20200127 Acto FIT Unidad contra pago Deuda 2

 

20200127 No hay plata en los bolsillos de los trabajadores

 

20200122 Monica Schlotthauer

Izquierda Socialista en los medios

Izquierda Socialista Informa

(Tiempo estimado: 14 - 28 minutos)

Por ejemplo: Lógica marxista y ciencias modernas (1973), Dos métodos frente a la revolución latinoamericana (1964), Un documento escandaloso (1974, reeditado como El partido y la revolución. Teoría, programa y política. Polémica con Ernest Mandel, 1989), La dictadura revolucionaria del proletariado (1979), Tesis para la actualización del Programa de Transición (1981), Las revoluciones china e indochina (1967), Cuatro tesis sobre la colonización española y portuguesa (1948) o Método de interpretación de la historia argentina (1975)1. El presente folleto también se diferencia de esos otros elaborados apresuradamente por Moreno para intentar comprender la realidad inmediata y diseñar cursos de acción política, como 1954, año clave del peronismo (1954) o ¿Y después de Perón, qué? (1956)2, los cuales, en definitiva, fueron pensados como textos unitarios. En cambio, como ocurrió con varios otros títulos firmados por Moreno, Después del Cordobazo fue preparado como volumen ex post a la escritura original de las partes que lo componen: son documentos internos de los organismos partidarios y artículos de los periódicos de los distintos períodos, posteriormente ensamblados bajo un mismo epígrafe.

Todo ello, sin embargo, no le confiere insustancialidad a la obra. Al contrario, una vez reconocida la lógica con la que fue concebido, del libro puede extraerse un valor histórico documental, político e incluso teórico. Permite reconocer cómo la principal corriente del trotskismo argentino debió interpretar con rapidez la realidad de un país signado por la inestabilidad socio-política y económica, siempre con el objetivo de encontrar los puntos de apoyo para la movilización independiente de la clase obrera y la construcción de su dirección revolucionaria.

* * *

El adecuado juicio sobre la obra no puede prescindir del análisis histórico contextual del autor que, como antes señalé, no fue sólo individual, pues conoció plumas diversas, animadas sí, por una orientación general dada por Moreno. La corriente fundada y dirigida por él, cuando se dispuso a examinar y a intervenir en el proceso revolucionario habilitado por la rebelión obrera, estudiantil y popular del Cordobazo en mayo de 1969, no era un actor novel, inexperto o sorprendido por las dinámicas convulsivas que puede adoptar la lucha de clases y el fragor del combate político. Por el contrario, se trataba de una corriente que venía actuando en la escena argentina (e incluso más allá de ella, pues también lo hacía en el ámbito latinoamericano y en el movimiento trotskista internacional) desde hacía más de un cuarto de siglo.

Moreno había iniciado la trayectoria de esa tendencia hacia 1943, junto a un puñado de jóvenes trabajadores, constituyendo el Grupo Obrero Marxista (GOM), que cinco años después logró cierta expansión y se convirtió en Partido Obrero Revolucionario (POR), actuando como vocero de ambos el periódico Frente Proletario. El contexto estaba marcado por el ascendente fenómeno del peronismo. Hasta 1952 el GOM-POR había sido muy crítico del mismo, definiéndolo como una variante de la política burguesa, distinguida por su ejercicio de un “bonapartismo sui géneris”. Al mismo tiempo que impugnaba al bloque antiperonista, denunciaba el carácter superficial, limitado e inconsecuente de las medidas nacionalistas y laboristas del justicialismo. Aún
reconociendo el crecimiento organizacional del proletariado, señalaba que el régimen gobernante aplicaba medidas semitotalitarias que apuntaban a una estatización de los sindicatos y a la pérdida de su autonomía de clase. Pero luego el partido plasmó una nueva caracterización, que evaluaba de otro modo el sostén obrero del peronismo y sus choques con el imperialismo. Sobre esta base, junto a socialistas y trotskistas de distintas procedencias, el POR impulsó la creación del Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN), actuando como dirección de su Federación Bonaerense y de su periódico La Verdad. Moreno y su grupo llamaron a combatir la Revolución Libertadora de 1955 y desde ese entonces fueron coprotagonistas del proceso de la resistencia librada por los trabajadores, mayoritariamente peronistas. Junto a sectores de la vanguardia sindical, conformaron el Movimiento de Agrupaciones Obreras (MAO), más conocido por el periódico que impulsó entre 1957-1965: Palabra Obrera. Durante esos años, el grupo hizo “entrismo” en el peronismo, el cual requiere un justo balance que lo saque de las críticas sectarias y de las reivindicaciones apologéticas. Palabra Obrera fue partícipe de importantes luchas proletarias: compartió las experiencias de las grandes huelgas, de las tomas de fábrica, de la creación de organismos gremiales combativos y, también, fue afectado por las derrotas, el retroceso y la burocratización que sobrevino con la entronización del vandorismo.

Desde 1964 la línea del entrismo se evaluaba como ya agotada y, en proceso de reconstrucción de una nueva organización revolucionaria autónoma, Palabra Obrera (que tenía su mayor desarrollo militante en núcleos obreros de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires, acompañada por una presencia menos firme en otras zonas, como Córdoba, Rosario y Tucumán) confluyó con el más diminuto Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP) de los hermanos Santucho, existente sólo en la región noroeste del país. Ambos colectivos constituyeron en mayo de 1965 el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que impulsaba el periódico La Verdad. En una perspectiva histórica más amplia, hoy podemos ubicar la aparición del PRT como parte del surgimiento de una constelación de agrupaciones ubicadas claramente a la izquierda tanto del Partido Socialista (PS) como del Partido Comunista (PC), actores políticos tradicionales ya completamente cristalizados y hostiles a cualquier dinámica revolucionaria. Ello se hacía cada vez más perceptible a los ojos de las nuevas camadas de militantes estudiantiles y obreros surgidos a partir de fenómenos como la resistencia obrera en el posperonismo, las luchas contra la nueva ley universitaria privatista-proclerical y el “cientificismo” fomentados por las políticas del frondicismo, y la emergencia de una nueva conciencia antiimperialista y socialista bajo el impacto de la Revolución Cubana y luego de la guerra de Vietnam. Como producto de este proceso de galvanización de una “nueva izquierda” revolucionaria también aparecieron, entre otras organizaciones: Vanguardia Revolucionaria y los grupos y revistas (como Pasado y Presente) impulsados desde 1963 por los comunistas disidentes Juan Carlos Portantiero y José Aricó, de perfil inicialmente gramsciano-guevarista, en parte asociados a la breve existencia del Ejército Guerrillero del Pueblo de Jorge Ricardo Masetti; un nuevo grupo trotskista, derivado de las huestes del intelectual Silvio Frondizi y bajo el nombre de Política Obrera en 1964; Vanguardia Comunista, grupo fundado en 1965 bajo una identidad “marxista-leninista”; y la posterior ruptura de la juventud del PC que se constituyó como Partido Comunista Revolucionario en 1968, en camino hacia el maoísmo. Asimismo, durante la segunda mitad de los años sesenta operaban las instancias germinales de lo que luego serían diversos grupos guerrilleros guevaristas y peronistas, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias, las Fuerzas Argentinas de Liberación, las Fuerzas Armadas Peronistas y Montoneros, entre otros.

 La apuesta del PRT por configurarse como una organización unificada de sectores de la vanguardia obrera-estudiantil, resultó efímera. Afloraron las discrepancias no sólo sobre cuestiones tácticas, sino, más decisivo aún, acerca de la propia estrategia y las formas que debía adoptar el camino revolucionario y el papel de la lucha armada. A comienzos de 1968, antes de poder realizarse el IV Congreso, las diferencias y el clima fraccional hicieron estallar la crisis definitiva, que fraguó una ruptura del partido, dividiéndolo casi en dos partes iguales. El grupo proveniente del FRIP, en alianza con cuadros y dirigentes del sector trotskista, se constituyó como PRT-El Combatiente (PRT-EC), por el nuevo periódico que bajo ese nombre comenzaron a editar. Moreno y el resto de los militantes y cuadros trotskistas, en tanto, quedaron agrupados bajo la denominación PRT-La Verdad (PRT-LV), por la denominación del órgano de prensa que conservaron desde la fundación del partido unificado. La evolución del PRT-EC, que a la postre acabó conservando definitivamente la sigla partidaria, es bien conocida: perfilado hacia la “guerra prolongada rural o urbana”, entremezclando apelaciones castristas, guevaristas y maoístas, creó por su cuenta y orden el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en 1970, que fue actuando conforme a un planteo foquista, con rasgos programáticos crecientemente frentepopulistas y de revolución por etapas. Bajo esta orientación fue captando la adhesión de cientos de abnegados militantes juveniles y sindicales, para conducirlos a un combate contra el aparato armado del Estado cada vez más autónomo de la acción de las masas e incluso de la propia vanguardia. Como era de prever, pocos años después, esta corriente repudió explícitamente al trotskismo, no obstante lo cual, la dirección del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional (hegemonizada por el mandelismo), entre 1968-1973 reconoció al PRT-EC como sección oficial y al PRT-LV sólo como sección simpatizante.

 De este modo, hacia la segunda mitad de 1968 la situación de la corriente orientada por Moreno presentaba evidentes desafíos. El golpe de la ruptura partidaria había sido significativo. La organización debió reconstruirse, en algunas regionales, casi por completo: de hecho, la propia Córdoba, además de Tucumán y Rosario. Los equipos militantes en las zonas obreras del Gran Buenos Aires (sobre todo, del Norte) y de ciertas agrupaciones estudiantiles, fueron la base desde donde reiniciar la labor. La sigla PRT-LV se mantuvo durante los casi cuatro años siguientes, hasta que se impusieron otros nombres que expresaron los avances conquistados: primero y de manera muy efímera el de Partido Socialista Argentino (PSA), al empalmar con el grupo liderado por Juan Carlos Coral; luego, desde fines de 1972, bajo el tan referenciado de Partido Socialista de los Trabajadores (PST), con el cual se actuó durante toda la década siguiente. La vida del PRT-LV, entonces, cubre un período de transición entre un momento de crisis y reconstrucción de la corriente impulsada por Moreno, hacia mediados de 1968, y el posterior salto en desarrollo militante e influencia política, la mayor y más clara protagonizada hasta ese período por dicha tendencia, que fue la creación del PST, a lo largo de 1972.

Esos años fueron, inicialmente, los de la existencia de una nueva dictadura militar, autodenominada Revolución Argentina (1966-1973), representada por los sucesivos gobiernos de los generales Juan Carlos Onganía, Roberto Marcelo Levingston y Alejandro Agustín Lanusse. A ella el PRT la había definido como un “régimen bonapartista clásico”, basado en las Fuerzas Armadas como árbitro supremo y de curso represivo, aunque sin llegar a una política semifascista y de aplastamiento de la clase obrera (como distinguía a la dictadura brasilera de ese entonces), pues su acceso al poder se había producido como consecuencia de una derrota o retroceso previo de los trabajadores, por el nefasto papel de una burocracia sindical que llegó a mostrarse colaboracionista con Onganía. Pero también, y más importante para el análisis que aquí debemos realizar, aquellos fueron los años marcados por lo que abrió el levantamiento obrero y popular del Cordobazo: la oleada de insurrecciones y puebladas, junto a una extendida radicalización ideológico-política. Este libro, pues, puede leerse como una puerta de entrada a la historia del PRT-LV, más precisamente, a las caracterizaciones, estrategias, orientaciones, tácticas y apuestas políticas y organizativas, con las que encaró ese ciclo inaugurado por los hechos revolucionarios de Córdoba. Esto tiene implicancias teóricas y metodológicas, pues supone la pertinencia de reconstruir el devenir de una corriente política a partir de la manera en que intervino y a la vez fue condicionada por la lucha de clases. ¿Acaso éste no es el modo más genuino de encarar la historia de un partido, tal como sostenían, cada uno a su modo, Gramsci y Trotsky?

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La primera edición de Después del Cordobazo fue lanzada en forma de folleto por el PRT-LV en enero de 1971, sobre la base de la compilación de seis materiales (documentos internos, informes al Comité Central partidario y artículos aparecidos en La Verdad). Todos ellos correspondían al año y medio que había transcurrido entre las semanas posteriores al levantamiento cordobés y los primeros cinco meses del gobierno de Levingston, tras la caída de Onganía. Visto con la distancia del paso de la historia, hoy uno puede advertir que el gran desafío teórico y político de ese momento era el de medir el real significado de los acontecimientos cordobeses. No sólo interpretarlo como hecho, sino poder desprender de él las tendencias que proyectaban hacia el futuro y el modo en que los socialistas revolucionarios debían posicionarse en función de ello.

 “Tesis sobre la situación nacional después de las grandes huelgas generales” y “Tesis sobre la situación nacional”, dos de los textos iniciales de esta obra, son los que sirven para presentar los lineamientos generales de caracterización y de diseño de la política del PRT-LV frente a los grandes eventos ocurridos y a la etapa abierta con ellos. Se trata de dos documentos de carácter interno, concebidos para orientar a la militancia. El primero fue escrito en junio de 1969, pocas semanas después de los paros, movilizaciones y luchas callejeras desarrollados en Rosario y, especialmente, Córdoba. El segundo fue confeccionado medio año después, en enero de 1970, en donde se mantenía, al tiempo que actualizaba y precisaba, las definiciones centrales. “1969, año del despertar obrero”, el artículo aparecido en La Verdad de diciembre de ese año, es, de algún modo, una explicitación pública de esas elaboraciones internas. En todos esos textos se definía a los eventos acaecidos como una “semi- insurrección”, por la ausencia de “lucha armada en serio”, pero dejando abierta la posibilidad para denominarla como una “insurrección” misma. Según esta óptica, había sido una extraordinaria muestra de “lucha civil” del movimiento obrero y estudiantil que, por primera vez desde las históricas jornadas de la semana trágica de enero de 1919 y de la combativa huelga general en apoyo al extenso paro de los obreros de la construcción de fines de 1935 y principios de 1936, puso en retirada, con barricadas y molotovs, a “uno de los principales brazos armados del régimen”, la policía, por lo que le quedó al ejército la tarea de hacer replegar el levantamiento.

En los escritos se afirmaba que tanto en Rosario como en Córdoba lo que había estado ausente era una dirección que orientara y organizara a las masas para armarse y dirigirlas a una auténtica insurrección que derrotara al régimen, es decir, un partido revolucionario. Justamente, toda la elaboración giraba en plantear la imperiosa exigencia de forjar ese sujeto: un gran partido de la vanguardia obrera y estudiantil, que lograse superar la inexperiencia, espontaneidad y desorganización del activismo. Se trataba de una caracterización pertinente, pero, a la vez, advertimos que, de modo casi exclusivo se identificaban las dificultades para el desenvolvimiento del proceso revolucionario en la falta de una dirección, sin sopesar o profundizar adecuadamente en las limitaciones existentes en la propia conciencia de las masas (en donde el peso de la ideología burguesa peronista resultaba decisivo). No puede juzgarse como inadecuado, pero sí es interesante apuntarlo, que la caracterización del “ascenso revolucionario” que, con justeza, se consideraba habilitado desde ese momento, fuera aún emparentado, si bien definiéndolo como el más espectacular de los últimos treinta años, con otros tres ascensos del movimiento de masas: el del ciclo 1943-1947, dirigido por el nacionalismo burgués peronista; el del período 1952-1959, que combinó la resistencia antiimperialista y obrera y que culminó con la derrota a manos del frondicismo; y el de los años 1961-1965, basado en la irrupción de la pequeña-burguesía radicalizada bajo el impacto de la revolución cubana. Hoy nos resulta evidente que el ascenso iniciado en 1969 fue muy superior cuantitativa y cualitativamente, y en buena medida incomparable, a todos ellos.

Sin duda, el otro asunto clave a precisar era el tipo de coyuntura o situación que el Cordobazo iniciaba. Los documentos la definían como “prerrevolucionaria”, tomando en consideración el contexto de inestabilidad y “ruptura del equilibrio burgués en todos los terrenos” que dominaba la escena nacional. La argumentación se sostenía a partir de cuatro factores entrelazados: la crisis de la dictadura, dada la irrupción del movimiento de masas y la agudización de las contradicciones en el campo burgués; la renovada actitud opositora de la pequeña-burguesía y de la burguesía nacional al dominio de los grandes monopolios amparados por el Onganiato; la extraordinaria disposición a la lucha demostrada por el movimiento obrero en las huelgas generales del 15, 29 y 30 de mayo; y la emergencia de una vanguardia estudiantil y obrera antidictatorial, con tendencias a asumir posiciones revolucionarias y a impulsar embriones de nuevas direcciones y organismos de masas “presoviéticos”, como las coordinadoras. No se equivocaba el texto al prever que, a pesar de los flujos y reflujos que tendría, esta nueva etapa sería “relativamente prolongada, varios años como mínimo”, y que aún con posibles retrocesos y momentos de estabilidad, el camino estaba despejado para “nuevos estallidos insurreccionales mucho más fuertes que los primeros”. Y esta explicación se proponía en el contexto de un examen de los cambios ocurridos en la estructura económica del país, definidos por la nueva expansión de importantes sectores de la industria como resultado de inversiones imperialistas: sería este elemento el que introducía roces entre distintas fracciones de la burguesía, frente a las cuales la administración de Onganía había tenido que actuar de manera bonapartista, cada vez más en crisis y en el vacío por su posición de árbitro.

Era en el marco de estas tendencias coyunturales que el PRT-LV orientaba su accionar a partir de varias metas y consignas. La más importante era la necesidad de luchar por el derrocamiento de Onganía por vía “insurreccional”, evitando las maniobras por salidas democráticas negociadas bajo las formas de un “gran acuerdo”, siempre en la perspectiva de imponer “un gobierno de las organizaciones obreras y revolucionarias”. Al mismo tiempo, se atendían las tareas democráticas, con el llamado a la pelea por elecciones y una Asamblea Constituyente de carácter libre y soberanas. Moreno y su partido, incluso, no descartaban, proféticamente, que si la dictadura concretaba una salida electoral más o menos retaceada, sería inevitable un resurgimiento del populismo nacionalista y del peronismo. Pero esa predicción se acompañaba de otra que se reveló históricamente incumplida: que el peronismo, con su política reformista y burguesa, incapaz de resolver las agudas contradicciones de la etapa, afrontaría su “desaparición y crisis definitiva”. Más aún, ello ocurriría en un corto plazo: “La prueba y liquidación de peronismo, contra lo que puedan impresionar las apariencias, está próxima”. En cualquier caso, el PRT-LV diseñaba como necesidad la unificación del movimiento obrero, bajo la convocatoria a un “congreso de bases” y un pliego conjunto de reivindicaciones; pero cifraba especial atención en la conquista de una nueva conducción, partiendo de nuevas “direcciones clasistas a nivel de las fábricas”, en disputa a las maniobras de todas las alas de la burocracia sindical (vandorismo, ongarismo y otras). Precisamente, uno de los ejes principales de la actividad partidaria fue la participación en esa gran cantidad de conflictos por lugares de trabajo que comenzaban a multiplicarse (en General Motors, Banco Nación, El Chocón y otros sitios). A todo ello se sumaban las luchas contra la intervención y los aranceles en la Universidad, bregando por una reorganización del movimiento estudiantil bajo principios pro-obreros y revolucionarios, y todas las consignas antiimperialistas, de unidad latinoamericana y de defensa de la Cuba socialista.

Asimismo, resulta particularmente interesante el modo en que se polemizaba ya con la emergente y cada vez más extendida influencia del guerrillerismo. Se destacaba cómo había sido al margen de esta estrategia que las masas trabajadoras habían sido “capaces de enfrentar a la policía, derrotarla y conmocionar al ejército. De hecho, durante algunas horas, el pueblo cordobés copó la ciudad. En esas horas logró infinitamente más que años y años de intentos guerrilleros (…) Nosotros seguimos sosteniendo que Córdoba ha demostrado que con una buena dirección política podemos lograr organización, armamento y dirección insurrección adecuada”. Todo el libro está surcado por un permanente señalamiento del camino muerto al cual conducían las cada vez más generalizadas experiencias guerrilleras.

La crisis que arrastró el gobierno de Onganía durante todo el año siguiente al Cordobazo, producto de la acción combinada de la lucha obrera y popular y de las propias contradicciones que afectaron a la economía capitalista y al sistema político de las clases dominantes, condujo al desenlace de junio de 1970. Fue entonces cuando ocurrió el recambio en el seno del propio régimen militar de la “Revolución Argentina”, con el reemplazo de Onganía por Levingston, quien gestionó la dictadura durante apenas nueve meses, hasta marzo de 1971. Precisamente, los otros tres textos contenidos en la primera edición de Después del Cordobazo están referidos a esa coyuntura y son una evidencia del modo en que Moreno y los militantes del PRT-LV buscaban interpretar los virajes contenidos en esa realidad dinámica y cambiante de la etapa. “Sigue la crisis del gobierno”, el primero de ellos, es un artículo aparecido en La Verdad en abril de 1970, en donde se atisbaba ese “hundimiento del barco” del Onganiato y se pronosticaba su inminente caída. Allí se ofrece un detallado análisis de las disputas que estaban ocasionando la ruptura del frente burgués de sostén del régimen dictatorial (con las crecientes pujas entre la fracción industrial desarrollista e integracionista, la que expresaba a los grandes monopolios financieros e industriales protegidos por Onganía y Alsogaray y la que representaba a la gran burguesía ganadera), una querella global, por otra parte, acicateada por el mantenimiento de las luchas de los trabajadores y el pueblo.

“El cambio de gobierno”, un sucinto informe al Comité Central partidario, de agosto de aquel mismo año, introduce los nuevos factores desplegados con la asunción de Levingston, definiendo la situación abierta desde ese entonces como de “equilibrio inestable”, dada la dificultosa posición de la burguesía argentina, ubicada baja la doble presión, tanto del ascenso del movimiento obrero como de la ofensiva del imperialismo yanqui. Es particularmente interesante la manera como aquí se examina la posible reconfiguración de un frente nacional nacional-populista burgués, que podía incorporar al movimiento obrero, bajo la línea de la burocracia sindical y el peronismo. El texto también analizaba la situación gremial, signada por la reunificación y reactivación de la CGT, pero, más revelador es que, cuando abordaba el lento proceso de formación de nuevas direcciones fabriles clasistas, permite referenciar los progresos logrados por el PRT-LV en este ámbito, sobre todo, entre los mecánicos, bancarios, metalúrgicos y textiles. Finalmente, “El gobierno de Levingston” es un documento de noviembre, que no sólo introduce una matizada explicación de las razones del carácter eminentemente inestable y desequilibrado (e incluso relativamente “blando y negociador”) de dicha administración, sino que brinda un examen aún más general de la dinámica económica, social y política nacional y continental. La apuesta de ese estudio se sitúa en la perspectiva de encontrar los puntos de apoyo en el proceso de construcción de un sólido partido socialista revolucionario, que pugne por la independencia política de un movimiento obrero aún en ascenso.

Un año y medio después de su primera aparición, Después del Cordobazo fue reeditado, con el agregado de otros tres breves textos, con el objetivo de incorporar los análisis sobre los nuevos acontecimientos producidos. Por un lado, los referidos a la situación política a partir de la asunción de Lanusse a la presidencia en marzo de 1971 (tras el estallido del segundo levantamiento cordobés, el Viborazo) y su llamado a la conformación del “Gran Acuerdo Nacional” (GAN), en negociaciones con Perón; por el otro, los que involucraban a la propia corriente trotskista, con su convocatoria a erigir un “Polo obrero y socialista” y a comenzar a constituir lo que acabó siendo el PST. “El gobierno de Lanusse”3, originado en un boletín interno partidario de julio de 1972, sirve para mostrar el nuevo balance que Moreno y sus camaradas ofrecían sobre los avatares del régimen militar, los objetivos fundamentales del mismo y la nueva variante representaba por el proyecto del GAN. Quizás el elemento más novedoso e interesante allí enunciado es el reemplazo de la categoría de bonapartista por thermidoriano para dar cuenta de dicho gobierno, dado su carácter colegiado y carente de arbitraje inapelable, que lo debilitaba para montar un poder estable, coherente y global de la clase dominante y lo arrojaba a la constante componenda con las fracciones políticas burguesas (peronismo, radicalismo). Al mismo tiempo, el texto arriesgaba una hipótesis que se verificó equívoca: la posibilidad de un “populismo oligárquico” de la gran burguesía nacional y regional representado por un “lanussismo”.

 Por último, “Un polo socialista para luchar por la independencia obrera” (artículo de La Verdad de diciembre de 1971) y, sobre todo, “Tenemos la personería: la ponemos al servicio de un frente obrero y socialista” (publicado en el flamante periódico Avanzada Socialista de junio de 1972), fundamentaban la lucha estratégica de la corriente de Moreno por sentar los cimientos de un nuevo y dinámico partido que contribuyera al reagrupamiento de la vanguardia obrera y estudiantil. En este sentido, la expectativa pasaba por empalmar con las diversas manifestaciones combativas y del emergente fenómeno del clasismo entre los trabajadores mecánicos, bancarios, azucareros de la Fotia, empleados de Luz y Fuerza, de la seccional cordobesa del Smata y del glorioso símbolo representado por el Sitrac-Sitram. Todo ello se desenvolvía en el contexto de la apertura legal lanzada por la dictadura en retirada. La conformación del PST fue la coronación de aquella política y su intervención principista en la campaña electoral de 1973, en lucha contra el GAN, la Hora del Pueblo, el frentepopulista Encuentro Nacional de los Argentinos (ENA, impulsado por el PC), el FRECILINA (luego FREJULI) y las diversas alternativas políticas patronales y pequeñoburguesas; también, en superación del abstencionismo y desvarío presente en la acción de la constelación de sectas y organizaciones guerrilleras de aquella coyuntura.

La quincena de nuevos materiales introducidos a la presente edición (artículos de La Verdad y Avanzada Socialista del ciclo 1971-1973, y de Revista de América de 1975, así como uno de Solidaridad Socialista de 1983)4 son muy pertinentes y jerarquizan aún más el volumen. Una buena parte de ellos ya habían sido incorporados a otra versión de Después del Cordobazo (a cargo de la editorial Antídoto en 1997). Estos escritos de carácter público enriquecen la comprensión sobre los modos en los que el partido dirigido por Moreno definió y actuó en la vida política abierta, sobre todo, con el gobierno de Lanusse, aportando una serie de precisiones acerca de la coyuntura, la situación, la etapa y las estrategias en curso provenientes de los diferentes campos. Es particularmente apasionante el análisis sobre la potencialidad de la nueva vanguardia obrera clasista que despuntaba en aquella época, en especial, con respecto a la extraordinaria experiencia del Sitrac-Sitram, de la cual surgió uno de los nuevos cuadros partidarios y candidato a vice-presidente del PST: el trabajador y dirigente de la FIAT José Francisco Páez. La necesidad de combatir por la independencia política del movimiento obrero y la superación del peronismo, la lucha contra las distintas amenazas del reformismo y frentepopulismo, la alerta sobre las limitaciones políticas del propio fenómeno del clasismo, la clarividente explicación sobre el desastroso camino al cual conducía la guerrilla, son algunos de los ejes posibles de reconocer en estas notas elaboradas en la vorágine de aquellos tiempos tan intensos y potencialmente revolucionarios.

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A tantos años de la gesta protagonizada en 1969 por el proletariado y el estudiantado argentino, que condujo a uno de los ascensos revolucionarios de masas más importantes ocurridos en el país, esta reimpresión ampliada de Después del Cordobazo me parece útil y oportuna. Obviamente, desde una recomendable distancia crítica, no es necesario coincidir con todas sus afirmaciones, algunas de las cuales, contienen inconsistencias, cuestiones a corregir o pronósticos finalmente no verificados. De conjunto, sin embargo, el valor del texto es destacable. Contribuye al conocimiento del proceso histórico, informa acerca de las caracterizaciones y actuaciones de una de las principales corrientes de izquierda intervinientes en la realidad nacional durante los últimos setenta años y aporta a una reflexión sobre el uso de ciertas categorías del análisis político marxista. Confirma el perfil de Nahuel Moreno como un teórico de (y en) la acción revolucionaria de la clase obrera, faena a la que dedicó sus energías durante cerca de cuarenta y cinco años. Ella se plasmó en un corpus de producción escrita muy rico, que incita a su permanente lectura. En este sentido, no puede resultar sino muy auspiciosa y relevante la publicación actualizada de estas páginas, en el marco de una reedición de las obras de un autor aún estratégico para un proyecto de reconstrucción de una izquierda revolucionaria y socialista.


 

 

* Hernán Camarero (Buenos Aires, 1966) es Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Magíster en Historia por la Universidad Torcuato Di Tella y Profesor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Se desempeña como Investigador Independiente del CONICET y como Profesor Regular en la Universidad de Buenos Aires, en el área de historia argentina contemporánea. Ha publicado numerosos artículos y libros sobre la Argentina del siglo XX, en especial, acerca del movimiento obrero y la cultura política de la izquierda (sobre todo, acerca del socialismo, el comunismo y el trotskismo). Sus últimos libros fueron: A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935 (Buenos Aires: Siglo XXI, 2007) y, en coedición con Carlos M. Herrera, El Partido Socialista en Argentina. Sociedad, política e ideas a través de un siglo (Buenos Aires: Prometeo, 2005). Es director de la revista académica Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda.

1. En www.nahuelmoreno.org se pueden encontrar varios textos. Estos dos últimos acaban de ser reeditados por Ediciones El Socialista. (N. del Edit.)

2. Ídem, bajo el título El golpe gorila de 1955. (N. del Edit.)

3. Para facilitar la comprensión del texto, lo retitulamos “Un gobierno colegiado”. Indicamos con corchetes éste y otros pocos títulos que han sido modificados o agregados (N. del Edit.)

4. Hemos indicado con un ❖ al lado del título todos los textos incluidos por primera vez en esta edición. (N. del Edit.)

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