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Miguel Lamas

Lo que ocultan los Juegos Olímpicos

Centenares de millones de personas vimos por TV la impresionante ceremonia de inauguración de los juegos Olímpicos en Pekín. Un deslumbrante despliegue de tecnología y arte. Mostró, entre otras cosas, la potente tradición cultural de una antigua nación, que durante siglos fue considerada “inferior” por el imperialismo occidental. Pero, como ocurriera otras veces en la historia, con el brillo de los juegos se intenta legitimar a un régimen siniestro y ocultar la superexplotación y represión que practica contra centenares de millones de trabajadores en beneficio de las multinacionales imperialistas.

La ceremonia fue respaldada por la presencia de George Bush -por primera vez un presidente yanqui asiste a una Olimpiada fuera de Estados Unidos- , el primer ministro ruso, Vladímir Putin, el brasileño Luiz Inacio Lula da Silva, el francés Nicolas Sarkozy… Hasta Fidel Castro y Hugo Chávez, que no asistieron, expresaron su “adhesión” y su apoyo al régimen chino.

China tuvo un enorme desarrollo de su economía en los últimos años. Pero este progreso económico no benefició al conjunto de la población. Mientras una minoría se enriqueció enormemente, una mayoría, especialmente sus campesinos y obreros, fueron empujados a condiciones de vida miserables. Se perdieron gran parte de las conquistas sociales alcanzadas por la revolución de 1949 que había expulsado al imperialismo y expropiado a la burguesía, logrando terminar con el hambre en el país.

La burocracia del Partido Comunista Chino impuso desde hace 30 años un proceso de restauración del capitalismo. Sus dirigentes se convirtieron en multimillonarios. Hoy hay en China una feroz dictadura capitalista dependiente del imperialismo mundial. Pese a su nombre y a su bandera roja, China no es ni socialista, ni comunista. Por el contrario, es el paraíso de las multinacionales que tienen ahí a centenares de millones de trabajadores sin derechos sindicales ni políticos, con salarios míseros y jornadas de trabajo de esclavos. Muchos trabajan 60 o 70 horas semanales, sin que les paguen extra, por sueldos cercanos a los 100 dólares al mes.

En China existen 63 mil transnacionales y 250.000 millonarios en dólares. Pero la mitad de la población, de 1.350 millones de personas, vive con menos de 2 dólares diarios. Más de 15.000 obreros mueren cada año en accidentes laborales.

«Los conflictos sociales están aumentando anualmente un 30%: huelgas salvajes, revueltas de pequeños campesinos, además de escándalos de los niños esclavos. El actual contexto es propicio al descontento. Pues en China, como en muchos países, el incremento de los precios de los alimentos y de la energía (el 19 de junio pasado, el Gobierno aumentó el precio de los carburantes un 18%) se traduce en una subida de la inflación –que ya alcanzaba el 7,7% en mayo– y una consiguiente degradación del nivel de vida. Las autoridades temen la amenaza de una inflación desestabilizadora que podría provocar manifestaciones de masas semejantes a las que fueron aplastadas por el ejército en la plaza Tiananmen, en junio de 1989. A todo ello se añade el peligro de una catástrofe ecológica que cada día preocupa más a los ciudadanos. El propio ministro de Medio Ambiente, Pan Yue, ha admitido la enormidad del desastre: “Cinco de las ciudades más contaminadas del planeta se hallan en China; las lluvias ácidas caen sobre un tercio de nuestro territorio; la mitad de las aguas de nuestros siete principales ríos son inutilizables; un tercio de nuestra población respira un aire muy contaminado. En Pekín, entre el 70 y el 80% de los cánceres, tienen por causa el medio ambiente degradado“» (Ignacio Ramonet, Le Monde Diplomatique, agosto 2008).

A este triste record hay que agregarle la violenta represión a minorías y especialmente al pueblo del Tibet que reclama autonomía. Al contrario de lo que dicen sus defensores, y pese a su inmensa población y producción, tampoco es China una “gran potencia” que pueda superar a Estados Unidos por la vía del desarrollo capitalista. Por el contrario se convierte a grandes pasos en una semicolonia, cada día más dominada por las multinacionales. Y el enorme superávit comercial, obtenido gracias a la súper explotación de los trabajadores, lo emplea en comprar bonos de la deuda de Estados Unidos, con lo que contribuye a financiar el despilfarro y enorme gasto militar de los yanquis.

Sólo una revolución de la enorme y superexplotada clase obrera China, podrá, derribando a esa siniestra dictadura, liberarla de las cadenas imperialistas. Desde Izquierda Socialista y la Unidad Internacional de los Trabajadores llamamos a la más amplia solidaridad con todas las expresiones de lucha obrera, popular o democrática contra la dictadura capitalista china. Algo que los juegos olímpicos no podrán ocultar.


“Cajita feliz”

Los juguetes de las “cajitas felices” de Mc Donalds se producen en la fábrica City Toys, situada en las afueras de Shenzhen, sur de China. La mayoría de sus 400 trabajadores no han cumplido aún los 14 años de edad. Su jornada de trabajo es de 16 horas diarias, todos los días de la semana. Duermen amontonados en cuartos cercanos. Los niños trabajadores tienen dos días libres por mes, pero no pueden salir de la zona, puesto que no hay ómnibus que vayan hacia la ciudad. El teléfono del que pueden disponer está descompuesto. Sus dormitorios tienen una superficie de 18 metros cuadrados, en cada uno duermen 15 niños, sin servicios sanitarios, y las camas no tienen colchones. Wan Hanhong, uno de los jóvenes obreros, explica que a sus padres no les gusta que él trabaje en City Toys, pero debe hacerlo para poder sostenerlos. Los niños cuentan algunos de los males que les aquejan: calambres, dolores de pecho, de estómago y de cabeza, aturdimientos constantes, infecciones bronco-pulmonares, diarreas y parásitos.

La explotación afecta a muchos niños más. El último reporte de la Organización Mundial del Trabajo reconoce que, en China, el 11% (13.3 millones) de los trabajadores son niños que producen diversos artículos para compañías trasnacionales (información de Ricardo Bonett Locarno-ATTAC, Suecia).


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