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José Castillo

Ahora Europa

La crisis económica mundial no cede

A mediados de 2007 se desató una de las crisis más grandes de la historia del capitalismo, sólo comparable, según reconocen muchos expertos, a la de 1930. Con epicentro en los Estados Unidos, pero rápidamente extendiéndose al resto del mundo, economistas de todas las tendencias reconocían su origen en el estallido de una espectacular burbuja especulativa con centro en los bancos de inversión de Wall Street. Caída generalizada de las principales economías del mundo, millones de nuevos desempleados, más pobreza y hambre en todo el planeta, fueron las consecuencias sociales del desastre.

Pasaron dos años y medio, y miles de páginas de “interpretación”. Ya explicamos que no se trata de una “perversión” del “neoliberalismo”, sino de algo mucho más profundo, basado en el propio funcionamiento del capitalismo imperialista de los últimos 40 años: la caída de la tasa de ganancia de las principales ramas productivas de la economía mundial y la aparición de una inmensa masa de fondos líquidos -capital “gaseoso”- que circulaba por el mundo buscando, y logrando coyunturalmente, valorizarse ficticiamente vía la especulación financiera, bursátil y cambiaria, generando “burbujas” de pseudo-prosperidad que al poco tiempo terminaban estallando. Señalábamos que lo que estaba sucediendo desde 2007 no era más que un nuevo capítulo agudo de una crisis crónica abierta a fines de la década del 60. Y que expresiones anteriores se habían visto en las décadas del 70, 80 y 90. Citando sólo las de esta última, la crisis mexicana del tequila (1994), la del sudeste asiático (1997), la cesación de pagos rusa (1998) y la argentina (fines de 2001), así como la llamada crisis “de las punto com”, que marcó la recesión de 2001 en los Estados Unidos, habían sido manifestaciones anteriores de esta misma cronicidad de la crisis que ahora aparecía con mucha más virulencia.

Durante 2009 vimos una desaforada propaganda tratando de convencernos que “la crisis ya había pasado”, que “se vislumbraba la recuperación” y expresiones similares. Pero esa expresión de deseos de la burguesía imperialista mundial, sus gobiernos y sus voceros del periodismo del establishment no se compadece con la realidad. En los propios Estados Unidos, el desempleo sigue por encima del 10%, los pedidos de seguro de desempleo continúan subiendo mes a mes, el mercado inmobiliario con sus millones de hipotecas impagas no se recupera, y todavía hay 700 bancos en dificultades.

Y vemos que hay nichos especulativos que recién están estallando ahora, agravando la crisis. Así sucedió en los Emiratos Arabes Unidos en noviembre pasado, cuando el fondo privado Dubai World se declaró en cesación de pagos, simplemente por el estallido de una nueva “burbuja especulativa” montada sobre fantásticos megaproyectos inmobiliarios. O en las crisis griega y española, que detallamos en estas mismas páginas.

Pero lo que está crujiendo en este comienzo de 2010 es en realidad el megaproyecto especulativo llamado “zona euro”. El capital monopólico y financiero de las grandes potencias europeas se construyó un gran espacio para sus superganancias: semicolonizar a las economías más débiles del sur y este de Europa, aprovechando los menores valores inmobiliarios, e incluso su mano de obra más barata. Pero la Unión Europea es hoy un proyecto en crisis. Cuando se lanzó el euro en, 1999, se fijaron las normas para poder pertenecer a ese supuesto “club selecto”: ningún país podía tener más de 3% del PBI de déficit fiscal y de 60% del PBI de deuda externa. Hoy, Grecia tiene respectivamente 13 y 113%, y España 11 y 54%, pero no son la excepción. Irlanda está en 13 y 66% y Portugal en 9 y 78%, quedando el mismísimo promedio de toda la zona euro en 6% del PBI de déficit fiscal, totalmente por encima de lo acordado. En 2009, los 16 países de la zona euro muestran un promedio de caída de sus economías del 4,1%, con 23 millones de desocupados, 7 millones más que hace dos años. Cada vez son más los economistas burgueses que insisten en que “no hay salida dentro de la moneda única, salvo brutales ajustes y años de recesión en países como España, Grecia, o Portugal” (Wall Street Journal, Financial Times y The Economist, 15-16/2).

El capitalismo imperialista tiene un sólo programa para salir estructuralmente de esta crisis crónica: propinarle una derrota estratégica a la clase trabajadora mundial, imponiendo la superexplotación a escala planetaria. Nahuel Moreno denunciaba que estaba en marcha desde fines de los sesenta y fundamentalmente la década de los setenta, una “contrarrevolución económica permanente” con ese objetivo. Una ofensiva para atacar los salarios y precarizar el empleo, subir los ritmos de trabajo, quitar los beneficios sociales, en fin, atacar todas las conquistas y necesidades de los trabajadores. Pero hasta ahora, vía la resistencia de los pueblos, no pudo lograr aplastarlos. Las recetas del FMI, las recomendaciones de la Comisión de la Unión Europea para Grecia y España, vuelven sobre lo mismo: ajustar, hacer desaparecer lo que quedó del “estado benefactor europeo”, bajar salarios, flexibilizar, liquidar los sistemas jubilatorios. Los capitalistas del mundo miran hacia China, a la que ven como un ejemplo de “disciplina laboral” y superexplotación, modelo de cómo “se sale de la crisis”. Los trabajadores del mundo, hoy nos miramos en el espejo de la resistencia obrera europea, que defiende con uñas y dientes lo que conquistaron con todas sus luchas del siglo XX.


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