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Escribe:
Jose Castillo

La venta de Quilmes

¿Y la burguesía nacional?

El gobierno habla de un proyecto económico “autónomo” liderado por la burguesía nacional. Pero se vende en efectivo la cervecería Quilmes, así como antes Pérez Companc, Acindar y Loma Negra

Los empresarios argentinos nunca se caracterizaron por hacer ninguna apuesta a la independencia económica. Con la dictadura se aprovecharon de la ruleta de la deuda externa, endeudándose en millones de dólares y luego pasándole “el muerto” al Estado, pusieron sus ganancias en la bicicleta financiera y se asociaron a cuanto pulpo extranjero pudieron. Pero en la última década han dado un salto cualitativo: directamente vendieron en efectivo sus empresas a capitales extranjeros. Resulta irónico que en el mismo momento en que Kirchner habla de un modelo que “relanza” a la burguesía nacional, tengamos el siguiente listado: desde el 2002 para acá se vendieron la petrolera Pérez Companc, la siderúrgica Acindar, la cementera Loma Negra, el supermercado Disco y la textil Gafa. Y si miramos los últimos diez años, la lista se amplía a Terrabusi, Bagley, Canale y Fargo, Comercial del Plata, EG3, supermercados Norte y Tía, los bancos Crédito Argentino y Río, las bodegas Norton, Trapiche y Peñaflor, y hasta una empresa de telecomunicaciones como Impsat.

Quilmes: el sabor del encuentro

Ahora se ha batido el récord. En 1.200 millones de dólares en efectivo se ha vendido la tradicional cervecería Quilmes. Se trata no sólo de la cerveza de mayor venta del país, sino también de sus marcas controladas Imperial, Bieckert, Palermo, Iguana y Andes, más otras que se venden en Bolivia, Paraguay y Uruguay. También de las embotelladoras de Pepsi en la Argentina, y las aguas minerales Eco de los Andes, Glaciar y Nestlé. Todo esto pasa ahora a manos de uno de los grandes pulpos mundiales del negocio de la cerveza, InBev-AmBev, radicado en 30 países, dueños de Brama, Stella Artois, Beck’s, Leffe, Hoegaarden y Skol.

Se ha vuelto a repetir, ahora a una escala mayor, los casos de Amalita y Gregorio Pérez Companc.

Quilmes era propiedad de una de esas viejas familias oligárquicas radicadas hace más de un siglo en el país, los Bemberg, que se habían enriquecido quedándose mafiosamente con todas las cervecerías del país después de arruinar a sus dueños. Sus delitos fueron tantos que terminaron confiscados por el primer gobierno peronista. Por supuesto, todo le fue devuelto con el golpe de 1955. El “interés nacional” de los Bemberg nunca pasó de colocarle los colores celeste y blanco a la etiqueta de Quilmes: incluso su página web señala que se trata de una empresa con sede en el Ducado de Luxemburgo y que cotiza en la Bolsa de Nueva York. Pero ahora el “sponsor oficial de la selección nacional”, pasa a ser apenas una pieza más de una de las multinacionales de la cerveza. Encima, los Bemberg ni siquiera tendrán que pagar impuesto a las ganancias por los 1.200 millones que se embolsaron, ya que las transferencias de empresas están exentas.

¿Qué queda de la burguesía nacional?

Uno de los caballitos de batalla de Kirchner es haber dado “vuelta la página” de una década de entrega y desnacionalización. Se proclama el abanderado de un nuevo proyecto liderado por una supuesta “burguesía nacional” que estaría jugada a un desarrollo capitalista independiente.

La venta de Quilmes (y las anteriores que citamos) no parecen darle la razón al presidente. Mucho menos si vemos lo que queda del capital nacional. Por un lado tenemos a los que crecieron durante la época de la dictadura al calor de los negociados de entonces, y que a partir de ahí, nunca perdieron “la manija” de los contratos con el Estado. Ahí están, en las concesiones de peajes, en las privatizadas, en la recolección de basura y en cuanto saqueo aparezca: son los Roggio, los Macri, los Taselli.

Por otra parte está el par de empresas argentinas “transnacionales”: Techint y Arcor. Ellas sí siguen creciendo y expandiéndose, pero sus nuevos negocios ya no están en la Argentina. Sus inversiones se hacen en Brasil, Venezuela, México, Canadá o Asia. Su crecimiento no implica para el país ni más puestos de trabajo, ni más divisas.

La vuelta al Estado de alguna empresa por “huida” de sus inversores (como recientemente sucedió con Aguas Argentinas), no quiere decir para nada que se revirtió el proceso de extranjerización de la economía argentina. Según los propios números del último censo económico del INDEC, las empresas de capital nacional se redujeron en un 30%. De las 1.000 empresas que más facturan en la Argentina el 76% tiene dueños extranjeros.

No existe burguesía nacional comprometida con el país. Es más, cada vez hasta existe menos burguesía “formalmente” argentina. Hay una cosa que debe quedar clara: un proyecto económico realmente independiente y al servicio de los sectores populares, que comience por dejar de pagar la deuda externa, rompa de verdad con el FMI, reestatice las privatizadas y ponga todos esos recursos al servicio de un plan que resuelva las más urgentes necesidades de nuestro pueblo, sólo puede ser liderado por la clase trabajadora.


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