Gabriela Laperrière: La primera dirigenta del socialismo argentino

(Tiempo estimado: 6 - 11 minutos)

7 de enero de 1907, muere Gabriela Laperrière
La primera dirigenta del socialismo argentino

Escribe: Tito Mainer

GL Mujeres de la politica 2

Hace 110 años, con apenas 40 años de edad, falleció quien fuera la primera mujer que ocupó un cargo de dirección en la izquierda argentina, la escritora y periodista Gabriela Laperrière (de Coni), nacida en Burdeos (Francia) el 7 de marzo de 1866. Maestra, desde muy joven trabajó como periodista en L’Independant y Le Journal, tradujo al escritor argentino Estanislao S. Zeballos y escribió Fleur d’air, un roman argentin (“Clavel del aire, una novela argentina”), publicada en París en 1900. Tras un primer matrimonio, desde 1884 formó pareja con el médico higienista argentino Emilio Coni, el primer presidente de la Sociedad Médica, con quien se trasladó a Buenos Aires. Se casaron en 1899, cuando su hijo tenía ya 13 años y se separaron poco después.

La colonia francesa en la Argentina era importante en la clase obrera: el 28 de febrero de 1875 se había realizado la primera asamblea de la sección argentina de la Asociación Internacional de los Trabajadores o “Primera Internacional” cuya acta fundacional fue redactada en francés. A excepción de un adherente italiano, los demás fundadores eran franceses –un zapatero y un pastelero los principales animadores− y el manifiesto informaba que el grupo constituido en Buenos Aires era “filial de la sección” de esa nacionalidad. Hacia finales del siglo XIX los alemanes se nucleaban en el Club Vorwärts (Adelante), los franceses en Les Égaux (Los Iguales), los italianos en los Fasci dei Lavoratori (Liga de los Trabajadores). En 1890 apareció El Obrero, primer periódico socialista y en 1896, Juan B. Justo se fundó el Partido Socialista Obrero. En estas organizaciones, todos eran hombres.

Una dirigenta revolucionaria

Gabriela Laperrière se destacó en 1901 cuando enfrentó la posibilidad de guerra entre la Argentina y Chile: con riesgo para su vida por una dolencia cardíaca, viajó a Santiago y constituyó una Liga Americana de Mujeres para la Paz y el Progreso que formó filiales en Buenos Aires y otras ciudades de Latinoamérica. En la conferencia señaló: “… no más aristocracia del dinero, no más burguesía. […] En los demás países el mismo grito resuena. Allá, aquí, más allá, la Liga de las Mujeres hace repercutir idéntico gemido […] ayuda al pueblo a tornarse dueño de su propio destino y a encaminarlo según sus deseos. […] Las feministas nos enseñan que ya pasó para nosotras el tiempo de la inercia, nuestra Edad Media. […] Millares de mujeres trabajan en Europa para obtener este resultado: imitémoslas pensando que muchas piedras alineadas forman temibles murallas. […] Tengamos confianza: el tiempo ansiado vendrá”.

A finales de 1901 ingresó al Partido Socialista y empezó a colaborar con notas para La Vanguardia. En simultáneo realizó fuertes campañas de denuncia sobre las condiciones de trabajo de mujeres y niños, especialmente en las de bolsas de arpillera, alpargatas, modistas y, como inspectora “ad honorem” de los establecimientos industriales de la capital orientó su lucha a la promulgación de una ley que protegiera a las mujeres y a los chicos en las fábricas para lo cual publicó varios trabajos de denuncia: “La mujer y el niño en la fábrica”, “Causas de la tuberculosis en la mujer y el niño obrero en la Argentina”, “Accidentes de trabajo, Higiene industrial y reglamentación del trabajo en las fábricas”, “El descanso dominical” y “El descanso de las domésticas” donde plantea: “¡ Qué diferencia entre ambas mujeres!, la patrona y la doméstica: “Mujer desgraciada, el socialismo está hecho para ti…. Si no existiera, habría habido que inventarlo para redimirte”.

En 1901 publicó el relato “El barrio de las ranas” (1901), que cuenta la historia de una familia de la Quema en el “Ferrocarril de las Basuras” –actual Parque de los Patricios− y de un ex guardabarrera tísico. Su Proyecto de Ley de Protección del Trabajo de las Mujeres y los Niños en las Fábricas constituyó el antecedente directo de la pionera Ley 5.291, que fue promulgada en 1907 ―después de su muerte― por iniciativa de Alfredo Palacios. La prensa de la época también da noticias de un drama en cuatro actos escrito por ella, titulado Triunfando, que seguramente nunca fue publicado, acerca de la lucha de las obreras alpargateras de un establecimiento fabril de Barracas. Aunque no se han encontrado ejemplares de la obra, se sabe que fue puesto en escena en diversas organizaciones sindicales y femeninas. No por casualidad las trabajadoras de Barracas la propusieron como representante en las discusiones que llevaban a cabo con los patrones, para la obtención de aumentos de salario y mejoras en las condiciones de trabajo.
Su prédica alcanzó, en 1903, un éxito notable: de su manifiesto “A las mujeres” se imprimieron cerca de diez mil copias, una cifra inusitada para la época.

Gabriela Laperrière de Coni1 300x200Del socialismo al sindicalismo revolucionario

Gabriela era una organizadora política. El 19 de abril de 1902, junto con Raquel Mesina y las tres hermanas Adela, Mariana y Fenia Chertkoff , fundó el Centro Socialista Femenino. En 1904, integró varios Comités de Huelga, como el de las valientes obreras algodoneras de la fábrica Barolo que enfrentaron la represión policial y se organizaron para impedir la entrada de rompehuelgas y la lucha de la Compañía General de Fósforos, lo que planteó la necesidad de formar un Comité de Huelga Femenino que se concretó con la fundación de la Unión Gremial Femenina. La acompañaban otras mujeres socialistas, como Raquel Camaña, Carolina Guglielmetti, Ernestina López y las hermanas Chertkoff. Acompañando este proceso, Alfredo Palacios se convierte en el primer diputado socialista de América Latina, proclamado por el electorado proletario de La Boca y Gabriela es la primera oradora mujer de un acto de campaña electoral. (Recordemos que solo los hombres votaban y solo ellos iban a actos políticos.)

Fue así que, en julio de 1904, Gabriela se integró al Comité Ejecutivo del Partido Socialista aunque al año siguiente comenzó a plantear públicamente su disidencia con la estrategia partidaria, centrada en la lucha por la obtención de bancas parlamentarias. En un trabajo remarcó: “Presentimos errores en nuestro partido, pero ¿cuáles? Un vago temor se apodera del que piensa. [...] Para el proletariado, la lucha parlamentaria tan cortés, tan burguesa, tan desigual como número, tan desalentadora como resultado, la impulsa a llevar su lucha de clase a otro terreno”.

En su Alegato sin forma y quizá sin sustancia, de marzo de 1905, retrucaba a las críticas: “¿Por qué se asustan algunos de las palabras acción directa, huelga general? Acostumbrémonos a ellas, a discutirlas: son armas perfeccionables. La clase capitalista perfeccionó las suyas. ¿Quién no recuerda el ya legendario trabuco y no conoce el máuser, arma distinguida que hiere de tan elegante manera? ¿Y qué obrero no compara las actuales huelgas a las primitivas y no sueña en su perfeccionamiento? Entre los socialistas intelectuales ni queremos oír hablar de esas armas, las más poderosas de la clase trabajadora. […] Por cierto, conozco los argumentos en contra: ‘La burguesía reaccionará, etc., etc.’. ¿Con qué? ‘Con el ejército.’ Ganémoslo... tengamos cooperativas al uso exclusivo de la clase trabajadora; depósitos de víveres donde echar mano; eduquemos al pueblo, elijamos el momento del descanso..., eso es perfeccionamiento del fusil obrero. La Huelga general es la revolución, dicen. En el Partido Socialista esa palabra ha hecho correr mucha tinta. Compañeros hay que se creen obligados a explicarla a cada instante comprendiendo que no todos la entienden según se quiere”.

Poco a poco se acercó a las ideas del sindicalismo revolucionario y cercana a esa corriente, apoyó la huelga general decretada por la FORA (central anarquista) como respuesta al estado de sitio dictado por el gobierno. Gabriela se alejó progresivamente de las tareas en el Comité Ejecutivo y, finalmente, del propio PS. La situación frente a la conducción reformista de Juan B. Justo se hizo insostenible y en el VII Congreso del partido, reunido en Junín en abril de 1906, se concretó la ruptura.

Gabriela Laperrière no coincidía con los “sindicalistas revolucionarios” en sus posiciones contrarias a la acción partidaria, pero consideraba que la dirección socialista no tomaba en cuenta la experiencia de los trabajadores para perfeccionar sus armas de lucha, particularmente en lo referido a las medidas de fuerza. Además, ella preferirá una ubicación más cercana a las bases del movimiento obrero. Fue elegida representante de las trabajadoras de la Fábrica Argentina de Alpargatas en conflicto, y se destacó también colaborando con los reclamos del gremio de las costureras de Córdoba. Comienza entonces a colaborar en el periódico La Acción Sindicalista. Gabriela Laperrière falleció el 8 de enero de 1907, a los 40 años, por u infarto agudo de miocardio, agravado, tal vez, por una incipiente tuberculosis.

[1] Los “sindicalistas revolucionarios”, siguiendo a la corriente fundadora de la primera CGT en Francia, sostendrán que en la organización gremial está la base de una sociedad sin clases, y terminarán rechazando la acción política partidaria, considerándola ineficaz, creadora de liderazgos ajenos a los intereses de los trabajadores y causa de divisiones entre ellos. A partir de 1906, serán expulsados de las filas socialistas en todos los partidos de Europa y América. En la Argentina, confluirán con un sector del anarquismo en la FORA del Noveno Congreso, y luego fundarán la Unión Sindical Argentina.

 

Tendencias sindicalistas y socialismo

A la hora actual la clase obrera divide su acción en táctica reformista y en revolucionaria. [...] Sería temerario asegurar que existe entre ambas tendencias completa discordancia. Muy a menudo la llamada reformista acude a prácticas marcadamente revolucionarias, como la otra cree oportuno, en ciertas emergencias, de entrar en el dominio reformista. [...]
El sindicalismo revolucionario quiere mantener independiente el carácter sindical; combatir la canalización legal de su movimiento; separarlo de las instituciones creadas por el Estado, cuya injerencia en asuntos obreros encuentra sospechable, sabiendo de antemano que su protección confina en las comisiones mixtas de arbitraje, consejos del trabajo, etcétera, cuya parcialidad está fuera de duda. [...]
    En el seno del sindicalismo reformista se refugian los obreros más pacíficos y prudentes –al fin es cuestión de temperamento y perspicacia–. Se ocupan de mejoras actuales, de     las llamadas prácticas porque se gozan prontamente; las aceptan, aun las promueven por las huelgas, auspiciando sobre todo las huelgas reflexivas, propician pensiones para la invalidez, asilos, leyes protectoras,     etcétera, y consiguen algunos milagros de sus aspiraciones.     Al sindicalismo reformista se debe en general lo poco logrado hasta ahora por la clase obrera. [...]
El sindicalismo revolucionario demuestra al reformista, que su acción lenta en las huelgas favorece los intereses capitalistas [...] Añade que lo ínfimo de las mejoras conseguidas por el sindicalismo reformista no compensa el mal que causa a la obra del porvenir.
El sindicalismo revolucionario confiesa francamente que su lucha es más peligrosa, más arriesgada, pero se alaba también de elevar la potencia de la conciencia obrera al punto de hacerle sacrificar su pasiva tranquilidad en aras del porvenir de sus hijos, sin que resulte estéril el sacrificio colectivo.
Gabriela Coni, La Vanguardia, enero de 1905.