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Mercedes Petit

12 de agosto de 1806

Hace 200 años echamos a los ingleses

Con muchos menos homenajes y conmemoraciones de las merecidas, el 12 de agosto se cumplen los 200 años de la primera gran derrota inglesa en el Río de la Plata. En junio de 1806, tropas británicas ocuparon la capital del Virreinato, Buenos Aires. Menos de dos meses después, aborígenes, criollos y españoles, al mando de un francés, los echaron. Esa primera gesta patriótica (y la derrota de la segunda invasión en 1807) hizo crecer los proyectos de independencia que estallaron en 1810.

Cuadro que muestra la rendición de William Beresford que estaba al mando de las tropas inglesas

Cuadro que muestra la rendición de William Beresford que estaba al mando de las tropas inglesas

En 1776 Inglaterra sufrió un duro golpe, al perder el dominio de sus colonias de América del Norte. Ese mismo año, España establecía el Virreinato del Río de la Plata, una decisión política que surgía del dinámico desarrollo económico de sus dominios sudamericanos más alejados hacia el sur.

Las disputas por las colonias

En los choques entre Francia e Inglaterra, el poderío marítimo fue quedando en manos de esta última. A comienzos del siglo XIX, para la “madre patria” España se hacía cada vez más difícil sostener sus riquísimos territorios sudamericanos. No solo empezaban a surgir las ideas independentistas en los primeros patriotas criollos. En octubre de 1805, al vencer en la batalla de Trafalgar a las armadas de Francia y España, Inglaterra quedó prácticamente como dueña de los mares. Esto le permitía disputar territorios lejanos a otros colonizadores. En 1805, un comodoro inglés, Home Riggs Popham, acompañó una expedición que se dirigió a Ciudad del Cabo (hoy Sudáfrica) para quitársela a los holandeses. En enero de 1806, cuando ya habían tomado la ciudad, Popham quiso dirigirse a ocupar Buenos Aires.

Desde su fundación, treinta años antes, el Virreinato del Río de la Plata mostraba un dinamismo y una riqueza envidiables. Así lo describía Nahuel Moreno: “En especial durante el último cuarto del siglo XVIII y los primeros años del XIX, la comunidad que tenía como centro a Buenos Aires experimentó un crecimiento que no se puede comparar con ningún otro ocurrido en los dominios españoles. Aumentaron considerablemente la población, el comercio y la producción, lo que redundó en una mejora del nivel de vida. Se comenzaron a pavimentar e iluminar las calles y las escuelas se llenaron de alumnos. […] todo el virreinato se integró a partir del mineral de oro y plata, que extraído de la región que actualmente pertenece a Bolivia [Alto Perú] era embarcado en el puerto de Buenos Aires.” (Método de interpretación de la historia argentina. Pluma, Buenos Aires, 1974).

Parecía un paseo…

La expedición de Popham, a la cual se sumó el general William Carr, vizconde de Beresford, se puso en marcha en abril de 1805. El 25 de junio anclaban frente a Buenos Aires (que tenía unos 45.000 habitantes) cinco naves inglesa, con unos 1.600 soldados, al mando de 36 oficiales, que desembarcaron en Quilmes. Según el historiador Felipe Pigna, “Popham imaginaba que la llegada de las fuerzas británicas encendería una espontánea y entusiasta adhesión de los partidarios del libre comercio” (Los mitos de la historia argentina). Es cierto que, en un principio, los ingleses ocuparon prácticamente sin resistencia la ciudad y contaron con “entusiasta adhesión” de los más ricos propietarios, que los alojaron en sus casas y les hicieron numerosas fiestas. Pero las cosas resultarían muy distintas.

El virrey Sobremonte pasó a la historia por su vergonzosa huída. La justificó con el argumento de poner a salvo el tesoro de la ciudad. Pero el baúl con el suculento botín fue dejado en Luján, por orden de los ingleses, y el ex virrey siguió su acelerada marcha hacia Córdoba.

Según el historiador Daniel Balmaceda, una vez recuperado el tesoro, los soldados invasores se entretuvieron jugando a la pelota en la plaza de Luján (Perfil, 25/6/06). Y Beresford comenzó a intercambiar informes e instrucciones con el gobierno de Londres, para organizar el comercio con la nueva colonia.

La reconquista

Entre la mayoría de la población, hostil a los invasores y descontenta con la ineptitud total de los funcionarios españoles, comenzó a organizarse la resistencia. Importantes caciques indios, de los Ranqueles y los Pampas, ofrecieron expertos jinetes y caballos. No los aceptaron, pero una tregua de hecho en la frontera permitió volcar regimientos a la lucha contra los invasores.

Alguna voz aislada comenzó a barajar que se echara tanto al dominio británico como al español, pero no prosperó. Impulsaron la pelea contra Inglaterra desde un muy acaudalado comerciante y negrero español, Martín de Alzaga, hasta el criollo y también acaudalado comerciante Juan Martín de Pueyrredón, quien encabezó la primera escaramuza, fallida, en la quinta de Perdriel (hoy partido de San Martín), el 1º de agosto. La apoyaron jóvenes criollos como Manuel Belgrano y Mariano Moreno. El marino francés Santiago de Liniers, jefe del fuerte de Ensenada, se trasladó a Montevideo y organizó desde allí las tropas. Desembarcó en Las Conchas (hoy el Tigre) y los vecinos se iban sumando al millar de hombres que comandaba. En los Corrales de Miserere (hoy Plaza Once) ya eran combates abiertos. Luego de numerosas bajas, y al quedar sitiado en el Fuerte de la ciudad, el 12 de agosto Beresford se rindió.

Los primeros ensayos de independencia

Los ingleses reincidieron en sus intentos de ocupación un año después. Esa vez la batalla fue mucho más cruenta y nuevamente fueron derrotados. Ante el fracaso total de la tropa regular española, se formaron milicias, con los trabajadores y artesanos pobres, peones y jornaleros, esclavos e indios. Cada uno se llevaba el arma a su casa, y se elegía democráticamente a los jefes. Algunos de ellos fueron los jóvenes criollos que entraron a la historia poco después, como Manuel Belgrano, Cornelio Saavedra y Martín Rodríguez, entre otros. Estas acciones se fueron poniendo en práctica desbordando a las autoridades españolas y abonando el camino para que en 1810 se empezara a poner de pie la nueva nación independiente.


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