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Mercedes Petit

Del gobierno peronista al genocidio

En 1976 se impuso la dictadura militar

En la década del 70 el peronismo volvió al gobierno como parte de un plan de la patronal, la Fuerzas Armadas y el imperialismo yanqui, para disciplinar a la clase obrera y revertir el ascenso iniciado por el Cordobazo. No lo logró, y la traición de la burocracia sindical peronista abrió paso al triunfo del golpe genocida.

Portada diario Clarín marzo 1976.

Portada diario Clarín marzo 1976.

En 1975, por primera vez la clase trabajadora argentina protagonizaba una huelga general contra un gobierno peronista, el de Isabel Perón. Surgió desde las bases y fue impuesta a la cúpula sindical burocrática del peronismo. Su fuerza permitió barrer del gobierno al siniestro ministro de Bienestar Social, José López Rega, quien fuera secretario personal de Perón y el que impulsara las bandas fascistas de la Triple A. Pero finalmente, en marzo del año siguiente, la levantada del plan de lucha por parte de la burocracia, abrió paso al triunfo de los militares.

Imponer una política económica de saqueo al servicio de las multinacionales

Isabel Perón no había logrado su objetivo de poner en caja a los trabajadores. Llegó la hora de Videla, Massera y demás genocidas, dispuestos a cortar las luchas a sangre y fuego. El jefe del radicalismo, Ricardo Balbín, había llamado a los militares a terminar con “la guerrilla fabril”. Desde el mismo 24 de marzo comenzó la persecución, no solo a las debilitadas organizaciones guerrilleras, sino fábrica por fábrica, barrio por barrio, y casa por casa. Comenzaban los miles de asesinados, presos y desaparecidos (ver recuadro El genocidio).

La patronal y sus partidos (fundamentalmente el peronismo y los radicales) se empeñaban en derrotar a la clase obrera, incluso apelando o dejando correr a los golpistas, para imponer un plan económico de hambre, liquidación de las conquistas sindicales y beneficio para los grandes empresarios, los bancos, el FMI y el imperialismo yanqui. Le tocó aplicarlo a los militares. La familia Rocca y el grupo Techint, Pérez Companc, los Macri, la Sociedad Rural, Amalita Fortabat, Pescarmona, entre otros, veían al flamante ministro de Economía Martínez de Hoz como fiel representante de sus intereses. La cúpula de la Iglesia Católica dio su bendición a la Junta Militar. Mientras el PST era proscrito y perseguido, el Partido Comunista daba también el apoyo a la dictadura.

La recuperación de las luchas y la derrota de la dictadura

Gracias a las constantes luchas democráticas para castigar a los genocidas, son muy conocidos los crímenes de la Junta militar, incluso a nivel mundial. Los represores han sido perseguidos acá y en otros países. A pesar de indultos, maniobras legales, encubrimientos y prescripciones, muchos han sido castigados. La complicidad de radicales, aliancistas y peronistas en la impunidad ha sido constantemente cuestionada. La tremenda envergadura de la represión que se vivió no significó, sin embargo, que la derrota fuera duradera. Casi desde el mismo año 1976 comenzó una sorda resistencia en las fábricas, y desde el 77 las Madres y otros familiares daban forma a los reclamos por los desaparecidos y los presos. Portuarios, subterráneos, trenes, algunas empresas industriales, y en distintos sectores se retomaban las luchas. Desde la crisis económica que se vivió en 1980 la dictadura se debilitaba. No le alcanzó para “equilibrar” sus cuentas la colosal estafa que hizo Domingo Cavallo al imponer al país una deuda externa fraudulenta. Por primera vez en 1981 se escuchó en las calles: “se va a acabar la dictadura militar”. Ante la traición a la lucha por la recuperación de las Malvinas (que los dictadores habían iniciado como loco escape a su crisis), la movilización obrera y popular protagonizó una revolución triunfante, acabó con la Junta militar y los años del horror.

Se recuperaron libertades democráticas, y día a día se renueva la lucha contra la impunidad a los genocidas, protegidos por indultos, maniobras legales y el doble discurso de los Kirchner. Quedan pendientes las soluciones de fondo que se lograrán con el triunfo de una nueva revolución, que esta vez logre imponer un nuevo gobierno, de los trabajadores y el pueblo.


El genocidio

La dictadura que se impuso en marzo de 1976 fue el primer régimen abiertamente contrarrevolucionario de nuestra historia. Nahuel Moreno lo describía así: “Los métodos de guerra civil selectiva, que eran un rasgo importante pero no el fundamental del gobierno isabelista, se convierten en la característica dominante del nuevo régimen.

“El terror de Estado no se vuelca exclusivamente contra la guerrilla. En pocos meses, el dispositivo militar de ésta y su propia dirección quedan aniquilados, con sus sobrevivientes en el exilio. Pero el terror sigue en un «crescendo» diabólico contra todo lo que se considera progresivo.

“La clase obrera, abandonada por su dirección sindical cobarde y venal, sufre una dura derrota. Su vanguardia, los activistas que organizaron y encabezaron las grandes luchas del período 1969/75, es asesinada por miles o forzada al exilio por centenares de miles. Por primera vez en su historia, el pueblo argentino comprueba atónito con sus propios ojos lo que es un genocidio.”*

Los 30.000 asesinados y desaparecidos, los presos y torturados, fueron el precio pagado por la traición de la conducción de la clase obrera y la derrota.

El PST ya había sido duramente reprimido por el gobierno de Isabel y la banda de la Triple A, y actuaba en la semiclandestinidad. Tenía casi 20 asesinados y numerosos presos antes del 24 de marzo. Luego, hasta febrero de 1982, cuando secuestraron y mataron a la militante Ana María Martínez, sus desaparecidos llegaron casi a 100.

Desde que una revolución victoriosa acabó con la dictadura, en junio de 1982, la lucha por el castigo a los genocidas ha sido una tarea fundamental en la movilización de la clase obrera y el pueblo argentinos.

 

*1982: Comienza la revolución. Véase en www.nahuelmoreno.org


El papel nefasto de Montoneros y el ERP

El accionar de las organizaciones guerrilleras exacerbó y dio argumentos a la represión parapolicial y de las Fuerzas Armadas. El ERP provenía de una escisión ocurrida en el verano de 1968, en el PRT, la organización trotskista que lideraba Nahuel Moreno y que luego dio origen al PST. Roberto Santucho impulsó, desde un pequeño grupo, una orientación hacia la guerrilla rural, la propaganda armada y el hostigamiento “ejército contra ejército” hacia los militares. Se inspiró en el castro-guevarismo y el maoísmo, alejándose de las posiciones del trotskismo y de la propia clase obrera.

Los Montoneros eran las “organizaciones especiales”, es decir, armadas, del principal partido patronal, el peronismo. En su origen, jóvenes católicos y de clase media alta fueron alentados por Perón desde el exilio a volcarse a la acción armada. Unificaron a distintos sectores guerrilleristas del peronismo y adquirieron importante influencia fundamentalmente entre la juventud universitaria y la clase media. Apoyaron el regreso del peronismo al gobierno, primero con Cámpora y luego con Perón e Isabel. Cuando el propio Perón rompió con ellos, mantuvieron su camino de capitulación a sectores patronales y fueron profundizando cada vez más un carácter apartado de las masas y provocador de sus acciones armadas.

La corriente de Nahuel Moreno siguió adelante con su actividad en el seno de la clase obrera y sus luchas, impulsando el PRT (La Verdad). En 1972, al unificarse con el sector de Juan Carlos Coral, formaron el PST. Aunque las defendía ante la represión, y reclamaba la libertad de sus presos, el PST hizo una permanente crítica a la política totalmente equivocada de las organizaciones guerrilleras. Rechazaba ese camino elitista que pretendía sustituir a la organización y movilización obrera y popular por las acciones armadas de grupos militaristas, autotitulados “ejército popular”.

En el último número de Avanzada Socialista previo al golpe, el 20 de marzo de 1976, criticaba el estallido de una poderosa bomba en la playa de estacionamiento del edificio del comando general del Ejército, cuyas principales víctimas fueron suboficiales, conscriptos y transeúntes (entre los cuales estuvo el único muerto), diciendo que la guerrilla iba pasando del “aislamiento a la desesperación”. Mientras Isabel reprimía a los luchadores obreros, alentaba a las bandas fascistas y dejaba crecer el golpismo, los Montoneros -y también el ERP, más debilitado- hacían una “guerra de bolsillo” hostigando a los militares y atacando empresarios, dando argumentos a la represión y dificultando una respuesta contundente y masiva de los trabajadores.


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