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José Castillo

Tiemblan los mercados mundiales

¿Se viene otra crisis del capitalismo?

Estados Unidos crecía atado a una gran burbuja especulativa: la sobrevaluación inmobiliaria. Ahora estalló y está dejando un tendal. La crisis llegó a Europa, donde un banco francés ensaya un “corralito” al mejor estilo argentino. Los Bancos Centrales de Estados Unidos, Europa, Japón, Australia y Canadá salieron al rescate de los pulpos. Pero la crisis sigue latente.

El terremoto bursátil se dió en pleno corazón de la economía yanqui

El terremoto bursátil se dió en pleno corazón de la economía yanqui

Como pasó tantas veces en la historia del capitalismo, la crisis apareció sorpresivamente. Ya habíamos tenido pequeñas señales en febrero y marzo, con caídas de las bolsas mundiales.

Pero la “verdad” se fue gestando durante julio. Increíblemente, los presidentes de los bancos centrales europeos y de la Reserva Federal yanqui decían el miércoles pasado que no había “ningún problema”. En 48 horas tuvieron que salir a tragarse sus propias afirmaciones. Evitaron que se derrumbaran los grandes negocios capitalistas al costo de tirar al mercado 323.000 millones de dólares. Fue la intervención más grande desde la caída de las Torres Gemelas en septiembre de 2001. Y todavía hoy no hay claridad si la situación se ha normalizado.

¿Qué pasó?

El capitalismo mundial hace décadas que no está funcionando “normalmente”. Debería esperarse que la mayoría de las inversiones se aplicaran a las ramas productivas más modernas, para, explotando a los trabajadores, obtener plusvalía que luego se reinvirtiera también productivamente. Pero no es esto lo que está sucediendo. En cambio, hay una enorme masa de dinero que vuela de mercado en mercado, buscando donde hacer super-ganancias especulativas. Esto fue lo que ocasionó, en los años 90, la crisis mexicana, del sudeste asiático y rusa. Y los que montaron la fenomenal especulación que sostuvo la convertibilidad argentina, que terminó estallando a fines de 2001.

Vamos a relatar ahora un nuevo capítulo, con sede en los propios Estados Unidos y su origen a fines de 2001. Los yanquis tenían entonces su propia recesión fruto del estallido de otra burbuja especulativa (la de las empresas “punto.com” en marzo de 2000) y del caos generado tras la caída de las Torres Gemelas en septiembre de 2001. El gobierno de Bush lanzó miles de millones de dólares al mercado, comenzando por la industria militar. La Reserva Federal (algo así como el Banco Central estadounidense) bajó hasta el 1% la tasa de interés de referencia. Se trataba de reactivar la economía de cualquier modo. Pero toda esa masa de fondos no fue a nuevas inversiones tecnológicas ni industriales. Lo que sí generaron fue un “boom” de créditos para el consumo, fundamentalmente inmobiliarios. Los precios de las propiedades subieron hasta las nubes. Así empezó a crecer la “burbuja”. La economía yanqui crecía año a año, aunque demás está decir que sus beneficios no “derramaban a todos”: sigue habiendo 14 millones de indocumentados sometidos a persecución y superexplotación, 40 millones de pobres y una inmensa masa de la población sin cobertura de salud. Basta recordar que el huracán Katrina desnudó esta realidad hace dos años, en medio del boom del crecimiento.

Lo que sí crecía era el negocio con las propiedades. Se llegaron a ofrecer créditos hipotecarios prácticamente sin presentar ningún antecedente. A su vez los bancos que debían cobrar estos préstamos, pedían ellos mismos dinero prestado ofreciendo como garantías las propias hipotecas. Y colocaban ese dinero en los mercados especulativos, comprando acciones y bonos, o prestando parte de ese dinero a empresas para que compraran otras, dando lugar a una ola de fusiones y adquisiciones. Estas operaciones financieras pronto salieron de los propios Estados Unidos: en esta “bicicleta” participaron bancos europeos, canadienses y asiáticos.

Pero como toda burbuja, al final estalla. Con los valores inmobiliarios por las nubes, cada vez fue más difícil encontrar nuevos compradores. Los precios de las propiedades empezaron a bajar. Se acumularon nuevas viviendas invendibles. A esto se sumó que muchos se encontraron con que, entre la suba de la tasa de interés y la baja del valor de los inmuebles, tenía una deuda enorme, que no podían pagar, por una casa que valía menos de la mitad de su hipoteca.

Cada vez más créditos pasaban a la categoría de “incobrables”. Y entonces se produjo la reacción en cadena. Como explicó Paul Krugman: “la entidad financiera A no puede vender sus títulos con respaldo hipotecario, con lo cual no puede reunir el dinero suficiente para pagarle lo que le debe a la B, la que no tendrá dinero para pagarle a C. Y los que tienen dinero se sientan arriba, porque no confían en que alguien devuelva los préstamos, con lo que empeoran todavía más el panorama” (Ieco, Clarín, 12/8).

El problema es que, como todo es un gran juego especulativo, no se sabe hasta donde está enganchado cada pulpo. Primero bajó la bolsa de Wall Street. Cuando parecía que todo se tranquilizaba, quebró el American Home Mortgage Investment, un banco hipotecario yanqui. Pero después se expandió a otras instituciones que no tenían nada que ver con este negocio, pero estaban enganchadas en la bicicleta. Así, cayeron en la red dos bancos alemanes, hasta que el 9 de agosto el BNP Paribas (el banco más importante de Francia) anunció que congelaba 2.000 millones de dólares, imposibilitado de devolverlos, generando algo muy parecido al “corralito” que nosotros vivimos en 2001. Y ahí se largó el efecto dominó.

Entonces llegó “el gran salvataje”. Los bancos centrales de las potencias salieron a inundar de divisas el mundo para evitar una quiebra en masa. Mientras tanto, los buitres financieros, a la búsqueda desesperada de hacer “efectivo”, vendían todos los bonos que habían comprado en el tercer mundo, para refugiarse en el más seguro bono, el del Tesoro de la Reserva Federal yanqui.

Las perspectivas

Por ahora esa inyección de dinero logró parar la bola de nieve que llevaba a un crack de las finanzas mundiales. Pero a costa de “inflar” aún más la masa de fondos especulativos que circulan por el planeta. Por lo tanto todos los desequilibrios siguen presentes.

Ahora las usinas de las finanzas mundiales saldrán a decir que “la crisis ya pasó” y a inventar nuevas teorías sobre la solidez de la economía mundial. Pero lo único concreto es que se terminó el ciclo abierto al final de 2001, del crecimiento “fácil” de la economía yanqui en base a la especulación inmobiliaria. No sabemos si asistiremos a un capítulo de este crack en dos días, una semana o seis meses, pero podemos afirmar que la crisis sigue abierta. Y esto va a terminar repercutiendo sobre el crecimiento de la economía mundial. Es cierto que China y la India siguen produciendo a toda máquina. Pero no debemos olvidar que todo lo que se produce en Asia tiene como destino central el mercado norteamericano. El capitalismo sigue crónicamente enfermo, y estamos asistiendo a uno de sus ataques agudos. Veremos cuando viene el próximo. A los trabajadores del mundo les queda luchar para evitar que la crisis se descargue sobre ellos.


Cómo afecta a la Argentina

Nuestro país ha crecido desde mediados del 2002 aprovechando el “viento de cola” de la economía mundial. La coyuntura económica internacional favoreció al gobierno de Kirchner con los altos precios de las materias primas (fundamentalmente con el boom de la soja) y con la facilidad para acceder al crédito internacional. Esto último es lo que parece terminarse.

Como hemos sostenido repetidamente, nuestro país sigue teniendo una deuda externa impagable. Y con vencimientos prácticamente todos los meses. Hasta ahora, Kirchner “zafaba” porque podía refinanciarla emitiendo nuevos bonos, que eran colocados en el mercado mundial, ávido de dinero fácil del Tercer Mundo, que le permitiera hacerse de ganancias financieras que triplicaban las que podían obtener en su país de origen. En este “juego” participaba hasta la Venezuela “bolivariana” (ver "¿A quién...?").

Esto es lo que parece haberse acabado. Los buitres de las finanzas, en medio de la incertidumbre de los mercados mundiales, ya no quieren esos bonos. No sólo no los compran, sino que venden los que tienen, se pasan a dólares y huyen hacia destinos más seguros.

La Argentina tiene vencimientos de deuda pendientes este año por 2.500 millones de dólares. Y en 2008 vencen más de 7.000 millones. ¿Cómo los va a pagar si se acabó la posibilidad de refinanciarlos? Para este año recurrirán al superávit fiscal. Pero resulta que este se compone en gran parte de la plata del ANSES por el “pase” de las AFJP al sistema estatal: se va a usar la plata de los futuros jubilados para cancelar la deuda. También le quedan las reservas del Banco Central: son 44.000 millones de dólares. Claro que el cambio de coyuntura mundial hizo que se acabara el tiempo de “acumular” reservas. Ahora, como ya pasó en estas últimas dos semanas, tuvo que empezar a usarlas para sostener el dólar.

En el gobierno ya se habla en voz baja de volver al prestamista tradicional: el FMI. Claro que este no presta sin hacer firmar primero un plan de ajuste. En síntesis: se empieza a desnudar la mentira de que “nos habíamos independizado”.


¿A quién benefician los préstamos de Chávez?

El gobierno de Venezuela ha vuelto a prestarle a la Argentina para que cubra vencimientos de deuda externa. Esta vez se trató de 500 millones de dólares a una tasa del 10,66% anual, mediante la adquisición por parte del tesoro venezolano de Boden 2015. A esta altura, ya Chávez le ha dado a la Argentina 5.147 millones de dólares. Pero no se trata de “solidaridad latinoamericana”, sino de un gran negocio. Venezuela termina cobrando una tasa de interés que es más del doble de la que exigiría el propio FMI, que si hoy le prestara a nuestro país, lo haría a un interés del 4,5%. Por otra parte, estos papeles ni siquiera permanecen en manos del gobierno chavista, que ya vendió la mitad, colocándolos en el mercado mundial, y haciendo que hoy formen parte del capital de algún fondo buitre desconocido. Como se ve, no hay nada de “operación antiimperialista”.


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