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Tito Mainer

Aniversario

1810: La Revolución

La Revolución de Mayo fue –digámoslo desde el principio– una gran revolución. Puso fin al dominio colonial absolutista, abrió camino a formas republicanas de gobierno, preparó un ejército para extender el proceso a las “provincias” del antiguo virreinato y a países vecinos y aplastó a los contrarrevolucionarios. La dinámica de los acontecimientos derivaría en el grito libertario en la independencia de las Provincias Unidas, en Tucumán, en 1816, y en una guerra de la Independencia que unió a los ejércitos de San Martín y Bolívar hasta la derrota total del imperio español en América.

“El pueblo quiere saber de que se trata”. Oleo Ceferino Carnacini,1938

“El pueblo quiere saber de que se trata”. Oleo Ceferino Carnacini,1938

Hechos, más que programas

Sin embargo, contra lo que sostienen algunos historiadores en boga, los hechos estuvieron por delante de lo que sus principales dirigentes podían programar. En 1808, la invasión napoleónica a la península ibérica puso en fuga a la corte de Portugal -que recaló en Río de Janeiro- y terminó con el encarcelamiento del rey de España Carlos IV y su hijo y sucesor, Fernando VII. Fue coronado el hermano de Bonaparte, José I, conocido como “Pepe Botella” por su afición al alcohol.

La derrota de la dinastía borbónica generó un vacío de poder que, en España, originó la formación de Juntas para resistir al invasor. Copiando ese modelo, desde 1808 en los dominios españoles en América se integraron también juntas que asumían el poder “en nombre de Fernando VII”. La primera, en Montevideo, y al año siguiente, en Quito y Guayaquil, y también en Chuquisaca y La Paz. Movimientos diversos confluyeron en intentos de gobiernos que desplazar a los virreyes (un “otro yo” del rey) que, de hecho, eran representantes de un rey sin corona (ver artículo).

En este marco, Buenos Aires tenía una peculiaridad que la distinguía de todas las otras ciudades americanas. La derrota del intento de invasión inglesa en sus dos sucesivos desembarcos de 1806 y 1807 habían descalabrado al régimen monárquico local y dado lugar a la formación de poderosas milicias armadas, integradas en su mayoría por criollos, mestizos, indios y negros, con jefes también criollos.

Como producto de la reconquista del invierno de 1806, casi todos los hombres mayores de edad de la sociedad porteña estaban armados -llevaban las armas a sus casas- e integrados a regimientos. Con disciplina militar y severos entrenamientos diarios, también gozaban de una extraña democracia interna que hasta posibilitó la votación de muchos de los jefes. Allí fermentó un nuevo poder que sería decisivo en las horas cruciales.

La crisis provocada en el régimen, por otro lado, llevó a que en dos cabildos abiertos -14 de agosto de 1806 y 10 de febrero de 1807- se designara a Liniers comandante de armas y, luego, virrey interino, derrocando y poniendo en prisión al marqués de Sobre Monte. Un primer hecho completamente inédito que planteó ya, tres años antes de Mayo, quién gobernaba en la ciudad: si los enviados de España o las elites locales y el Cabildo.

Un caos de intrigas

Los hechos acaecidos en la capital virreinal impactaban de modo desigual en las provincias cuyos desarrollos económicos eran muy pobres y, por consiguiente, carecían de esa burguesía inquieta que caracterizaba a Buenos Aires, conectada con el mundo por vía del comercio, el comienzo de la exportación de productos ganaderos (tasajo, cuero, crines) y receptora de las novedades políticas, sociales y culturales. Sólo el Alto Perú (luego Bolivia), con sus ricas minas de plata ya en decadencia, y Montevideo, el puerto que competía con Buenos Aires, tenían algo de ese estilo cosmopolita y mundano propio de la capital.

La caída de la monarquía puso a la elite local ante un desafío: ¿quién debía gobernar? Comenzó allí una exploración de caminos. Varios de los principales dirigentes criollos, que habían especulado con la posibilidad de que Gran Bretaña impulsara la independencia -el plan motorizado por el venezolano Francisco de Miranda- confirmaron, tras las frustradas invasiones, que eso significaría sólo “cambiar un mandón por otro”. Castelli y Belgrano, integrantes del Consulado; los hermanos Rodríguez Peña y Vieytes, fuertes comerciantes y fabricantes de jabón; y Domingo French, entre otros, intentaron seducir a la princesa Carlota Joaquina -residente en Brasil- para que asumiera como regente de su hermano Fernando VII en el Río de la Plata. El jefe del Cabildo, el gran comerciante vasco Martín de Álzaga intentó deponer a Liniers y formar una Junta en enero de 1809. Su movimiento fue desarticulado por las milicias criollas y sus jefes, Cornelio Saavedra y Martín Rodríguez, entre otros. Álzaga –que contaba con el apoyo de Mariano Moreno– terminó “expatriado” en Carmen de Patagones, el último poblado del reino. Otros especulaban con asociarse con Napoleón y todo “francés”, como Pueyrredón o el mismo Liniers, era sospechado de favorecer los planes del emperador. Ante el derrumbe de la corona española la elite porteña presionaba en pos de una apertura comercial pero, en rigor, eran muy pocas las voces que hablaban de “independencia”.

Los hechos se precipitan, los cauces se unen

Un nuevo virrey nombrado por la Junta Central de España, Baltasar de Cisneros, reemplaza al interino Liniers y, en ese ambiente de crisis e inestabilidad, trata de gobernar. Tan difícil era su situación que ni siquiera se animó a coronarse en Buenos Aires… prefirió que Liniers fuera a Colonia y le cediera el “poder” del otro lado del río. Cisneros, en un tembladeral, tomó algunas medidas liberales, pero a mediados de mayo de 1810 se supo que la Junta Central, que residía en Sevilla, se había quedado, de hecho, sin territorio en España, refugiada en la pequeña isla de León. Ante la noticia el virrey se vio obligado a convocar a un Cabildo Abierto. Cerca de 500 vecinos “decentes” fueron invitados y, con la presencia de unos 260 el “congreso” del 22 de Mayo, por amplia mayoría y voto fundamentado y a mano alzada, decidió formar una junta local. Cierto es que muchos adherentes a la continuidad del virrey ni siquiera se acercaron al “congreso”, por temor a los “chisperos”, la gente de los arrabales –la “plebe”, le decían entonces– movilizada a favor de los revolucionarios. Los famosos French y Beruti, que repartían cintas para identificar a los movilizados por el bando “patriota”, eran dos de sus principales dirigentes. Tras dos días de intensas negociaciones e intentos de maniobras del virrey -algo común a todo proceso revolucionario- la mañana del 25 de mayo la Primera Junta Gubernativa asumió en el cabildo de Buenos Aires.

La conformación de esta Junta –aparentemente estructurada por French luego de toda una noche de deliberaciones– reflejó a casi todos los sectores criollos que querían un gobierno propio: las milicias, con don Cornelio como presidente; los abogados consulares con Castelli y Belgrano; algún antiguo alzaguista, como Moreno; un par de españoles –catalanes ambos–, un par de fuertes comerciantes y un sacerdote. Era natural, el nuevo gobierno reunía a distintas facciones y, como se entendía la “política” entonces, a representantes de las diversas corporaciones.

La Primera Junta debió enfrentar rápidamente tres intentos contrarrevolucionarios. Mientras en Montevideo el secretario Paso buscaba negociar, lo mismo que el ejército de Belgrano en Paraguay, al ala “jacobina” –Moreno y Castelli, en particular– no le tembló el pulso para fusilar a Liniers y un grupo de seguidores en Córdoba y, poco después, ejecutar también a los jefes insurrectos en el Alto Perú. La revolución se había consumado y dio sus primeros pasos con gran decisión.

Articular una nueva nación era un problema complejo. Las contradicciones tiñeron a la Junta y las luchas políticas de facciones se convirtieron en moneda corriente. La inmadurez de la burguesía porteña y el raquitismo de las aristocracias provinciales pusieron en evidencia la incapacidad de crear rápidamente un mercado nacional que diera sustento al nuevo país y a un nuevo Estado. Las elites políticas del nuevo poder demoraron seis años la declaración de la independencia. y otros cincuenta para aprobar una constitución de una república unificada, años cruzados por guerras civiles y luchas de facción. Pero ya había quedado merecidamente instalada desde 1810 la celebración del 25 de mayo como el día de nacimiento de la “patria”.


Escribe:
Gabriel Catalano

Vientos de libertad sublevan a América

“¿Debe seguirse la suerte de España o resistir en América? Las Indias son un dominio personal del rey de España; el rey está impedido de reinar; luego las indias deben gobernarse a sí mismas”. Estas palabras del tucumano Bernardo de Monteagudo, pasarían a la historia como el “silogismo de Chuquisaca”, y sería uno de los argumentos de los revolucionarios que se lanzarían a las calles de la ciudad universitaria primero y luego en La Paz.

En este levantamiento del Alto Perú (lo que luego será Bolivia), el pueblo se reveló contra el abuso de las autoridades locales y formó Juntas como las de España. En La Paz, estuvo formada exclusivamente por americanos. Esto preocupó sobremanera a las autoridades españolas que quisieron evitar que el ejemplo se propagara por América.

Era demasiado tarde, la crisis de la monarquía había desatado un cuestionamiento de la autoridad. A partir de 1809 se producen una serie de levantamientos a lo largo de todo el continente. En mayo, el ya mencionado de Chuquisaca (actual ciudad de Sucre) y La Paz; en agosto la Primera Junta de Quito (Ecuador). El año1810 verá nacer numerosas Juntas emancipadoras. Así es como el 19 de abril se instala la Junta Suprema de Caracas (Venezuela); el 22 de mayo la Junta de Cartagena (Colombia); el 25 de mayo nuestra Primera Junta en Buenos Aires; el 3 de julio la Junta Extraordinaria de Santiago de Cali y el 20 de julio la de Santa Fe (ambas en Colombia), el 16 de septiembre el movimiento conducido por el cura Miguel Hidalgo conocido como el “Grito de Dolores” en México y el 18 de septiembre la Primera Junta Nacional de Gobierno de Chile. En 1811 seguirían el Grito de Ascensio en Uruguay, el 15 de mayo la Junta del Paraguay y el 5 de noviembre la Primera Junta de San Salvador.

No hay que olvidar que varios años antes, en 1776, las trece colonias de América del Norte (con la excepción de Nueva York que se abstuvo) declaraban la independencia del Imperio Británico y nacían los Estados Unidos. En 1804, Haití se independiza de Francia, conformando la primera republica fundada por ex esclavos. En el transcurso de poco más de 40 años, facilitadas por los conflictos y crisis de los imperios europeos, se dieron enormes luchas libertadoras que desembocaron en la independencia del continente americano.

A partir de 1811, vendrían años muy duros para los patriotas latinoamericanos. La corona española, nuevamente en el trono, intentaría por todos los medios reestablecer su orden en América. Los ejércitos “godos” volverían al ataque implacablemente. El sanguinario general Goyeneche derrotaría en Huaqui al ejército patriota conducido por Balcarce y Castelli, perdiendo la Junta de Gobierno de Buenos Aires el control del valioso Alto Perú. Vendrían nuevos triunfos y derrotas, hasta que con la llegada de San Martín al Río de la Plata, se consolidaría un proyecto continental para derrotar definitivamente a los españoles.

Estos años fueron también de intensas pujas entre las distintas facciones y grupos patriotas. ¿Qué medidas tomar? ¿Proclamarse definitivamente independientes? ¿Había que echar de América a los españoles? Y por lo tanto ¿unir fuerzas con el resto de los países? Ante los variados interrogantes que surgieron, sobresale para la época la voluntad inquebrantable de luchar por la libertad y soberanía de próceres como Moreno, Monteagudo, Castelli, Belgrano, Artigas, San Martín y Simón Bolívar, entre otros. Así es como se tomaron medidas muy progresivas para la época, dirigidas a suprimir las viejas instituciones.

Por ejemplo, las medidas sancionadas en la Asamblea del Año XIII, en el ex virreinato del Río de la Plata, en las que se aseguraba la libertad de prensa, la eliminación de los temibles métodos de explotación como el tributo, la mita y el yanaconazgo. No se abolió la esclavitud, aunque se estableció la libertad de vientres. Se suprimieron los títulos de nobleza y los mayorazgos. Se abolieron la tortura y la persecución y se afirmó la primacía de la autoridad civil por sobre la eclesiástica. Tiempo antes, la Primera Junta había prohibido que los españoles fuesen propietarios de pulperías y almacenes. Castelli, delegado de la Junta en el Alto Perú, reunió a los indígenas en Tiahuanaco el 25 de mayo de 1811 y leyó una proclama que incluía, además de la abolición del tributo y el reparto de las tierras, el derecho a la representación y el sufragio. En la mente de estos hombres, también estaba la voluntad de conformar la “gran patria americana”. Escribía Monteagudo, “la rápida encadenación de escollos y peligros muestran la necesidad de formar una gran liga americana… Toda la previsión humana no alcanza a penetrar los accidentes y vicisitudes que sufrirán nuestras repúblicas hasta que se consolide su existencia*.

Estas son las ideas que rescatamos en este Bicentenario, y nuestro homenaje a las grandes luchas que llevó adelante el pueblo americano para librarse del yugo español, magistralmente resumido en una proclama de los rebeldes del Alto Perú en 1809: “Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez. Ya es tiempo de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía”.

Como es sabido, la burguesía criolla, con sus oligarcas y patrones, fueron entregando con el correr de los años aquella primera independencia que tanto esfuerzo nos costó, para subordinarse a nuevos amos, los imperialistas ingleses primero y los yanquis luego. Una vez más son necesarias la lucha y las medidas revolucionarias (como lo fueron muchas de las adoptadas luego de mayo de 1810) para conquistar una segunda y definitiva independencia, esta vez contra el capitalismo imperialista, en Argentina y América Latina, para que los trabajadores y el pueblo en el gobierno sean quienes decidan el futuro de nuestros países.

 

* Extraído del Ensayo “Sobre la necesidad de una Federación general entre los Estados Hispanoamericanos y plan de su organización” Bernardo de Monteagudo (1785-1825)


Polémica sobre el carácter de la colonización

Durante muchos años los militantes marxistas latinoamericanos se formaron bajo la influencia de una teoría seudo marxista que se basaba en los historiadores liberales. El centro de esta teoría afirmaba una supuesta colonización feudal por parte de España y Portugal, que había sido el origen de nuestro “retraso” con respecto a los Estados Unidos. Claros exponentes de este pensamiento fueron el peruano Mariátegui y el argentino Abelardo Ramos. Luego sobrevino una segunda tendencia, equivocada también, que sostenía que la empresa llevada adelante por los españoles fue puramente capitalista, como opinaba el economista y sociólogo André Gunter Frank.

Nahuel Moreno, fundador de nuestra corriente, fue el primero que, desde el año 1948, polemizó en los medios marxistas latinoamericanos contra la teoría de la colonización “feudal”, que en su momento levantaba el estalinismo como justificación teórica para su política de constituir frentes populares con la burguesía liberal para hacer una supuesta revolución antifeudal.

Así lo explicaba Moreno en su trabajo Cuatro Tesis sobre la colonización española y portuguesa*: “La colonización española, portuguesa, inglesa, francesa y holandesa en América fue esencialmente capitalista. Sus objetivos fueron capitalistas y no feudales: organizar la producción y los descubrimientos para efectuar ganancias prodigiosas y para colocar mercancías en el mercado mundial. No inauguraron un sistema de producción capitalista porque no había en América un ejército de trabajadores libres en el mercado. Es así como los colonizadores para poder explotar capitalistamente a América se ven obligados a recurrir a relaciones de producción no capitalista: la esclavitud o una semiesclavitud de los indígenas. Producción y descubrimiento por objetivos capitalistas; relaciones esclavistas o semiesclavistas; formas y terminologías feudales (al igual que el capitalismo mediterráneo) son los tres pilares en que se asentó la colonización de América”

G.C.

 

Reproducido en Método de la interpretación de la historia argentina. 1ra Ediciaón, Bs. As. Milena Cacerola, 2009.


Como el 17 de octubre

Se ha dicho que la presencia de 400 o 500 “chisperos” durante el 25 de Mayo en la Plaza, apoyando a los dirigentes que discutían su asunción en el cabildo, no significa que el movimiento haya sido “popular”. Por el contrario, se suele mencionar esa cifra para afirmar que fue casi un “golpe de mano” de la elite porteña. Historiadores disímiles como Mitre (liberal), Gandía (revisionista) y Peña (marxista) coinciden en esa postura. Un simple cálculo matemático permite afirmar lo contrario. Como Buenos Aires y sus alrededores no superaban los 45.000 habitantes, esa presencia, en números actuales, nos habla de unos 150.000 manifestantes (sobre los 15 millones de ahora) decididos a pelear. Cabe agregar que, por entonces, las mujeres no participaban (lo que duplicaría el cifra) y que, en los regimientos, acantonados, velaban las armas más de 2000 milicianos, fieles a los criollos. La movilización popular de Mayo fue, por lo menos, similar a la del 17 de octubre de 1945.


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