El Socialista

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Mercedes Petit

4 de agosto de 1914: comienzo de la Primera Guerra Mundial

La bancarrota de la Segunda Internacional

En julio de 1914 comenzó la Gran Guerra interimperialista mundial. Los gobiernos de las principales potencias, peleando entre ellos por el dominio del planeta, generaron una verdadera carnicería humana. Sus principales cómplices fueron los grandes partidos socialistas que formaban la Segunda Internacional y se transformaron desde entonces en sostenes decisivos del sanguinario sistema capitalista imperialista.

Primera Guerra Mundial, una carnicería humana
Primera Guerra Mundial, una carnicería humana

Primera Guerra Mundial, una carnicería humana

La contundente carta de presentación de la época de decadencia del capitalismo fue esa primera guerra mundial (1914/18). Participaron todas las grandes potencias imperialistas y la mayoría de los países europeos. Muchos gobiernos enviaron tropas a pelear muy lejos de su territorio. El principal fue EE.UU., pero también canadienses pelearon en Francia, australianos y neocelandeses en Gallípoli, en el mar Egeo. Indios, chinos y africanos también pelearon por sus metrópolis. Un bando lo encabezaban Gran Bretaña, Francia y el imperio zarista, sumándose los EE.UU. a partir de 1917, y fueron los vencedores. Alemania y Austria-Hungría encabezaron el otro. Ambos bandos tenían el mismo objetivo: defender y extender sus dominios coloniales y conquistar nuevos mercados. Fue una guerra de rapiña entre los grandes monopolios imperialistas para controlar el mercado mundial.

El fatídico 4 de agosto

Ese día, los representantes parlamentarios del principal partido obrero y socialista del mundo, la socialdemocracia alemana, votaron a favor de los créditos de guerra de su gobierno burgués imperialista. Sólo dos diputados los rechazaron, uno era Karl Liebknecht. La traición del partido “modelo” de la Internacional Socialista definió su bancarrota. En cada país, las direcciones obreras burocráticas alentaron a sus seguidores obreros a ir a morir por sus respectivos explotadores imperialistas. Fue una derrota histórica, no sólo por los millones de muertos y los cuatro años de sufrimientos espantosos en las trincheras, sino porque sobrevivió el dominio imperialista mundial. Quedó al desnudo que esas direcciones mayoritarias de los trabajadores habían roto definitivamente con el internacionalismo y se habían vendido al enemigo de clase (ver recuadro).

La pequeña minoría internacionalista

Voces aisladas se levantaron en los distintos partidos socialistas denunciando la traición. Esa minoría la encabezó Lenin, cuyo Partido Bolchevique de Rusia era el más importante. Algún menchevique, como Martof, lo acompañó. En Alemania, la gran revolucionaria Rosa Luxemburgo apoyó a Liebknecht, ya preso por denunciar la guerra.

En la más extrema clandestinidad, en septiembre de 1915, se realizó en Zimmerwald, un pueblito de las montañas suizas, una reunión de internacionalistas. En su autobiografía, el revolucionario ruso León Trotsky dijo: “Nos acomodamos como pudimos en cuatro coches y tomamos el camino de la sierra. […] A nosotros no dejaba tampoco de hacernos gracia que, a los cincuenta años de haberse fundado la Primera Internacional, todos los internacionalistas del mundo pudieran caber en cuatro coches”. (Mi vida)

La construcción de la dirección revolucionaria internacionalista

Pasados casi cien años de aquella carnicería, se ha demostrado hasta el cansancio que el capitalismo imperialista engendra en forma permanente guerras y sufrimientos de todo tipo para perpetuar las ganancias de los grandes monopolios y defender su dominio del mundo. La maquinaria militar asesina que encabeza George W. Bush es la expresión más brutal de la contrarrevolución imperialista.

Pero una clave fundamental de ese poderío es la existencia de las direcciones reformistas y traidoras. Sin ellas, no habría sobrevida del capitalismo decadente. Una y otra vez a lo largo del siglo XX se repitieron situaciones comparables a aquel fatídico 4 de agosto: derrotas causadas por la traición de conducciones burocráticas mayoritarias.

El camino de “aquellos cuatro coches” que se propusieron superar la bancarrota de la Segunda Internacional se ha mostrado muy largo y muy sinuoso. Lenin y Trotsky encabezaron el primer gran triunfo de una revolución socialista, obrera y campesina en Rusia en 1917, y luego fundaron en 1919 la Tercera Internacional. La burocratización de la URSS en la década del 20 hizo que Trotsky continuara ese largo camino, legándonos la fundación de la Cuarta Internacional.

Tenemos esas experiencias para aprender de ellas. Para seguir alentando todas las luchas de los trabajadores y los pueblos. Y para avanzar en la construcción de los partidos y la dirección internacional revolucionarios que encabecen el triunfo de la revolución socialista en todos los países del mundo, dejando atrás la época de horrores que se inició con la traición de la Segunda Internacional en 1914.


Nahuel Moreno y la Segunda Internacional

“[…] la Primera Guerra Mundial fue eso: una terrible derrota histórica de la clase obrera mundial.

“Esta derrota se debió a que la Segunda Internacional, con sus partidos nacionales, se habían pasado totalmente al lado del orden burgués. Las direcciones de los partidos socialistas lograron convencer a la clase obrera de sus países de que corriera a las trincheras para hacerse matar en favor de sus propios explotadores nacionales. La acumulación cuantitativa de conquistas había transformado poco a poco a las direcciones sindicales y políticas de la clase obrera en poderosísimas instituciones toleradas por el régimen imperialista, lo que transformó a esas direcciones en reformistas y burocráticas, en agentes del capitalismo nacional en las filas obreras. Al mismo tiempo, la existencia del imperialismo con sus sobreganancias había permitido estratificar a la clase obrera y crear sectores de obreros privilegiados, la aristocracia obrera, que apoyaban a las direcciones del movimiento obrero y, a través de ellas, a su propia burguesía nacional. […] La Segunda Internacional jamás fue un partido mundial y mucho menos una enemiga mortal del imperialismo. La inexistencia de una internacional revolucionaria, antiimperialista y anticapitalista consecuente, y de partidos nacionales también revolucionarios, es lo que permitió al capitalismo llevar a un primer baño de sangre a los trabajadores y a la humanidad.” (Actualización del Programa de Transición.)


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