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Miguel Lamas

La resistencia irakí dejó tambaleando al gobierno

Al cumplirse cinco años de la invasión se prepara una gigantesca manifestación de masas para exigir que se vayan los yanquis. La semana pasada una insurrección armada expulsó al ejército títere de Basora, la segunda ciudad del país, de Ciudad Sadr, un enorme barrio de 2 millones de habitantes de Bagdad, y de otras tres ciudades.

Combatientes «Mahdi»

Combatientes «Mahdi»

Movilización contra la presencia yanqui

Movilización contra la presencia yanqui

La rebelión comenzó como reacción ante un gran operativo militar lanzado el 25 de marzo por el gobierno títere de Nuri Al Maliki para controlar Basora, ubicada a 540 km al sur de Bagdad, la capital de la provincia más rica en petróleo y de la zona portuaria por donde sale el petróleo. Cuando el ejército atacó Bagdad, el propio Bush felicitó a su títere irakí, calificó la acción de “decisión audaz” y añadió, “yo diría que este es un momento decisivo en la historia del Irak libre”.

Basora estaba controlada hasta el año pasado por los ingleses. Pero no pudieron derrotar a las milicias armadas y se retiraron vencidos. Ahora mantienen una base militar con 2000 soldados que prácticamente no se asoman. Las milicias del llamado “ejército Mahdi” habían ampliado su control de la mayor parte de la ciudad. El año pasado hubo una importante huelga de los obreros petroleros.

Por eso el ataque, que Bush calificó de “decisivo”, fue efectivamente una jugada importantísima del gobierno. El propio primer ministro Nuri Al Maliki se trasladó a Basora para supervisar las operaciones. Pero le salió el tiro por la culata.

Se desató una impresionante rebelión insurreccional de masas, no sólo en Basora, sino también en Bagdad, Kut, Amara, Nasiriya y Diwaniya, las capitales de las cuatro provincias clave del sur de Irak. Las tropas del gobierno perdieron en todos los frentes. Un periodista del New York Times, que consiguió entrar en Basora, afirmó que los miles de milicianos del ejército rebelde siguen ahí: “No hay ningún lugar que el Ejército del Mahdi no controle o no pueda atacar a su capricho”. Y que en la capital del país “el ejército irakí, la policía, al igual que las milicias Badr y Dawa (milicias que responden al gobierno), súbitamente desaparecieron de las calles de Bagdad, abandonando sus vehículos blindados. Los miembros del Ejército Mahdi los tomaron y realizaron jubilosas caravanas antes de llevarlos a su bastión de Ciudad Sadr, en la zona oriental de la capital”, dijo a un periodista de IPS un coronel de la policía, que pidió no revelar su identidad (www.rebelion.org).

La llamada Zona Verde de Bagdad, donde se encuentran el parlamento, la sede del gobierno y la embajada de Estados Unidos, fue atacada con misiles. El personal estadounidense e iraquí tuvo que meterse de cabeza en los refugios subterráneos. Parece que también hay toque de queda en esta zona. “Ya no queda un lugar seguro en Irak”, dijo un ingeniero que trabaja para una compañía extranjera.

Acuerdo precario

Después de la derrota militar del gobierno, el jefe del Ejército Mahdi, el jóven clérigo chiíta Mudtada al- Sadr, ordenó el repliegue de sus combatientes: “Por responsabilidad religiosa, para terminar con el derramamiento de sangre irakí, para mantener la unidad de Irak y para poner fin a esta sedición que los ocupantes y sus secuaces quieren difundir entre el pueblo irakí, exhortamos a dejar de salir armados en Basora y en todas las demás provincias. Quien porte un arma y tome como mira instituciones gubernamentales no será de los nuestros”. De la declaración de Sadr surgen dos cuestiones con claridad: la primera es que fue desbordado por la insurrección de masas, encabezada por “sus” milicianos, que están haciendo acciones que él no ordenó; la segunda es que está tirando una soga para salvar al tambaleante gobierno de Al Maliki, del cual el partido de Sadr fue parte en el pasado, aunque luego lo abandonó. Sadr fue aún más lejos e incluso dijo que desarmaría al “Ejército Mahdi” si se llegaba a ciertos acuerdos.

Detrás de Sadr está la vecina República islámica de Irán, que en vez de apoyar la resistencia popular irakí, como sería coherente con su proclamado antiimperialismo, la frena y apoya al gobierno de Al Maliki. Por eso los yanquis volvieron a convocar de apuro a Irán para nuevas “conversaciones sobre la seguridad”, hecho que fue anunciado por el propio gobierno iraní.

Más allá de lo que hagan estos dirigentes, los hechos marcaron un salto militar de la resistencia popular, que es capaz de controlar ciudades enteras y reclama a viva voz en las calles: ¡Fuera yanquis de Irak!


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