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José Castillo

La asunción de Obama

Expectativas que serán defraudadas

La ceremonia de asunción de Obama fue seguida con mucha expectativa y emoción en todo el mundo. Se festejaba lo que parece un símbolo del fin del racismo, y también la ida de Bush, probablemente el presidente yanqui más odiado de toda la historia. Pero, más allá de los gestos y los discursos, ya se puede observar la continuidad con la clásica política imperialista de los Estados Unidos

Obama jurando: el primer presidente negro al mando del imperialismo yanqui.

Obama jurando: el primer presidente negro al mando del imperialismo yanqui.

En Washington, se calcula que fueron más de dos millones los que desafiaron el frío para ver al primer afroamericano jurar como presidente de los Estados Unidos. Y en muchos lugares del resto del mundo se emocionaron con la ceremonia. Incluso, en Africa, hubo festejos por lo que se siente como una especie de reivindicación ante los siglos de esclavitud.

Es entendible la emoción. Refleja, aunque distorsionadamente, la profunda crisis política, económica y social de la mayor potencia imperialista del planeta. Bush, el que iba a “vengar los ataques a las torres gemelas” a sangre y fuego, aplastando a todo aquel que osara enfrentársele, se va derrotado, insultado en el mundo y en su propio país. Repudiado además por su gestión interna en los propios Estados Unidos: la crisis y la miseria que se descarga sobre el “otro Estados Unidos”: el de los 50 millones de pobres, los “sin seguro social” y los 12 millones de indocumentados.

Obama es continuidad, no cambio

El presidente recién asumido no es alguien ajeno al sistema político de dos partidos que sostienen de conjunto el poder imperialista yanqui. Abogado graduado en la elitista Universidad de Harvard, ha desarrollado una meditada carrera política desde su llegada al parlamento del Estado de Illinois en 1994, y particularmente, luego de ser elegido senador en el 2004, evitando oponerse a cualquier decisión irritativa para el “establishment” demócrata.

Muchos tienen esperanzas de que Obama cambie la política internacional de Bush. Y va a haber una “modificación de estilo”: porque ha fracasado la doctrina del ataque unilateral, sin comprometer al resto de los países imperialistas. La tortura y la detención de “sospechosos”, sin siquiera la farsa de un juicio formal, como en la cárcel de Guantánamo, hoy genera un repudio mundial. Producto de todo esto, Obama se vio obligado a cerrarla y a afirmar que, aunque sea parcialmente y en etapas, se va a retirar de Irak.

Pero esto no quiere decir que Obama no seguirá desarrollando la histórica política imperialista yanqui. Y que, incluso, no habrá continuidad con muchas de las acciones de Bush. Veamos sus primeros pasos. Robert Gates, actual jefe del Pentágono, y partidario del envío de más tropas a Irak y Afganistán, será su Secretario de Defensa. En su discurso inaugural, no hubo una sola mención a la masacre perpetrada por Israel en Gaza, pero sí hubo un término que apareció repetidamente: el “terrorismo”, al que se lo debía “derrotar”. Es la misma palabra que, desde la caída del Muro del Berlín, vienen utilizando todos los gobiernos demócratas o republicanos para referirse a los que luchan contra el imperialismo por el medio que fuera. Una de las primeras medidas de Obama fue nombrar a su asesor para el conflicto Palestino- israelí: resultó ser el “experto” en los acuerdos de Dayton, aquellos con los que Clinton quiso resolver el conflicto yugoeslavo en los ’90. Recordemos cómo terminó todo: los Estados Unidos, “en nombre de las Naciones Unidas”, bombardeando Belgrado. Este es el famoso multilateralismo al que anuncia volver Obama. Por eso Hillary Clinton, la que sí votó a favor de la guerra en Irak, será la futura Secretaria de Estado. En lo inmediato, se reflejará en Afganistán, invadido en 2001 por tropas “de la ONU”, que aún permanecen en el territorio: el nuevo presidente yanqui prometió reforzar la guarnición y enviar ahí las tropas que va a retirar de Irak. El cierre de Guantánamo, anunciado también pomposamente, no implica liberar a los detenidos por años sin proceso y en condiciones horribles en dicha cárcel, sino simplemente su “traslado” a otras unidades penitenciarias de los Estados Unidos donde “continuará su trámite judicial”.

Cuando Obama habló de Latinoamérica, su mensaje no sonó muy distinto a lo que venimos escuchando por décadas. Habló de una “nueva agenda” para contrarrestar a líderes regionales como Chávez, al que citó como “una fuerza que ha impedido el progreso de la región, exportando actividades terroristas y respaldando a entidades como las FARC”. Al mismo tiempo, sostuvo que “no se contempla” poner fin al embargo decretado contra Cuba, demostrando que, en lo esencial, no se aparta un centímetro de la tradicional política del Departamento de Estado norteamericano.

A luchar para que la crisis la paguen los de arriba

Tampoco Obama significará algo distinto para los millones de trabajadores norteamericanos hoy golpeados por la crisis económica. Se sigue hablando de los paquetes de rescate, de 850.000 millones de dólares, para reactivar la economía yanqui. Pero no nos confundamos: nadie habla de salvar a los que pierden sus casas, o prohibir los despidos. Todo el “paquete” apunta a brindar subsidios a las industrias en problemas (léase a sus dueños) o a un impreciso plan de obras públicas que ya empieza a ser “el premio” para las empresas contratistas más cercanas al gobierno. Mientras tanto, seguirán fluyendo los fondos para continuar “auxiliando” a los bancos. La mayor muestra de todo esto es el nombre de quiénes están a cargo de estas medidas: Timothy Geithner (presidente de la Reserva Federal de New York), el gran defensor de la política de rescate a los grandes bancos.

Entendemos la emoción y la expectativa por la llegada al poder en la mayor potencia del mundo de un negro, en un país donde no hace muchas décadas los afroamericanos no podían siquiera sentarse en un ómnibus si había un blanco parado. Pero no podemos compartirla. Obama no es el fin de la marginación de millones. Esta sólo llegará cuando se acabe con el imperialismo y gobiernen, también en los Estados Unidos, los trabajadores y el pueblo. En ese camino hay que redoblar las luchas, en Estados Unidos y el mundo, para que la crisis la paguen el imperialismo, las multinacionales, banqueros y grandes capitalistas.


Saramago sobre Obama e Israel

El escritor portugués y premio Nobel de Literatura, José Saramago, escribió recientemente: “No es el mejor augurio que el futuro presidente de Estados Unidos repita una y otra vez, sin que le tiemble la voz, que mantendrá con Israel la «relación especial» que une los dos países, en particular el apoyo incondicional que la Casa Blanca dispensa a la política represiva (represiva es decir poco) con que los gobernantes (¿y porqué no también los gobernados?) israelíes han venido martirizando por todos los modos y medios al pueblo palestino. Si a Barack Obama no le repugna tomar su té con verdugos y criminales de guerra, buen provecho le haga, pero que no cuente con la aprobación de la gente honesta.

Otros presidentes colegas suyos lo hicieron antes sin necesitar otra justificación que la tal «relación especial» con la que se da cobertura a cuantas ignominias fueron tramadas por los dos países contra los derechos nacionales de los palestinos.

A lo largo de la campaña electoral Barack Obama, ya fuera por vivencia personal o por estrategia política, supo dar de sí mismo la imagen de un padre dedicado.

Eso me permite sugerirle que le cuente esta noche una historia a sus hijas antes de que se duerman, la historia de un barco que transportaba cuatro toneladas de medicamentos para socorrer a la población de Gaza en la terrible situación sanitaria en que se encuentra, y que ese barco, Dignidade era su nombre, ha sido destruído por un ataque de fuerzas navales israelíes con el pretexto de que no tenía autorización para atracar en sus costas (creía yo, ignorante redomado, que las costas de Gaza eran palestinas…) Y que no se sorprenda si una de las hijas, o las dos a coro, le dicen: «No te canses, papá, ya sabemos qué es una relación especial, se llama complicidad en el crimen”.

(Publicada en El País – 27/12/08)


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