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El papa en Brasil

Con aliento medieval

Benedicto XVI en Brasil condenó a los preservativos, el derecho al aborto, las relaciones sexuales extramatrimoniales y los “desvíos sexuales”, el divorcio, el hedonismo, la teología de la liberación y las ideas socialistas. Anunció que iba a excomulgar a los mexicanos que votaron por el derecho al aborto.

La Iglesia acaba de abolir el limbo. Pero Benedicto no se sabe si se metió en el limbo abolido o en el túnel del tiempo. Parece creerse un Papa de la Edad Media. Afortunadamente, sus condenas son ignoradas por la inmensa mayoría de los católicos, que no renuncian al placer del sexo con o sin “desvíos”, con o sin matrimonio, que se divorcian cuando no se llevan bien y que usan preservativos cuando lo consideran conveniente. El Papa no tiene autoridad para imponer qué debe hacer la gente con su cuerpo.

Como si todo lo anterior fuese poco, Benedicto dijo también que el proceso de evangelización en América, durante la conquista española, fue “fecundar las culturas autóctonas, purificándolas” y que “no hubo imposición sino encuentro” en la conversión al catolicismo de los pueblos originarios. El alemán ni siquiera tuvo algo de respeto por el sufrimiento de millones de indígenas masacrados, torturados por la inquisición, entregados al esclavista “encomendero” para que los “cristianizara” y, de paso, los hiciera trabajar gratis como burros de carga. La cruz vino junto con la espada de los conquistadores. Los curas eran autoridades coloniales y salvo honrosas excepciones, nunca defendieron a los oprimidos.

Ante los obispos latinoamericanos, el Papa Ratzinger dijo que el capitalismo y el marxismo eran “errores destructivos” que fracasaron en sus “promesas ideológicas”, y manifestó “preocupación ante formas de gobierno autoritarias” que persisten con “ideologías que se creían superadas”. No nombró a ningún país, pero pareció clara la referencia a Cuba y a la Venezuela presidida por Hugo Chávez e incluso a la Bolivia de Evo Morales, a las que la prensa imperialista acusa de “autoritarios”. En el lenguaje elíptico que usan los eclesiásticos, el Papa condenó en concreto solo las “ideologías superadas”, es decir, -según él-, el socialismo. Pero se le olvidó condenar la depredación imperialista de las multinacionales en América Latina que es lo que causa el hambre y desastres ambientales. De esta forma tomó partido por Bush y el imperialismo contra la rebelión de los pueblos latinoamericanos. No hay que olvidar que la Iglesia Católica en Venezuela fue una pieza fundamental del frustrado golpe proyanqui del 2002.

Dos objetivos centrales trajeron al papa Ratzinger a Latinoamérica. Intentar consolidar a la Iglesia Católica, ante la fuga masiva de fieles. Y postularse como una valla contra la rebelión de los pueblos latinoamericanos.

Pero le fue mal. Todos los reportes indican que las 150.000 personas que hubo en el santuario de Aparecida, fueron un tercio de los que esperaba la Iglesia y muchísimos menos que los millones que congregó Juan Pablo II cuando visitó tres veces Brasil.


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