Desde el surgimiento del movimiento peronista y durante los primeros años de gobierno del general Juan Domingo Perón, habían sido fuertes los roces entre la Argentina y los Estados Unidos. Esta potencia imperialista aprovechaba su fortalecimiento luego de la Segunda Guerra Mundial para someter cada vez más a su “patio trasero” latinoamericano.

Pero siguiendo las características de los nacionalismos burgueses, el gobierno de Perón comenzó a ceder a los yanquis a medida que, desde 1949, comenzó a declinar su excelente situación económica. Con la guerra de Corea, a la Argentina se le presentaron nuevas oportunidades de negocios para sus materias primas de exportación. Esto tuvo un costo político: mayores concesiones a las presiones imperialistas. En contra de su discurso de la “tercera posición”, sorpresivamente el congreso ratificó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) impuesto años antes por los yanquis en la reunión de Río de Janeiro. Se aplaudió la invasión yanqui y se ofreció tropas argentinas al comando de la ONU. El repudio obrero y popular a estas medidas obligó a Perón a limitarse a un modesto regalo de alimentos. Poco después recibió con altos honores a Milton Eisenhower, hermano del presidente de EE.UU. Y logró lo que buscaba, un préstamo generoso del Eximbank por 125 millones de dólares, utilizado para pagar deuda a los propios yanquis.

La corriente que encabezaba nuestro fundador Nahuel Moreno denunciaba con todas sus fuerzas al gobierno peronista por haber sido el primero que apoyó al imperialismo yanqui en su agresión a Corea del Norte y se solidarizaba con ella. Otro grupo del trotskismo, el posadismo, afiliado a la corriente internacional del belga Ernest Mandel, por el contrario, capituló por completo, diciendo que Perón había liberado al país del imperialismo, haciendo una intensa campaña a favor de Corea del Sur y contra el Norte*.

*Véase Nahuel Moreno: El partido y la revolución, Antídoto, 1989.


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